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Columna
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Hibernación

A los barceloneses no nos sienta bien el frío. Estos días sólo se ve por la ciudad a gente obligada a salir. Un cambio radical con la imperativa euforia de las fiestas. Como si, a golpe de pito -ahora toca-, los ciudadanos se recluyeran en sus casas. ¿Sólo por frío se encierra uno en casa? La gripe también ronda, claro. ¿Sólo la gripe? Posiblemente, este mes de enero, el frío y la gripe sean meras excusas. Otros fríos y otras gripes provocan esta hibernación: no está el horno para bollos.

Dos fantasmas, al menos, revolotean sobre nuestras cabezas. El más inmediato es la subida de precios. Pero ésta no es una cuesta de enero cualquiera. Por fin empieza a verse que detrás del euro lo que está sucediendo es que pagamos mucho más por cosas elementales -naranjas, tomates, patatas- al mismo tiempo que los agricultores que las producen cobran mucho menos. A nosotros nos esquilman y a ellos les explotan. Por ese camino entre consumidores y productores hay un intrincado laberinto distribuidor, comercializador, incontrolable.

¿Incontrolable? No sé para qué servirán las múltiples administraciones que pagamos si no saben decirnos qué pasa en ese camino de subida de precios. ¿Es ésta la magia del mercado? La gente, recluida en sus casas, hace cábalas y conjuros por si acaso. Y pone la radio. Así se entera de que algunas autopistas catalanas, por ejemplo, han subido más de lo que anunció la Generalitat. Vaya por Dios, menuda sorpresa para los burócratas auténticamente catalanes que las autopistas suban solas, perfectamente independientes de cualquier control políticamente correcto.

El fantasma económico de la subida de precios se completa con la de los servicios básicos: agua, luz, gas, teléfono, transportes. ¡También es el mercado! Somos nosotros, pues. ¡Queremos pagar más por todo esto para sostener las privatizaciones correspondientes! ¿No es cierto? Y casualmente, estamos dispuestos a pagar más justo cuando los salarios se reajustan y adelgazan hasta volverse etéreos. Otro milagro del mercado, sin duda. Como diría Álvarez-Cascos, nos sobra dinero (y por tanto España va bien). Así, no es raro que oigamos decir con toda tranquilidad que la inflación es obra de nuestra irresponsabilidad. Y es que este enero estamos preparados para todo.

Las angelicales autoridades democráticas que tenemos nos lo recuerdan piadosamente: las cosas pueden ir a peor. A mucho peor incluso. ¿No prepara una guerra el Gobierno de José María Aznar o son varias guerras las que aparecen en el horizonte? Al grito de ¡abajo el terrorismo!, ya hay barcos españoles en los océanos asiáticos. ¿Se ha enterado el Parlamento de esa guerra, por cierto? ¿Ha informado el Gobierno de qué hacen soldados españoles cerca de Irak? ¡Es que el Parlamento, como nosotros, no se entera de nada!

Sin comerlo ni beberlo, parlamentariamente hablando, ahora la guerra contra el terrorismo autóctono abre un frente legal que recorta libertades constitucionales para adquirir seguridad. Así, nos dice Aznar -él ya ha olvidado el Prestige-, los terroristas se pudrirán en las cárceles. Al fin felices. Pero nadie nos dice cuánto pagaremos por tanta felicidad, qué se nos ha perdido en Irak y qué prisiones acogerán el barrido aznariano de malvados y terroristas.

Éste es el clima, helado, que mantiene a la gente encerrada en casa. Un enero de órdago. Un enero en guerra. Un enero maldito en el que la meteorología política da más frío que el frío. Pero lo que es peor es que todo esto podría haber sido perfectamente evitable. Llevan años preparando este enero con dedicación: se trata, además, del enero más largo de la historia. Un enero que llegará al menos hasta el verano. Probablemente las mantas servirán de poco para calentarnos.

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