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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El último maldito

En América es frecuente una figura de poeta que Europa canceló hace tiempo: la del hombre cuya vida funda una leyenda en cierto modo independiente y no menos perdurable que sus versos. El decano de esta estirpe fue Walt Whitman, cuyos versos dieron a la democracia americana una entidad cuasi religiosa. Están además José Martí, primer poeta y mártir de Cuba; Rubén Darío, el genio por generación espontánea que en una exhalación alcohólica traza un antes y un después en la poesía en lengua castellana. Pablo Neruda, el vate comunista, el amante oceánico cuyo mito recogen novelas y películas. Incluso Borges, el solitario mundano, el ciego sabio a quien se le atribuyen mil ocurrencias cómicas. El colombiano Porfirio Barba Jacob (Antioquia, Colombia, 1833-México, 1942) es un representante extremo de esa estirpe: personaje más excesivo y fascinante que sus versos, nunca ocultó su homosexualidad ("Amo a un joven de insólita pureza, / todo de lumbre cándida investido...") y cuando Valle-Inclán lo visitó en Jalisco le enseñó las virtudes de la marihuana, que predicó durante toda su vida, igual que las del alcohol: "Mi vaso lleno -el vino del Anáhuac- / mi esfuerzo vano -estéril mi pasión- / soy un perdido -soy un marihuano- / a beber, a danzar al son de mi canción...". Lo unen a Whitman y a Poe, además, otra constante americana: la del poeta desdoblado en periodista profesional. La leyenda maldita de Barba Jacob proviene de ahí en buena medida: desde los mil periódicos en los que escribió se dedicó a fustigar con gran agudeza y sin tregua a los dictadores de turno en América Latina. Y, claro, debió pagar por ello.

LA ESTRELLA DE LA TARDE

Porfirio Barba Jacob Huerga & Fierro. Madrid, 2002 144 páginas. 11,30 euros

Fernando Vallejo, el autor de La virgen de los sicarios, dedicó doce años a investigar las infinitas anécdotas que pueblan su monumental biografía de Miguel Ángel Osorio -como se llamaba en realidad Barba Jacob-, publicada en 1997 por Planeta de Colombia y desgraciadamente sin distribución en España. En una conferencia dictada en México, Vallejo resumía el largo destierro de Barba Jacob: "De aquí lo expulsó a Guatemala el general Calles cuando era secretario de Gobernación de Obregón, por sus editoriales en Cronos. De Guatemala lo expulsó a El Salvador el general Ubico, cuando era secretario de Gobernación de Orellana, por sus editoriales en El Imparcial y sus discursos contra el Gobierno... De El Salvador lo expulsó el presidente Quiñónez porque lo conocía de una estadía anterior". Pasó a Cuba, donde fue camarada de los fundadores del Partido Comunista: el presidente Machado no tardó en invitarlo a abandonar la isla; se fue a Perú, donde el trabajar en un periódico oficialista no le ahorró problemas con el general Leguía, que también lo expulsó. Barba Jacob, que había llegado por primera vez a México en 1908, regresaba a ese país veinte años más tarde, donde murió de tuberculosis en la mayor pobreza. Cuatro años después, cientos de miles de personas salieron a la calle en Colombia para recibir su féretro, en medio de la pompa oficial.

Escribió en el momento posmoderno de nuestra poesía, cuando la voz de Darío era al mismo tiempo el gran estímulo y el principal obstáculo, como en López Velarde, Alfonsina Storni o Gabriela Mistral. Barba Jacob tiene además ecos de Bécquer y Lugones, de Verlaine y Whitman. Su popularidad es enorme en Colombia, donde todos saben de memoria al menos unas cuantas estrofas de Canción de la vida profunda o Balada de la vida loca. La antología que ahora publica la colección Signos recoge el interesante prólogo que el propio poeta escribió para Rosas negras (1933), donde Bolívar aparece como el estandarte de una "lucha de todos los espíritus del continente contra la caduca Europa", y en el que la autobiografía se superpone a la declaración poética en una versión muy peculiar del utopismo americano.

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