La identidad según Saramago
Una vez más, José Saramago da otra vuelta de tuerca a su obra narrativa con la publicación de su undécima novela larga, con la que parece aceptar un nuevo desafío, pues se introduce limpiamente en una temática que pertenece a la literatura fantástica de todos los tiempos, la del doble, tan frecuentada a partir del romanticismo. Se trata de la intensa y corta historia de dos personajes absolutamente iguales, cuya id-entidad tropieza con sus dos identidades separadas y particulares con resultados perfectamente trágicos, claro está, pues como todo sueño de la razón, este tema (tan irreal como plausible, por fácilmente imaginable) siempre produce sus correspondientes monstruos.
Se dice que todo empezó en el génesis de la Grecia clásica, desde Géminis y Narciso hasta llegar a Hoffmann, Jean-Paul, Musset, Stevenson (que ni los separa del todo en su David Balfour ni puede unirlos tampoco en Jekyll y Hyde), el Dorian Gray de Oscar Wilde; Nabokov, que imagina un doble que no lo es, o los espejos de Aragon que aterrorizaban a Jorge Luis Borges, que además era ciego (el colmo) porque multiplicaba lo real. El tema del doble ha sido más un fenómeno que fascina y asusta que otra cosa, como tan bien llegó a explicar Dostoievski en su gran novela del mismo título, que terminó con su protagonista en el manicomio porque todos los dobles son el enemigo, el diablo interior, alucinaciones, no realidades propiamente dichas y sólo pueden alimentar virtualmente las pesadillas individuales, pero no incrementar a su manera la verdad, la realidad del mundo que nos rodea.
EL HOMBRE DUPLICADO
José Saramago Traducción de Pilar del Río Alfaguara. Madrid, 2003 408 páginas. 18,80 euros
L'HOME DUPLICAT
José Saramago Traducción de Xavier Pàmies Edicions 62. Barcelona, 2003 288 páginas. 19,95 euros
Pero hay que ir con cuidado, porque Saramago no es un escritor idealista, sino perfectamente realista, por lo que en El hombre duplicado no estamos ante una novela fantástica, ni de ciencia-ficción, ni de ningún otro subgénero al uso. Escribe una historia imposible, pero como si fuera completamente real, tal y como Kafka nos contó la metamorfosis en insecto del inmortal Gregorio Samsa. Y hasta pone en relación este libro, desde su segunda página, con otros de los personajes centrales de sus libros anteriores, para aclararnos los modos y maneras de su escritura en una mención bastante clara para que no quepa duda alguna: Saramago escribe novelas sobre los mitos para desmitificarlos, como hacía Torrente Ballester o sigue haciendo hoy Michel Tournier, quizá con técnicas simbólicas o alegóricas, pero siempre para abordar la realidad que le rodea, para tratar de los problemas actuales que son de todos, y para que todo quede claro desde el principio.
Así las cosas, la primera mi
tad de esta novela es excelente y hasta fascinante, pues está calculada como si fuera una búsqueda, una investigación tan real como inverosímil: un profesor de historia de segunda enseñanza, casi cuarentón, divorciado, ordenado y meticuloso hasta la exasperación, descubre horrorizado y fascinado a la vez que en su misma ciudad y en su propio tiempo vive una persona que es su doble perfecto. Lo descubre en el mundo virtual, al visionar el vídeo de una película alquilada por casualidad, en uno de sus personajes secundarios, cuyo nombre es además un seudónimo, doble virtualidad después de todo. Lentamente, tras el visionado de muchas de las películas de la misma empresa, hace intervenir en la búsqueda a su propia novia y amante, quien sin embargo nunca conocerá hasta el final cuál es el tema en el que está involucrada. Hacia la mitad del libro, ambos dobles se encuentran, el profesor con el actor de cine, casado por su parte con una mujer con la que no tiene hijos, y que tampoco sabrá la razón del problema hasta que no haya remedio.
La novedad expresiva de este libro con relación a los anteriores de su autor reside por una parte en la simplificación de su barroquismo expresivo, bien que basado como siempre en la conversión del monólogo individual en algo colectivo; pero también, al ser un argumento basado en dos personajes, lo colectivo se cuela de rondón a través de otras voces narrativas que introducen otros pensamientos o maneras de contar -como el sentido común, el más gracioso de todos, que llega a dialogar con el mismo profesor-, lo que subraya una especie de secundaria metanarración que enriquece un discurso literario bastante crítico y hasta autosatírico.
Bien, el encuentro se produce y resulta completamente desolador, pues se trata de dos personajes absolutamente iguales, que se separan con la intención de no volver a verse jamás, para preservar sus dos identidades, que sólo pueden existir por separado. Y aunque Saramago se esfuerza en no dar hasta aquí demasiadas pistas, falta todavía la otra mitad, que desencadenará una historia bastante rocambolesca, quizá menos austera y pura que la anterior, donde la verosimilitud salta hecha pedazos. Si no pueden existir esas dos identidades tan idénticas más que por separado, ¿qué es eso de ser uno mismo por sí solo? Al menos, eso se puede pensar después de esta tragedia donde ambos dobles intercambian no tan sólo sus mujeres, sino también sus muertes, aunque lo del accidente sea algo demasiado fácil, quizá, pero tal vez vale puestos en la pendiente, o al menos llegará la llamada final para restablecer el desorden que se predica desde el principio. Pues si el arte es un producto individual, debe comportar siempre una consecuencia colectiva, ya que es la única creación individual o privada destinada a ser hecha pública y colectiva. Ésta es la lección que nos propone Saramago, construyendo y des-construyendo identidades para salvar indefinidamente los dos polos de su creación, que no pueden vivir por separado ni acabar de unirse nunca del todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.