Por los viejos tiempos
EL NOMBRAMIENTO de Vicente Todolí como director en la Tate Modern londinense representa algo más que una ocasión para alegrarnos de su merecido éxito personal: es también un buen momento para reflexionar sobre los diferentes estilos con los que se puede afrontar la política cultural, y en este sentido se acompaña también de un cierto sentimiento de nostalgia.
Me refiero a la historia del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) y a sus actuales avatares, un tanto confusos, conducentes a la curiosa paradoja de que, mientras el recuento oficial nos habla de un incremento del número de visitantes, la institución se ha visto privada de uno de sus espacios más significativos (el Centre del Carme, cuya vitalidad procedía naturalmente del hecho de que en él sólo exponían artistas vivos) y ha conocido las primeras señales de disidencia (las de la plataforma de Ex-amics del IVAM, antiguos buenos amigos hoy despechados) y de una cierta pérdida de impulso que acaso no se vea compensada por el proyecto de ampliación del Centre Julio González.
La verdad es que no puede decirse que la culpa (al menos, no toda) deba recaer sobre su actual director, Kosme de Barañano, quien se encontró con una situación llena de condicionamientos. Pero es inevitable recordar los tiempos en los que el aún joven IVAM, con Vicente Todolí al frente del equipo de conservadores y con importantes o decisivas responsabilidades en lo relativo a la programación y adquisición de obras para la colección, se abría un hueco entre los más prestigiosos centros artísticos de Europa.
De hecho, no sólo fue determinante la contribución de Todolí al IVAM, sino la del propio IVAM a su formación y maduración como conservador y director de centros de arte contemporáneo. En aquella empresa originaria participó gente cuya capacidad y experiencia ha sido luego reconocida por otros. De entre los protagonistas de aquella primera época (aparte del propio Todolí, que se iría a la Fundación Serralves de Oporto), Tomàs Llorens fue fichado por el Museo Thyssen-Bornemisza y Carmen Alborch por el Ministerio de Cultura; su sucesor, José Francisco Yvars, ha organizado exposiciones y escrito textos desde Londres; Corinne Diserens se fue a trabajar a Suiza; Bartomeu Marí, a Holanda; Nuria Enguita, a la Fundación Tàpies de Barcelona Carlos Pérez y Encarna Jiménez, al Museo Reina Sofía (MNCARS); Joan Llinares es hoy gerente del Museu de Catalunya. De entre los de la segunda época: Juan Manuel Bonet y Enrique Juncosa se han ido también al MNCARS, el primero como director y el segundo lo ha dejado ahora para dirigir el Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín; Emmanuel Guigon, al Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Estrasburgo. Con esa y otra gente competente trabajando en equipo, pudieron hacerse cosas que superaban de largo las iniciales expectativas.
Una serie de valiosas exposiciones (que cito al azar y sin orden) como, entre otras, las dedicadas a la vanguardia italiana de entreguerras, Cercle et Carré, Haussmann, Grosz, Schwitters, diversos soviéticos, Torres-García, Picabia, ultraísmo, soviéticos, brasileños, italianos contemporáneos, Calder, De Kooning, Oldenburg, Rosenquist, Lichtenstein, Matta-Clark, Smithson, Baselitz, Polke, y últimamente Giacometti, Guston, Scully, Derain... junto a casi todos los más relevantes españoles y autóctonos, hicieron llegar al público lo nunca visto en Valencia.
Si recuerdo aquí estos listados de gestores y de artistas, es porque ambos tienen a su manera algo de excepcional. Realmente, el listón se puso alto. Pero tanto más inalcanzable resulta cuando la dirección de las distintas instituciones culturales se ve sometida a un régimen intervencionista y pierde la necesaria independencia. El Partido Popular valenciano, que jamás habría sido capaz de poner en marcha el IVAM que conocemos, viene demostrando una fastidiosa afición a perturbar la autonomía de los profesionales y a nombrarlos o despedirlos según conveniencias políticas. Si Todolí dirige la Tate Modern, es porque en Londres hacen las cosas de otro modo.
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