Telón de fondo
La Iglesia se cree víctima de una conspiración mediática porque se da noticia de los escándalos sexuales de cierto clero. La mujer del César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo. ¿Y si lo parece y no es? Blasfemia. Con algunas manzanas podridas hay que contar, siempre y en todas partes. De acuerdo, pero entonces, ¿dónde está la conspiración? Pues somos una sociedad adulta y estamos al cabo de la calle. Sabemos de clérigos reñidos con algún que otro mandamiento, lo tenemos asumido; ergo la Iglesia debería alegrarse de que los casos salieran a la luz, pues es profilaxis. Al clamar conspiración sólo se consigue avivar la sospecha de que las manzanas agusanadas compiten en cantidad con las sanas. Sospecha aviesa, por supuesto. Pero es mejor no darle pábulo, que pábulo se da silenciando.
Lo del Gobierno tiene otro matiz, si bien permanece como telón de fondo la teoría de la conspiración. La tropa de Zapatero es desleal, daña la imagen del país en el exterior y se regodea con las calamidades públicas si con ello cree arañar votos. Vamos a ver. Todos tenemos algo de carroñeros y si hay alguien que no, es un simplón carente de interés humano. Las fuerzas internas en lucha, las razones de distinto signo del corazón, el doloroso dictamen de la mente... Íntimamente, uno puede alegrarse de la muerte de un amigo mucho más joven y muy querido. Es una privación que nos despuebla y como se nos vayan muriendo no tendremos a nadie al lado cuando nos toque la china. Pero esto tiene la ventaja de que abandonaremos un lugar que ya nos es extraño; además, la amistad o el amor entre personas de edades muy distintas es un hecho injusto -y por lo tanto rechazable- porque a la más vieja le queda menos cuerda. Para no alargarlo: casi todos le salvaríamos la vida al amigo si en nuestra mano estuviera y aunque mucho sacrificio de toda índole nos costara. Al PSOE puede haberle venido bien la catástrofe gallega, pero que haya corrido el cava es otro cantar y es lamentable que el Gobierno haya puesto juntos todos los cantares. La oposición política, en el caso de Galicia, como en otros, no ha sido precisamente una implacable cacería, sino que ha predominado el estilo Zapatero, aunque al fogoso Caldera le gustaría que su jefe mostrara mayor predilección por la yugular.
Es bastante probable que el Gobierno haya emprendido una táctica bumerán. Su larga ausencia inicial del escenario permanecerá vívida en la mente de muchos y todo lo que se diga e incluso se haga después puede ser concebido como afán de redimirse políticamente. No estamos diciendo nada nuevo con esto; pero preguntarse por la causa de tal ausencia es todavía pertinente. Tampoco se presentó González en el lugar de los hechos cuando el Mar Egeo, ni Jospin cuando el Erika. Sin embargo, aunque las circunstancias no fueran exactamente las mismas, nadie, que uno sepa, ha dicho o creído que Felipe González no salió electoralmente perjudicado de un desastre mucho menos grave que éste. Tal vez Aznar creyó que la presencia de un poder simbólico -el Rey- era más adecuada que la del poder real en unos momentos en que éste sería más eficaz en el despacho que pisando chapapote. Pero, ¿y Schröder? ¿Y Giuliani? Ni en Alemania ni en Estados Unidos el poder simbólico está encarnado en una institución y persona. ¿Es eso? ¿Un error de percepción de la psicología colectiva? En España, la figura concreta de un monarca concreto, don Juan Carlos, despierta más simpatía que la monarquía. El Rey pudo ser bienvenido, pero eso no le restaba necesidad a la presencia de quienes disponen del presupuesto. Será un tanto absurdo, tendría que ser anacrónico, pero ahí están los casos citados, con sus espectaculares consecuencias. Un pueblo desesperado necesita su Lourdes, sea para prosternarse, sea para apedrearle. En ambos casos, es catarsis y es también fijación del desamparo. Como en tiempos de Cristo, los anhelos profundos se calman con el ver y el tocar, no con realidades virtuales. En todo caso, cuando hay duda el político debe tomar el camino que le resulte más incómodo para que la duda no se constituya en conveniente refugio. Es conjeturable, por otra parte, que a Aznar le fallaran sus asesores íntimos; de ser así, haría bien en desprenderse de ellos.
Como haría bien desprendiéndose de ciertos ministros. Mucha gente no comprenderá que se perpetúe en el cargo un señor que se descuelga diciendo que la caza es una actividad tan noble como la lectura o la música. La "nobleza" de la caza es retórica de señorito decimonónico, totalmente disonante en el mundo de hoy; pero ni ejecutar ciervos ni escuchar la Pasión según San Mateo cuando sobre el país se abate una catástrofe. El tal ministro, Álvarez Cascos (o un portavoz), remató la faena al proclamar que "se responde del trabajo y no del ocio". Si para un ejecutivo medio no hay pared entre el día y la noche, ¿cómo puede un ministro de Fomento (ni de lo que sea) reivindicar su ocio en las circunstancias de todos conocidas? ¿Puede perdurar en el cargo otro ministro (Trillo) que sobrevolando las playas gallegas declaró que estaban esplendorosas? Todo esto parece quintacolumnismo. Puede que con amigos así José María Aznar no necesite a Zapatero. Como puede que una crisis de Gobierno en toda regla, aún en tiempos con aires de campaña, sea menos mala que arrastrar tal peso muerto.
En otro orden de cosas, la tragedia gallega ha puesto de relieve una vez más, pero ésta en casa, la precariedad del mundo tecnológico. Unos mueren por falta de ciencia y de máquinas, otros viven en vilo por exceso de ambas. Naturalmente que preferimos este último peligro, pero las cosas podrían haber sido de otro modo. No lo verán nuestros ojos. La sociedad de redes interconectadas seguirá su avance implacable, pues quienes las hacen también las sufren. Si usted viaja a América le aconsejo que lo haga con Icelandic, si todavía existe tal compañía. Dieciocho horas de viaje en avión de un solo motor. Que uno sepa, nunca se produjo un accidente. Precios bajísimos. Vistas al Polo Norte. A decir verdad, quien esto escribe nunca se atrevió. Chismes anticontingencias, todo duplicado, triplicado. Enmarañados en la red de redes.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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