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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Enhorabuena, llanitos

No todos los españoles, ni mucho menos, estamos de acuerdo con la política seguida por nuestros sucesivos gobiernos en el llamado conflicto de Gibraltar. Los que os conocemos sabemos que de ningún modo se os ocurre hacer responsable al conjunto de un país de las torpezas, los agravios, los desdenes y los hostigamientos que puedan cometer unos gobernantes anclados en un estilo de patriotismo más rancio que actual. Pero también es verdad que no son muchas las voces que, a este lado de la verja, se atreven a elevarse para discrepar pública y ostensiblemente de un sentimiento que se nos pretende imponer como único digno de los buenos españoles.

Os doy la enhorabuena por la práctica unanimidad con que os habéis pronunciado contra los planes de los gobiernos de Madrid y de Londres para decidir vuestro futuro. Ante los planes que parecían perfilarse de una consulta popular en condiciones amañadas por los políticos británicos y españoles, no cabe duda de que fue un acierto el que vosotros mismos os adelantarais a expresar vuestra voluntad inequívoca.

Una vez más, la diplomacia española ha hecho el ridículo. Durante más de un año el ministro Piqué nos ha estado diciendo que sus conversaciones con Straw iban por muy buen camino, que había el solemne compromiso de alcanzar un acuerdo global que incluyera la soberanía antes del verano de 2002, o en todo caso en el curso del año. Pasó el verano, pasó el año, pasó el ministro Piqué... y no pasó nada.

La nueva ministra de Exteriores, Ana Palacio, reanuda el tedioso ciclo de conversaciones, como hizo Piqué después de Matutes, como hicieron todos los ministros anteriores. Puede ser que en La Línea los simpatizantes del Partido Popular hayan menguado, pero mi amigo linense se equivocaría si pensara que, en toda España, este traspié de los populares va a costarles una sangría de votos comparable a la se supone les costará el asunto del petrolero Prestige.

En todo conflicto es prácticamente imposible que una parte acapare toda la razón y la otra todas las sinrazones. Sin duda hay algún fundamento para las quejas españolas en cuanto se refiere al contrabando, el blanqueo de dinero o el papel de Gibraltar como paraíso fiscal. Estoy con vosotros, pues, en lo fundamental. Y estoy convencido de que la mayoría de los españoles, debidamente informados, reaccionarían también contra el lastre patriotero heredado de otros tiempos. Un botón de muestra: en una reciente encuesta del diario campogibraltareño Europa Sur, la pregunta "¿Cree usted que los habitantes de Gibraltar tienen derecho a la autodeterminación?" recibió un 72,4% de respuestas afirmativas.

Desde 1975 vengo abogando por el reconocimiento de vuestra identidad propia como gibraltareños -ni simplemente británicos, ni simplemente españoles, por obra de la historia- y, por consiguiente, por la aceptación de vuestro derecho de autodeterminación. Es previsible que los políticos de los dos partidos mayoritarios españoles tarden todavía en abrir ojos y oídos a nuestros argumentos. Conviene insistir en ellos:

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Perspectiva democrática: es insensato, en Europa y en el siglo XXI, prescindir de vuestra opinión como primeros interesados en el conflicto.

Perspectiva comparativa: salta a la vista la incongruencia de los gobernantes españoles que reivindican Gibraltar pero se cierran en banda a considerar las pretensiones marroquíes sobre Ceuta y Melilla. Las innegables diferencias históricas cuentan poco si se recuerda que el 98% del actual territorio melillense y el 75% del ceutí fueron ganados en 1860 tras una guerra típicamente colonial. Sólo el argumento democrático, es decir la voluntad de los habitantes, es válido para mantener la españolidad de las plazas africanas.

Perspectiva pragmática: la política de presiones y hostigamientos ha fracasado rotundamente. Está claro, en cambio, que de una relación de sincera amistad y colaboración por encima de una frontera enteramente permeable se derivarían muchas ventajas para todos.

La congelación en esta forma del tema de la soberanía podría ser bastante para emprender el camino de la reconciliación. A las generaciones futuras incumbiría decidir si tal congelación es o no definitiva.

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