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Estabilidad financiera

Emilio Ontiveros

Concluyó el año 2002 con más temor que esperanza. La intensificación de la aversión al riesgo ha vuelto a situar las cotizaciones en todos los mercados financieros en niveles que parecen considerar insuficiente la intensa purga sufrida en los tres últimos años.

La credibilidad de las previsiones que anticipan para el recientemente iniciado 2003 una recuperación en los ritmos de crecimiento de todas las economías es cuestionada por esa huida de los inversores a los refugios tradicionales, ajenos a la sofisticación financiera de las últimas décadas: oro, bonos públicos, activos inmobiliarios o pura liquidez.

Los estímulos que han tratado de transmitir algunos bancos centrales mediante reducciones en los tipos de interés sólo han servido hasta ahora para reforzar la escalada de adquisiciones de esos activos supuestamente menos riesgosos o para aligerar la carga de la elevada deuda privada que caracteriza a la mayoría de las economías avanzadas.

El saneamiento financiero constituye una de las condiciones necesarias para que acaben asentándose las perspectivas reactivadoras

Esta última alternativa, el saneamiento financiero del sector privado, constituye una de las condiciones necesarias para que acaben asentándose esas perspectivas reactivadoras, aunque lo hagan más tarde de lo previsto. O, al menos, para evitar males peores.

Los peores males, casi los únicos trazos que le faltan al actual dibujo económico para agotar las reservas de confianza, vendrían de la mano de dificultades en las instituciones financieras. A su elevada exposición a esa escalada de endeudamiento doméstico, hay que añadir en algunos sistemas bancarios los avatares de unos intensos procesos de crecimiento y diversificación internacional, así como los derivados de la colocación directa de activos en los muy dañados mercados de capitales.

Amenazas de inestabilidad financiera con precedentes suficientes y probada capacidad de contagio que justificaron esa atención específica a la salud de los sistemas financieros, concretada en los "Informes de Estabilidad Financiera" hechos públicos por algunas instituciones internacionales, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco de Pagos Internacionales (BIS), de forma particular, y de un número cada vez mayor de bancos centrales, tras el liderazgo iniciado en 1996 por el Banco de Inglaterra.

En una economía con el grado de bancarización de la española, hablar de amenazas a la estabilidad financiera exige analizar en gran medida la salud de las entidades de crédito: de su solvencia actual y futura, evaluada esta última por el potencial desestabilizador de los riesgos asumidos por las citadas entidades.

Es lo que hace la tercera entrega del correspondiente informe del Banco de España, con una conclusión ciertamente tranquilizadora: la solvencia del conjunto de las entidades de depósito españolas se encuentra muy por encima de los mínimos regulatorios exigidos internacionalmente; ello es consecuencia, entre otros aspectos, de la más exigente normativa española sobre recursos propios, frente a la que establece el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea.

La evolución relativamente favorable del nivel de ese coeficiente de solvencia (de la relación entre los recursos propios y los activos con riesgo) ha sido también debida a la desaceleración de los requerimientos por riesgo de crédito: a la menor contribución de los activos con mayor riesgo.

Ahora bien, ese exceso de recursos propios sobre el mínimo que establece Basilea no debe ocultar el descenso en la calidad media de los mismos: el menor peso de los considerados básicos o de primera categoría y las, por el momento muy incipientes, señales ya observadas de crecimiento en los ratios de morosidad.

Es por todo lo dicho anteriormente que, frente al brusco y precipitado repliegue en la actividad crediticia, las entidades de crédito españolas y sus supervisores deberían asumir como prioridades el fortalecimiento de la calidad de sus recursos propios y la mejora en el control y la gestión de riesgos.

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