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Reportaje:EL EFECTO VASCO | PREPARANDO LAS URNAS

El último año de Arzalluz

Preñado de incógnitas trascendentales, el año político vasco que empieza es, antes que nada, un exigente banco de pruebas para el proyecto soberanista de Ibarretxe y un monumental órdago a la capacidad de resistencia-subsistencia de ETA-Batasuna. La pretensión nacionalista de obtener en las elecciones municipales y forales de mayo próximo un primer refrendo, forzosamente implícito, a su proyectado "Estatus de libre asociación" con España no está avalada, de momento, por la marea de adhesiones sociales con que soñó el lehendakari. A la bofetada dialéctica de las organizaciones empresariales vascas se han sumado las reservas del mundo universitario y no pocos silencios, además de la frialdad y el desdén exterior constatado durante la gira de Ibarretxe por las capitales europeas y latinoamericanas.

Lejos de suscitar entusiasmo, el 'plan Ibarretxe' tropieza con el temor social a que los cambios propuestos deterioren aún más la crisis vasca, ahonden la división existente
A lo largo de su historia, ETA ha reaccionado radicalizándose cada vez que el nacionalismo ha entrado en su campo o le ha preparado una salida negociada
El planteamiento guía del nacionalismo: "A más autogobierno, mayor bienestar", corre el riesgo de difuminarse en un panorama dominado por la incertidumbre

Desasosiego

Lejos de suscitar entusiasmo -según las encuestas, los auténticos entusiastas con el proyecto son los votantes de Batasuna-, el plan Ibarretxe tropieza con el temor social a que los cambios propuestos deterioren todavía más la crisis vasca, ahonden la división existente. Buena parte de la sociedad contempla con desasosiego el proceso de radicalización, de conversión del autonomismo en soberanismo, desatado por las direcciones de los partidos nacionalistas. Y en la medida en que el proyecto soberanista les interpela directamente como ciudadanos y les confronta más directamente con sus amigos y vecinos, empieza a considerar la política como un elemento molesto, perturbador, que les complica la vida.

Precisamente, estos temores y prevenciones no son muy distintos a los que en las elecciones autonómicas del 13-M de 2001 otorgaron la victoria a Juan José Ibarretxe frente a la alternativa de firmeza, interpretada por muchos votantes como un remedo del "sangre, sudor y lágrimas", planteada por los partidos constitucionalistas. Tras la contundente respuesta de ETA, el plan Ibarretxe tampoco puede adjudicarse en sentido estricto el atributo pacificador, aun cuando actúe de reclamo eficaz ante una Batasuna en aparente proceso de desmoronamiento. Dado el acoso en que vive la castigada oposición política vasca, su limitado margen de libertad, el triunfo nacionalista en los próximos comicios locales parece asegurado con el previsible flujo de votos procededentes de Batasuna.

Una clave está en el alcance mismo de ese trasvase al tándem PNV-EA, en la capacidad de Batasuna para sobreponerse tanto a la ofensiva judicial y política como a la seducción de la propuesta soberanista, dos movimientos actualmente complementarios que le han colocado en una situación extremadamente comprometida. Ahora, el problema más acuciante de Batasuna es burlar la suspensión dictada por el juez Garzón o, llegado el caso, la eventual ilegalización del Tribunal Supremo, para poder concurrir a las elecciones municipales y preservar en lo posible las plataformas institucionales locales tan necesarias para su dinámica. Presentarse bajo la marca ANV (el viejo partido nacionalista de cuyas siglas se apropió Herri Batasuna en su día) conlleva el riesgo de no superar la inspección judicial, y participar como agrupaciones locales de electores resulta una tarea sumamente engorrosa que le obligaría a movilizar a bastantes miles de simpatizantes ante los despachos notariales.

Aunque por ese lado las expectativas para el PNV-EA son francamente buenas, el peligro para el nacionalismo en el poder es que en los comicios de mayo puede muy bien ocurrir que la victoria electoral no acarree un buen resultado político. Y es que el proyecto Ibarretxe necesita conquistar Álava, alzarse con la mayoría absoluta en sus juntas generales -no le basta con ser la lista más votada en la provincia-, para evitar que los alaveses se descuelguen de la vía soberanista y que la fractura política y social se reproduzca en el interior de Vizcaya y Guipúzcoa. Sin Álava en el campo nacionalista y con Navarra en las antípodas, el plan Ibarretxe quedaría tocado del ala, inmovilizado en el pantano de la política vasca a la espera de que la situación se desbloquee, algo que no parece que pueda darse sin un cambio de Gobierno en España o sin que ETA desaparezca de la escena.

Progresiva 'grapización'

La capacidad de la organización terrorista para seguir pesando en el terreno político y escapar a su futuro de progresiva grapización es otra de las grandes incógnitas en el año que empieza. Puede decirse que a lo largo de su historia, ETA ha reaccionado radicalizándose cada vez que el nacionalismo ha entrado en su campo o le ha preparado una salida negociada, tal y como se ha visto con el descubrimiento de la territorialidad innegociable (País Vasco Francés y Navarra) y el maximalismo desplegado en el Pacto de Lizarra. Su problema es que ya no le queda terreno político para proseguir en sus continuas huidas hacia delante y que la presión que el PP y el PSE ejercen sobre el nacionalismo en el poder hace creíble ante sus propias bases el proyecto soberanista. Minada nuevamente por la sospecha de infiltración policial, desahuciada políticamente tras la ruptura de la tregua por sectores de la propia Batasuna, ETA acredita lo que Kepa Aulestia, ex secretario general de la desaparecida Euskadiko Eskerra, definió en su día como un "circuito sin interruptor".

En el plano operativo, la situación de la organización terrorista puede caracterizarse en estos momentos como de "colapso organizativo" porque, tras las sucesivas caídas de la estructura asentada en el suelo francés, no parece disponer de los cauces internos necesarios para preparar adecuadamente y activar a los numerosos jóvenes de la kale borroka que ha incorporado últimamente a sus filas. Aunque el proyecto soberanista le ofrece teóricamente una buena pista de aterrizaje, junto a la posibilidad de disolver sus miserias morales en la teoría del conflicto histórico vasco y en el abrazo de todos los nacionalistas frente al enemigo común español, cabe dudar de que ETA vaya a renunciar a sus propias pretensiones para entronizar a Ibarretxe como gran campeón del mundo abertzale.

La renuncia de ETA permitiría efectivamente recrear el frente nacionalista, adentrarse resueltamente en la senda soberanista, pisar fuerte con el referendo, lanzar el desafío institucional.

Tampoco los vientos de la economía y la ampliación de la UE empujarán seguramente las velas del proyecto Ibarretxe. Las dificultades económicas que aparecen en el horizonte no constituyen un contexto favorable para el encaje de un proyecto inestable, descalificado por los empresarios e inspirado en la idea desestabilizadora de "no España". Con la UE comprometida en la ampliación, el nacionalismo vasco difícilmente va a encontrar interlocutores amables con sus tesis. El planteamiento guía del nacionalismo: "A más autogobierno, mayor bienestar", corre el riesgo de difuminarse en un panorama dominado por la incertidumbre.

La terquedad del 'lehendakari'

Conocido su voluntarismo personal y el terco empeño que le anima, pocas dudas caben de que el lehendakari cumplirá su compromiso de presentar formalmente en el último trimestre del año el nuevo modelo de relación de Euskadi con España. El referendo prometido, dudosamente legal, por otra parte, deberá esperar a la "ausencia de violencia" y cabe pensar como una hipótesis razonable en la posibilidad de que Ibarretxe adelante las elecciones autonómicas antes de que él finalice la legislatura y haga de esos comicios un acto plebiscitario sobre su plan soberanista. Con Arzalluz de retirada -deberá abandonar el cargo de presidente del partido en enero de 2004- y sin sustituto a la vista -el delfín Joseba Egibar parece haberse inmolado en el proceso de radicalización del partido-, Juan José Ibarretxe carga consigo la doble responsabilidad de conducir al nacionalismo y al Ejecutivo autonómico por la intrincada senda soberanista.

Es una ardua tarea porque tendrá que alimentar el independentismo latente de los nuevos votantes procedentes de Batasuna sin perder pie en el campo simbólico de la lucha contra ETA -de ahí la manifestación del 22 de diciembre en Bilbao-, asegurar la gobernabilidad institucional desde su minoría parlamentaria y preparar el gran salto autodeterminista. Es posible que la realidad misma de una sociedad plural y compleja como la vasca se encargue de establecer los límites de esa aventura. Si ése es el caso, el nacionalismo en el poder tendrá que plegar algunas de sus velas y mirar hacia el campo socialista a la espera de que La Moncloa cambie de inquilino.

Preñado de incógnitas trascendentales, el año político vasco que empieza es, antes que nada, un exigente banco de pruebas para el proyecto soberanista de Ibarretxe y un monumental órdago a la capacidad de resistencia-subsistencia de ETA-Batasuna. La pretensión nacionalista de obtener en las elecciones municipales y forales de mayo próximo un primer refrendo, forzosamente implícito, a su proyectado "Estatus de libre asociación" con España no está avalada, de momento, por la marea de adhesiones sociales con que soñó el lehendakari. A la bofetada dialéctica de las organizaciones empresariales vascas se han sumado las reservas del mundo universitario y no pocos silencios, además de la frialdad y el desdén exterior constatado durante la gira de Ibarretxe por las capitales europeas y latinoamericanas.

Desasosiego

Lejos de suscitar entusiasmo -según las encuestas, los auténticos entusiastas con el proyecto son los votantes de Batasuna-, el plan Ibarretxe tropieza con el temor social a que los cambios propuestos deterioren todavía más la crisis vasca, ahonden la división existente. Buena parte de la sociedad contempla con desasosiego el proceso de radicalización, de conversión del autonomismo en soberanismo, desatado por las direcciones de los partidos nacionalistas. Y en la medida en que el proyecto soberanista les interpela directamente como ciudadanos y les confronta más directamente con sus amigos y vecinos, empieza a considerar la política como un elemento molesto, perturbador, que les complica la vida.

Precisamente, estos temores y prevenciones no son muy distintos a los que en las elecciones autonómicas del 13-M de 2001 otorgaron la victoria a Juan José Ibarretxe frente a la alternativa de firmeza, interpretada por muchos votantes como un remedo del "sangre, sudor y lágrimas", planteada por los partidos constitucionalistas. Tras la contundente respuesta de ETA, el plan Ibarretxe tampoco puede adjudicarse en sentido estricto el atributo pacificador, aun cuando actúe de reclamo eficaz ante una Batasuna en aparente proceso de desmoronamiento. Dado el acoso en que vive la castigada oposición política vasca, su limitado margen de libertad, el triunfo nacionalista en los próximos comicios locales parece asegurado con el previsible flujo de votos procededentes de Batasuna.

Una clave está en el alcance mismo de ese trasvase al tándem PNV-EA, en la capacidad de Batasuna para sobreponerse tanto a la ofensiva judicial y política como a la seducción de la propuesta soberanista, dos movimientos actualmente complementarios que le han colocado en una situación extremadamente comprometida. Ahora, el problema más acuciante de Batasuna es burlar la suspensión dictada por el juez Garzón o, llegado el caso, la eventual ilegalización del Tribunal Supremo, para poder concurrir a las elecciones municipales y preservar en lo posible las plataformas institucionales locales tan necesarias para su dinámica. Presentarse bajo la marca ANV (el viejo partido nacionalista de cuyas siglas se apropió Herri Batasuna en su día) conlleva el riesgo de no superar la inspección judicial, y participar como agrupaciones locales de electores resulta una tarea sumamente engorrosa que le obligaría a movilizar a bastantes miles de simpatizantes ante los despachos notariales.

Aunque por ese lado las expectativas para el PNV-EA son francamente buenas, el peligro para el nacionalismo en el poder es que en los comicios de mayo puede muy bien ocurrir que la victoria electoral no acarree un buen resultado político. Y es que el proyecto Ibarretxe necesita conquistar Álava, alzarse con la mayoría absoluta en sus juntas generales -no le basta con ser la lista más votada en la provincia-, para evitar que los alaveses se descuelguen de la vía soberanista y que la fractura política y social se reproduzca en el interior de Vizcaya y Guipúzcoa. Sin Álava en el campo nacionalista y con Navarra en las antípodas, el plan Ibarretxe quedaría tocado del ala, inmovilizado en el pantano de la política vasca a la espera de que la situación se desbloquee, algo que no parece que pueda darse sin un cambio de Gobierno en España o sin que ETA desaparezca de la escena.

Progresiva 'grapización'

La capacidad de la organización terrorista para seguir pesando en el terreno político y escapar a su futuro de progresiva grapización es otra de las grandes incógnitas en el año que empieza. Puede decirse que a lo largo de su historia, ETA ha reaccionado radicalizándose cada vez que el nacionalismo ha entrado en su campo o le ha preparado una salida negociada, tal y como se ha visto con el descubrimiento de la territorialidad innegociable (País Vasco Francés y Navarra) y el maximalismo desplegado en el Pacto de Lizarra. Su problema es que ya no le queda terreno político para proseguir en sus continuas huidas hacia delante y que la presión que el PP y el PSE ejercen sobre el nacionalismo en el poder hace creíble ante sus propias bases el proyecto soberanista. Minada nuevamente por la sospecha de infiltración policial, desahuciada políticamente tras la ruptura de la tregua por sectores de la propia Batasuna, ETA acredita lo que Kepa Aulestia, ex secretario general de la desaparecida Euskadiko Eskerra, definió en su día como un "circuito sin interruptor".

En el plano operativo, la situación de la organización terrorista puede caracterizarse en estos momentos como de "colapso organizativo" porque, tras las sucesivas caídas de la estructura asentada en el suelo francés, no parece disponer de los cauces internos necesarios para preparar adecuadamente y activar a los numerosos jóvenes de la kale borroka que ha incorporado últimamente a sus filas. Aunque el proyecto soberanista le ofrece teóricamente una buena pista de aterrizaje, junto a la posibilidad de disolver sus miserias morales en la teoría del conflicto histórico vasco y en el abrazo de todos los nacionalistas frente al enemigo común español, cabe dudar de que ETA vaya a renunciar a sus propias pretensiones para entronizar a Ibarretxe como gran campeón del mundo abertzale.

La renuncia de ETA permitiría efectivamente recrear el frente nacionalista, adentrarse resueltamente en la senda soberanista, pisar fuerte con el referendo, lanzar el desafío institucional.

Tampoco los vientos de la economía y la ampliación de la UE empujarán seguramente las velas del proyecto Ibarretxe. Las dificultades económicas que aparecen en el horizonte no constituyen un contexto favorable para el encaje de un proyecto inestable, descalificado por los empresarios e inspirado en la idea desestabilizadora de "no España". Con la UE comprometida en la ampliación, el nacionalismo vasco difícilmente va a encontrar interlocutores amables con sus tesis. El planteamiento guía del nacionalismo: "A más autogobierno, mayor bienestar", corre el riesgo de difuminarse en un panorama dominado por la incertidumbre.

La terquedad del 'lehendakari'

Conocido su voluntarismo personal y el terco empeño que le anima, pocas dudas caben de que el lehendakari cumplirá su compromiso de presentar formalmente en el último trimestre del año el nuevo modelo de relación de Euskadi con España. El referendo prometido, dudosamente legal, por otra parte, deberá esperar a la "ausencia de violencia" y cabe pensar como una hipótesis razonable en la posibilidad de que Ibarretxe adelante las elecciones autonómicas antes de que él finalice la legislatura y haga de esos comicios un acto plebiscitario sobre su plan soberanista. Con Arzalluz de retirada -deberá abandonar el cargo de presidente del partido en enero de 2004- y sin sustituto a la vista -el delfín Joseba Egibar parece haberse inmolado en el proceso de radicalización del partido-, Juan José Ibarretxe carga consigo la doble responsabilidad de conducir al nacionalismo y al Ejecutivo autonómico por la intrincada senda soberanista.

Es una ardua tarea porque tendrá que alimentar el independentismo latente de los nuevos votantes procedentes de Batasuna sin perder pie en el campo simbólico de la lucha contra ETA -de ahí la manifestación del 22 de diciembre en Bilbao-, asegurar la gobernabilidad institucional desde su minoría parlamentaria y preparar el gran salto autodeterminista. Es posible que la realidad misma de una sociedad plural y compleja como la vasca se encargue de establecer los límites de esa aventura. Si ése es el caso, el nacionalismo en el poder tendrá que plegar algunas de sus velas y mirar hacia el campo socialista a la espera de que La Moncloa cambie de inquilino.

Preñado de incógnitas trascendentales, el año político vasco que empieza es, antes que nada, un exigente banco de pruebas para el proyecto soberanista de Ibarretxe y un monumental órdago a la capacidad de resistencia-subsistencia de ETA-Batasuna. La pretensión nacionalista de obtener en las elecciones municipales y forales de mayo próximo un primer refrendo, forzosamente implícito, a su proyectado "Estatus de libre asociación" con España no está avalada, de momento, por la marea de adhesiones sociales con que soñó el lehendakari. A la bofetada dialéctica de las organizaciones empresariales vascas se han sumado las reservas del mundo universitario y no pocos silencios, además de la frialdad y el desdén exterior constatado durante la gira de Ibarretxe por las capitales europeas y latinoamericanas.

Desasosiego

Lejos de suscitar entusiasmo -según las encuestas, los auténticos entusiastas con el proyecto son los votantes de Batasuna-, el plan Ibarretxe tropieza con el temor social a que los cambios propuestos deterioren todavía más la crisis vasca, ahonden la división existente. Buena parte de la sociedad contempla con desasosiego el proceso de radicalización, de conversión del autonomismo en soberanismo, desatado por las direcciones de los partidos nacionalistas. Y en la medida en que el proyecto soberanista les interpela directamente como ciudadanos y les confronta más directamente con sus amigos y vecinos, empieza a considerar la política como un elemento molesto, perturbador, que les complica la vida.

Precisamente, estos temores y prevenciones no son muy distintos a los que en las elecciones autonómicas del 13-M de 2001 otorgaron la victoria a Juan José Ibarretxe frente a la alternativa de firmeza, interpretada por muchos votantes como un remedo del "sangre, sudor y lágrimas", planteada por los partidos constitucionalistas. Tras la contundente respuesta de ETA, el plan Ibarretxe tampoco puede adjudicarse en sentido estricto el atributo pacificador, aun cuando actúe de reclamo eficaz ante una Batasuna en aparente proceso de desmoronamiento. Dado el acoso en que vive la castigada oposición política vasca, su limitado margen de libertad, el triunfo nacionalista en los próximos comicios locales parece asegurado con el previsible flujo de votos procededentes de Batasuna.

Una clave está en el alcance mismo de ese trasvase al tándem PNV-EA, en la capacidad de Batasuna para sobreponerse tanto a la ofensiva judicial y política como a la seducción de la propuesta soberanista, dos movimientos actualmente complementarios que le han colocado en una situación extremadamente comprometida. Ahora, el problema más acuciante de Batasuna es burlar la suspensión dictada por el juez Garzón o, llegado el caso, la eventual ilegalización del Tribunal Supremo, para poder concurrir a las elecciones municipales y preservar en lo posible las plataformas institucionales locales tan necesarias para su dinámica. Presentarse bajo la marca ANV (el viejo partido nacionalista de cuyas siglas se apropió Herri Batasuna en su día) conlleva el riesgo de no superar la inspección judicial, y participar como agrupaciones locales de electores resulta una tarea sumamente engorrosa que le obligaría a movilizar a bastantes miles de simpatizantes ante los despachos notariales.

Aunque por ese lado las expectativas para el PNV-EA son francamente buenas, el peligro para el nacionalismo en el poder es que en los comicios de mayo puede muy bien ocurrir que la victoria electoral no acarree un buen resultado político. Y es que el proyecto Ibarretxe necesita conquistar Álava, alzarse con la mayoría absoluta en sus juntas generales -no le basta con ser la lista más votada en la provincia-, para evitar que los alaveses se descuelguen de la vía soberanista y que la fractura política y social se reproduzca en el interior de Vizcaya y Guipúzcoa. Sin Álava en el campo nacionalista y con Navarra en las antípodas, el plan Ibarretxe quedaría tocado del ala, inmovilizado en el pantano de la política vasca a la espera de que la situación se desbloquee, algo que no parece que pueda darse sin un cambio de Gobierno en España o sin que ETA desaparezca de la escena.

Progresiva 'grapización'

La capacidad de la organización terrorista para seguir pesando en el terreno político y escapar a su futuro de progresiva grapización es otra de las grandes incógnitas en el año que empieza. Puede decirse que a lo largo de su historia, ETA ha reaccionado radicalizándose cada vez que el nacionalismo ha entrado en su campo o le ha preparado una salida negociada, tal y como se ha visto con el descubrimiento de la territorialidad innegociable (País Vasco Francés y Navarra) y el maximalismo desplegado en el Pacto de Lizarra. Su problema es que ya no le queda terreno político para proseguir en sus continuas huidas hacia delante y que la presión que el PP y el PSE ejercen sobre el nacionalismo en el poder hace creíble ante sus propias bases el proyecto soberanista. Minada nuevamente por la sospecha de infiltración policial, desahuciada políticamente tras la ruptura de la tregua por sectores de la propia Batasuna, ETA acredita lo que Kepa Aulestia, ex secretario general de la desaparecida Euskadiko Eskerra, definió en su día como un "circuito sin interruptor".

En el plano operativo, la situación de la organización terrorista puede caracterizarse en estos momentos como de "colapso organizativo" porque, tras las sucesivas caídas de la estructura asentada en el suelo francés, no parece disponer de los cauces internos necesarios para preparar adecuadamente y activar a los numerosos jóvenes de la kale borroka que ha incorporado últimamente a sus filas. Aunque el proyecto soberanista le ofrece teóricamente una buena pista de aterrizaje, junto a la posibilidad de disolver sus miserias morales en la teoría del conflicto histórico vasco y en el abrazo de todos los nacionalistas frente al enemigo común español, cabe dudar de que ETA vaya a renunciar a sus propias pretensiones para entronizar a Ibarretxe como gran campeón del mundo abertzale.

La renuncia de ETA permitiría efectivamente recrear el frente nacionalista, adentrarse resueltamente en la senda soberanista, pisar fuerte con el referendo, lanzar el desafío institucional.

Tampoco los vientos de la economía y la ampliación de la UE empujarán seguramente las velas del proyecto Ibarretxe. Las dificultades económicas que aparecen en el horizonte no constituyen un contexto favorable para el encaje de un proyecto inestable, descalificado por los empresarios e inspirado en la idea desestabilizadora de "no España". Con la UE comprometida en la ampliación, el nacionalismo vasco difícilmente va a encontrar interlocutores amables con sus tesis. El planteamiento guía del nacionalismo: "A más autogobierno, mayor bienestar", corre el riesgo de difuminarse en un panorama dominado por la incertidumbre.

La terquedad del 'lehendakari'

Conocido su voluntarismo personal y el terco empeño que le anima, pocas dudas caben de que el lehendakari cumplirá su compromiso de presentar formalmente en el último trimestre del año el nuevo modelo de relación de Euskadi con España. El referendo prometido, dudosamente legal, por otra parte, deberá esperar a la "ausencia de violencia" y cabe pensar como una hipótesis razonable en la posibilidad de que Ibarretxe adelante las elecciones autonómicas antes de que él finalice la legislatura y haga de esos comicios un acto plebiscitario sobre su plan soberanista. Con Arzalluz de retirada -deberá abandonar el cargo de presidente del partido en enero de 2004- y sin sustituto a la vista -el delfín Joseba Egibar parece haberse inmolado en el proceso de radicalización del partido-, Juan José Ibarretxe carga consigo la doble responsabilidad de conducir al nacionalismo y al Ejecutivo autonómico por la intrincada senda soberanista.

Es una ardua tarea porque tendrá que alimentar el independentismo latente de los nuevos votantes procedentes de Batasuna sin perder pie en el campo simbólico de la lucha contra ETA -de ahí la manifestación del 22 de diciembre en Bilbao-, asegurar la gobernabilidad institucional desde su minoría parlamentaria y preparar el gran salto autodeterminista. Es posible que la realidad misma de una sociedad plural y compleja como la vasca se encargue de establecer los límites de esa aventura. Si ése es el caso, el nacionalismo en el poder tendrá que plegar algunas de sus velas y mirar hacia el campo socialista a la espera de que La Moncloa cambie de inquilino.

Xabier Arzalluz, en un mitin del PNV.
Xabier Arzalluz, en un mitin del PNV.SANTOS CIRILO

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