La frontera del tiempo
Volumen que recoge siete textos publicados en este diario, este libro se nutre de elementos propios de géneros literarios (la narración, el relato de viajes, el reportaje, la indagación sociológica), que la autora ha cultivado por separado, y con reconocida solvencia, en su labor como periodista y escritora, y que, en estas páginas, coordina unos materiales enriquecidos por la acción del paso del tiempo. Abierta, cada una de las secciones del libro (dedicadas a Irak, Estados Unidos, Australia, los esquimales, el Sáhara, China y Alaska), por un breve prólogo en cuyas líneas reflexiona Rosa Montero sobre el texto escrito hace años, a las fronteras que, en su día, tuvo que cruzar la autora (las geográficas y políticas, y las culturales, las fronteras "interiores", íntimas, "esas lindes del ánimo") se suma, ahora, otra frontera más inexorable e inquietante que es la del tiempo: "El mundo cambia constantemente, y asomarme a algunos de estos textos ha sido para mí como atisbar por la ventanilla de un tren un paisaje que la velocidad distorsiona. Es que, de algún modo, viajar es también enfrentarse a la fugacidad". No obstante, los cambios registrados en algunos países de los visitados y descritos por Rosa Montero hace veinte años no restan, ni mucho menos, interés ni actualidad a los textos. Por el contrario, el testimonio de la autora permite al lector tener una visión retrospectiva de problemáticas políticas y sociales hoy cruciales. Ése es el caso de Irak y el abismo, escrito en junio de 1979, donde Rosa Montero describe un país bien distinto, desgraciadamente, del actual; un país, el de entonces, donde "no se encuentra esa pobreza cruelmente pintoresca de otros países árabes", con una educación obligatoria y gratuita, sin discriminación de sexos, y una asistencia sanitaria al alcance de todos los ciudadanos; un país contradictorio, puritano en demasía, en el que, no obstante, había divorcio, se había prohibido la poligamia y llenado las fábricas y barrios obreros de guarderías gratuitas, pero donde un año antes se había fusilado a 21 comunistas. Con todo, Montero terminaba su reportaje diciendo que Irak "es un país en marcha". Un mes más tarde, Al Bakr era destituido, renunciaba a la presidencia de la República, al Consejo de Mando de la Revolución y a la secretaría del partido Baas, cargos que ocupó Sadam Husein, e inmediatamente Irak "se hundía en un pantano de agresividad bélica".
ESTAMPAS BOSTONIANAS Y OTROS VIAJES
Rosa Montero Península. Barcelona, 2002 155 páginas. 15 euros
Espléndido es el capítulo del libro dedicado a Estados Unidos (Estampas bostonianas), escrito en 1985, y resultado de unos artículos que Montero publicó en EL PAÍS, ocasionando entonces una sonada polémica debido a algunas opiniones de la autora. Entre otras, las que apuntaban a la diferencia cultural: "Lo único que he llegado a saber a ciencia cierta sobre los norteamericanos es que son raros, muy raros. Estados Unidos es un país diverso y enorme, un continente en sí mismo, un mundo encerrado en su colosalismo"... "Resulta inquietante porque en apariencia son como nosotros. O sería mejor decir que nosotros somos como ellos. Vestimos los consabidos e idénticos pantalones vaqueros, compramos las mismas marcas de electrodomésticos, tarareamos sus canciones de moda y bebemos Coca-Cola como ellos". Pues bien, en la introducción a este reportaje, la autora, lejos de retractarse de sus anteriores juicios, afirma: "Después de escribir estos artículos viví otro año más en Estados Unidos y creo que conocí mejor a los norteamericanos. Hoy les considero más complejos, más contradictorios y más diversos". No es una aseveración gratuita -eso sería inusual en pluma de Rosa Montero- pues, como constatará el lector, el texto la ilustra de sobra (no se pierdan la descripción de una misa episcopalina en una iglesia de Boston, donde el oficio religioso se presenta como un espectáculo, con acomodadores que sientan a los asistentes en su sitio y le ofrecen el programa del acto que van a presenciar y en el que constan los nombres de quienes intervienen, "desde el protagonista, que es el oficiante mayor, hasta los artistas invitados, que son los acólitos". La verdad es que Rosa Montero se muestra más ajena a los habitantes de Estados Unidos (o, mejor dicho, ellos a ella) que a los australianos (Australia, la última frontera), capaces de construir una sociedad multicultural, tolerante y abierta, creando un país en el que existen cien culturas, trescientas lenguas y ochenta religiones, o que a los inuits (Esquimales, 1992), parte de los habitantes de Nunavut, territorio reconocido por el Gobierno canadiense hace pocos años, con autogobierno, y cuya población más anciana ha pasado de vivir la mayor parte de sus vidas en un iglú y en la edad de piedra a envejecer y morir en pleno siglo XX.
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