Andalucía en una unión ampliada
La decisión adoptada en el Consejo Europeo de Copenhague, supone que a partir del uno de mayo del año 2004, la Unión Europea tendrá diez nuevos miembros, lo que elevará su número total a veinticinco.
Desde el año 1951 al año 2002, el proyecto común europeo aumentó en nueve miembros, de los seis miembros fundadores a los quince actuales, incluida España. De un solo golpe, se producirá dentro de poco más de un año, un aumento superior al producido en el medio siglo anterior.
La razón de ser del proceso de ampliación es evidente. Acabada la guerra fría y desmembrada la antigua URSS, no existían razones para oponerse a la reconstrucción del mapa europeo, incluyendo a quienes se habían quedado en el otro lado en la división del continente que siguió al final de la Segunda Guerra Mundial. Existe, por tanto, un fundamento de reparación histórica en la decisión de ampliar la UE.
Las exportaciones andaluzas pueden encontrar nuevos mercados sin tener que afrontar competencia en otros sectores
No obstante, debemos ser conscientes de que las cosas serán un poco más complicadas que en anteriores procesos de ampliación. Veinticinco miembros significarán una forma distinta de funcionar y de decidir en el seno de la UE. Los trabajos de la Convención europea en curso pretenden dar respuesta a este problema de funcionamiento interno de las instituciones comunitarias, proponiéndose, además, como elemento destacado, la elaboración de una Constitución Europea.
En los últimos años, he participado en varios debates públicos sobre las consecuencias de la ampliación para Andalucía, y siempre me ha llamado la atención que, en ellos, el tono general haya sido de incertidumbre y de pesimismo. Nunca he estado de acuerdo con esta forma de ver las cosas, y ahora menos. Explicaré por qué.
La ampliación supone básicamente que la actual UE se amplia al centro y al este de Europa. Eso no cambia las coordenadas de Andalucía, aunque en términos relativos es evidente que quienes éramos ya el sur de la Unión, lo seremos más respecto de su futuro centro de gravedad geográfico, que indudablemente se trasladará al Este.
Pero esta constatación meramente geográfica no debería convertirse en un sentimiento político negativo, sino todo lo contrario. Desde España y Andalucía, debemos ser capaces de defender la importancia de la política mediterránea para la Unión Europea. Si no es así, nadie lo hará en nuestro lugar. La presencia de dos países mediterráneos, Chipre y Malta en el grupo de los nuevos adherentes es un motivo suplementario para ello.
En términos económicos, el peso de todos los nuevos países miembros en su conjunto, no es superior al de los Países Bajos. A pesar de ello, la transición económica de los últimos años está haciendo posible el desarrollo de una capacidad adquisitiva superior de sus ciudadanos, lo que origina no sólo una mayor apertura de los mercados existentes, sino la aparición de nuevas oportunidades.
Me parece que ello es significativo, ya que, por ejemplo, las exportaciones de frutas y hortalizas procedentes de Andalucía pueden encontrar nuevos mercados donde estar presentes, sin que en contrapartida afrontemos una competencia directa relevante en otros subsectores. Argumento igualmente válido para buena parte de nuestra industria agroalimentaria, que puede encontrar allí nuevos destinos comerciales.
En otros sectores industriales esta posibilidad es probablemente menos evidente, pero es difícil generalizar. Lo que sí parece cierto es que en sectores concretos se pueden encontrar posibilidades de negocio, aunque la distancia geográfica y el desconocimiento de esos nuevos mercados europeos sean factores que exijan un esfuerzo adicional, no siempre fácil, a las empresas andaluzas.
En nuestro sector turístico, el desarrollo de una clase media con elevada capacidad adquisitiva en algunos de los países candidatos empezará a abrirnos las puertas de sus nuevos destinos turísticos. Es verdad que estamos hablando de un proceso que tardará todavía algún tiempo en emerger, pero convendría empezar a tomar posiciones al respecto.
He dejado para el final lo que suele ser el tema más polémico y, en mi opinión, fuente de mayores equívocos, cual es la influencia de la ampliación sobre las políticas actuales, en particular, sobre la política agraria y las políticas estructurales.
La ampliación de la UE consolida la razón de ser de la política agraria comunitaria durante un buen tiempo, cuanto menos hasta el 2013. Frente a quienes desde dentro y desde fuera de la Unión han puesto en cuestión los fundamentos de la PAC, la entrada de países con sectores agrarios importantes y que necesitan de reformas urgentes, legitima aún más si cabe la razón de ser de una política agraria común.
Ello no quiere decir que todo vaya a continuar igual. La reforma de la actual PAC, su aproximación a las preocupaciones de los ciudadanos y los ajustes a los mercados internacionales, son necesarios. Bien es cierto que la dotación presupuestaria de la PAC deberá repartirse ahora con más países, pero ello no es óbice para que continúe siendo una parte fundamental de las rentas de nuestros agricultores.
En cuanto a los fondos estructurales, la entrada de nuevos países con un nivel de renta per cápita claramente inferior a la media europea comunitaria, provocará un reajuste de las regiones del llamado Objetivo 1, que son las que perciben una mayor intensidad de ayuda. Pero a pesar de ello, Andalucía seguirá siendo receptora de estos fondos al ser nuestra renta media inferior al 75% de la media comunitaria.
La ampliación de la Unión Europea es una oportunidad y no una amenaza. Nuestro horizonte no acaba en Despeñaperros, ni tampoco en los Pirineos, sino que se amplía hacia el Sur y hacia el Norte ofreciendo nuevas posibilidades de desarrollo. Ese es el reto y no debemos desaprovecharlo.
Luis Planas es director del Gabinete del Comisario de Asuntos Económicos y Monetarios de la Comisión Europea.
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