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Reportaje:EXCURSIONES | HOCES DEL RÍO PIEDRA

Un resquicio para la vida

Este barranco abre un paréntesis de verdor en el alto páramo donde lindan Guadalajara y Zaragoza

No hay en toda España un lugar más apartado del siglo que el alto páramo donde se tocan Castilla y Aragón. Entre Molina y Daroca, la carretera atraviesa una llanura mineral cuya horizontalidad sólo es rota por alguna aldea espectral, por alguna sabina antediluviana y por alguna grulla que anuncia con su trompeteo -"gruh, gruh, gruh"- la insólita irrupción de un vehículo a motor. Hasta las señales de tráfico son tan antiguas que nadie recuerda qué significan.

El río Piedra, sin agua desde hace 20 años a causa de la pertinaz sequía, subraya con su silencio el desamparo de un mundo de relojes parados, de almanaques descoloridos que ya sólo deshoja el viento.

Por increíble que parezca, este cauce seco que nace allá por Tartanedo, en el confín oriental de Guadalajara, y que se cuela en Zaragoza poco después de rodear las ruinas del castillo de Embid, es el mismo que luego adorna con mil cascadas el monasterio de Piedra.

Los acantilados de roca caliza ofrecen refugio a escandalosas grajillas y buitres leonados

De dónde sale el agua que alimenta este complejo turístico de Nuévalos es un enigma que nos inquieta, pero que hoy no nos toca resolver. Bastante descubrimiento para una jornada es el profundo cañón que describe el Piedra no más entrar en tierras aragonesas, entre Torralba de los Frailes y Aldehuela de Liestos: un grato paréntesis en la monotonía del altiplano, sin agua pero rebosante de vida.

El acceso a las hoces del río Piedra está indicado a la entrada de Torralba, junto al humilladero, y es un amplio camino de tierra señalizado con letreros de madera que lleva inicialmente hacia la ermita de Nuestra Señora de la O -visible al sur del pueblo- y, tras una hora de suave bajada por el barranco de la Cañada, hasta un meandro del río Piedra donde yacen los restos del molino de Torralba.

La aceña de sillares descabalados, los chopos decrépitos, los torreones arañados por la erosión en las cornisas del cañón y el río sin agua forman un conjunto tan ruinoso y estremecedor que uno puede sentarse cómodamente a llorar sin buscar en su interior otros motivos.

Más alegre, pero igualmente sobrecogedor, es el espectáculo que depara el cañón a medida que se avanza por él aguas abajo (es un decir), pues muy pronto se revelan sus hoces como majestuosas avenidas de hierba entre muros anaranjados de hasta cien metros de altura.

Estos acantilados de roca caliza, lejos de ser los testigos inconmovibles de la agonía del río, ofrecen refugio a multitud de aves, entre las que se reconocen, incluso con los ojos cerrados, las escandalosas grajillas y los buitres leonados, estos últimos despegando con una serie corta de sonoras batidas seguida de un planeo sibilante que produce una impresión casi táctil, como de seda.

Aunque el cañón va estrechándose poco a poco, ningún obstáculo impide andar ufano y ligero por su fondo hasta que, cumplidas dos horas de marcha, se llega a un derrumbamiento que parece obstruirlo por completo. Sin embargo, basta rodear por la derecha unos cuantos bloques para asomarse del otro lado a la sorpresa de una fronda indómita, una selva de fresnos, sauces, arces y carrascas que medra a favor del aislamiento, la umbría y la humedad residual, y que obliga a abrirse camino en lo sucesivo como por un túnel, culebreando por el lecho pétreo del río seco, sin perder de vista que los cantos rodados, pulidos y musgosos, resbalan como el hielo.

Después de tres horas de paseo, se arriba a la llamada Puerta de la Hoz, donde ceden la espesura y los salvajes cortados para dar paso a un valle más abierto y andadero. De hecho, un buen camino agrícola que nace aquí mismo, al otro lado de un campo de cultivo, permite subir bordeando las lomas que se alzan a mano derecha para llegar en media hora más a Aldehuela de Liestos. Ya sólo resta volver a Torralba por una carreterilla de cuatro kilómetros apenas transitada. Días pasados, en la hora que nos llevó recorrer este tramo asfaltado, sólo nos adelantó un coche. Esto sólo pasa en el alto páramo donde se tocan, sin que nadie lo vea, Castilla y Aragón.

Una casa junto al cañón

- Dónde. Torralba de los Frailes (Zaragoza) dista 240 kilómetros de Madrid, yendo por la carretera de Barcelona (N-II) hasta Alcolea del Pinar (salida 135) y luego por la N-211 hasta Molina de Aragón. Una vez aquí, hay que coger por la CM-210 hacia Rueda y Cillas, seguir por la CM-213 en dirección a Daroca, doblar a la izquierda 13 kilómetros después de pasar Embid (hacia Alhama de Aragón) y volver a desviarse a esa mano siete kilómetros más adelante.

- Cuándo. Ruta circular de 16 kilómetros y unas cuatro horas y media de duración, con un desnivel acumulado de 200 metros y una dificultad media, recomendable en cualquier época del año. Las lluvias suelen dejar algunos tramos embarrados o ligeramente encharcados, por lo que aconseja ir calzados con botas de montaña.

- Quién. Casatur (teléfono 976 80 09 69) gestiona el alquiler de dos docenas de casas rurales en el entorno del río Piedra. En Torralba están Casa Aranda (120 euros al día, casa completa de ocho plazas) y Casa Matilde (30 euros, habitación doble con baño). Más información en la web www.ecoturismoaragon.com/jiloca/consulta.asp

- Y qué más. Cartografía: hoja 25-18 (Used) del Servicio Geográfico del Ejército o la equivalente (464) del Instituto Geográfico Nacional.

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