Nuevo socialismo
A diferencia de sistemas y creencias que apenas se han movido del sitio en siglos (con la convicción de que el mundo es para ellos y no ellos para el mundo), el socialismo ha sabido seguir las huellas del cambio social por él mismo promovido en buena parte. Por el camino han quedado girones coyunturales y dogmas. Lo que resta, si hubiéramos de resumirlo en una frase, sería "la defensa del más débil". Naturalmente, nos alegramos de no tener que apelar a ese reduccionismo, que apenas es válido incluso si nos limitamos a comparar entidades primigenias, o sea, el socialismo de hoy con el de ayer. Con todo, la "definición" anterior sirve para seguir marcando distancias con el interesado pesimismo social del dejar hacer, dejar pasar.
De nuevo socialismo es el título del reciente libro de Jordi Sevilla, nombre que ya no necesita presentación. No estoy seguro de que el título del libro sea el más idóneo. "Nuevo" sugiere distinto y puede incluso hacer pensar en un cisma actual, que no existe. El socialismo, hoy, o el socialismo renovado, el socialismo en nuestros días, etc. La evolución del socialismo (y a ello le dedica también espacio Jordi Sevilla) sería acaso un título más académico y menos combativo. Sevilla es combativo y cree fervientemente lo que dice; pero su tono es sereno, aristocrático, tan generoso que no duda en afirmar que nadie posee toda la verdad. No hay doctrina perfecta y no hay sociedad perfecta. A mayor abundamiento, "el futuro no está escrito". Se contenta Sevilla con una constatación: el presente podemos y debemos hacerlo los seres humanos e imprimiéndole una dirección. El factor humanamente democrático lo es todo. Que el destino de la especie no sea obra de unos pocos ni que a fuer de consentidas, ciertas fuerzas -como la tecnología- se hagan autónomas más allá del punto de retorno, movidas por leyes intrínsecas que no dejen más margen a la libertad humana que patear y patalear en resquicios anecdóticos. Haz lo que quieras con tal de que no le eches arena al engranaje. Pero sin topar con el Estado o sin topar con la Técnica, poco se puede hacer libremente si el Estado es totalitario o si la Técnica es una entidad autónoma. El pesimismo social de la derecha abandona a su suerte a grandes segmentos sociales y a sociedades enteras, de modo que no debería coger por sorpresa el efecto bumerán; y sin fiarlo muy largo.
Mucho agua ha pasado por el río desde que la economía liberal diera sus primeros y nada inciertos pasos. Era un sistema basado en el fatalismo, en una presunta naturaleza de las cosas. Según el orden natural, los pobres vivirán a este lado de la mera subsistencia... si no practican la abstinencia y se llenan de hijos, en cuyo caso Dios se encargará de eliminar los excedentes por medio de hambrunas, de catástrofes naturales, de guerras. Así, "los pobres no tienen derecho alguno a ser mantenidos". Malthus dixit, su amigo, formuló la ley de hierro del salario. Para este hombre, la caridad sería aceptable de no ir acompañada de un aumento de la población, con lo que estaríamos en las mismas. El progreso de una conciencia social plasmada en ideologías hizo desaparecer del mundo occidental los aspectos más brutales de esta doctrina, pero la idea motriz, el fatalismo, sigue en pie. Escribe Jordi Sevilla: (Para la derecha política) "Las cosas son como son y después del acta notarial extendida sobre el fracaso del comunismo, éste es el mundo que tenemos, no hay otro posible ni alternativo y mejor decretemos, de nuevo, el fin de las ideologías".
Me sería imposible, en el espacio de que dispongo, lanzar una ojeada siquiera de conjunto al libro de Jordi Sevilla, rico en ideas y en propuestas sobre igualdad, libertad, fraternidad, nacionalismo, modelo territorial del Estado, individualismo, etc. Subyace en todo ello la convicción de la autonomía humana guiada por la razón. No es tan sencillo en un mundo en el que se impone un determinismo antiutópico del presente, con su previsible resultante futura. Y en el que se niega la "razón dialogada" que pide Sevilla. Una razón, por otra parte, que, vuelta sobre sí misma, se aleja de la abstracción de que fue objeto por parte del economismo clásico y que todavía está en vigor. La globalización, como la tecnología (o a la inversa, pues a la postre la tecnología crea la globalización) se confunde con la lógica implacable de las cifras. La realidad, sin embargo, no es una ecuación matemática, por la sencilla razón de que el ser humano no es la máquina prevista por Galileo. Pero la ciencia y cierto racionalismo filosófico se coló insensiblemente en la economía y ésta redujo al hombre (tal vez sería más exacto decir que se adhirió a la idea) a un haz de pulsiones innatas válidas para todo tiempo y lugar. Basta con recordar que ya a mediados del siglo XIX habían surgido escuelas de "matemáticas de la economía" y en las que la razón histórica está del todo ausente. "Mi teoría de la economía es de carácter puramente matemático", escribió Jevons.
Las cifras de la física serán erróneas si tienen alma; las de la economía, si no la tienen. Dos más dos serán cuatro para unas cosas y serán cinco, seis, cien para otras. La razón del fatalismo de los hechos, la razón abstracta que desemboca en una acción única, se dará de bruces con la diversidad humana, si antes no tropieza irreversiblemente con la naturaleza. Por eso Michael Harrington denominó el siglo XX (en el que por cierto todavía vivimos) el siglo accidental.
Hemos escrito que el libro de Jordi Sevilla está repleto de ideas, de propuestas, de sugerencias; todas ellas encaminadas a otro modo de hacer política, dando por sentado que el ser humano es todavía dueño de su destino. Un ser humano no fragmentado en una masa amorfa, sino en posesión de una libertad real, con sus adherencias consustanciales. Pero el "nuevo socialismo" es también una invitación al diálogo, pues como hemos dicho al principio, Sevilla es el primero en reconocer que nadie está en posesión de toda la verdad. Es la suya una postura abierta, una invocación ferviente a "la razón dialogada". Y, en efecto, discutibles son algunas de sus ideas, como la de libertad; pues tal como él la define nos recuerda a un Leviatán con el que con toda certeza está en profundo desacuerdo. Jordi Sevilla es un idealista pragmático, todo lo que del lado de la justicia se puede ser en nuestros días. Alguien, en suma, con quien es gratificante el diálogo, que a él tanto le gusta.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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