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Columna
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Viejos

Los viejos, las amas de casa y los inmigrantes ilegales son tres importantes pilares de nuestra economía, cuyo trabajo no es reconocido por el Estado ni despierta gran aprecio en la sociedad que se beneficia de él. Los tres colectivos están muy maltratados económicamente, pero el que más perturba nuestra mala conciencia es el de los viejos. Todos tenemos alguno en nuestra familia y todos, amas de casa e inmigrantes incluidos, esperamos rondar los 75, que es la edad recomendada por la Organización Mundial de la Salud para hablar de ancianos sin que nadie se ofenda.

El Libro de Estilo de este periódico aconseja evitar la palabra por el tono peyorativo que pueda tener y es partidario de emplearla sólo para referirse a las personas decrépitas. Qué curioso; a mí me enseñaron que ancianos era el modo respetuoso de referirse a los viejos cuando esta palabra dejó de ser un término positivo. Porque hubo un tiempo en que la palabra viejo estuvo cargada de admiración y respetabilidad. Viejo profesor llamábamos a Enrique Tierno Galván cuando era alcalde de Madrid. Librerías de viejo seguimos llamando a las de lance, sin que la expresión contenga atisbo alguno de desprecio, todo lo contrario. Luego el término se hizo políticamente incorrecto, porque lo viejo en una sociedad consumista es lo inútil. Viejos son los coches, viejos los ordenadores y los electrodomésticos; pero no las personas de ochenta años. En casa, ya digo, me dijeron que había que llamarlas ancianos y luego ciudadanos pertenecientes a la tercera edad, un eufemismo que también se ha hecho ofensivo rápidamente y que hoy está en desuso. Ahora, en el colmo de la estilización, a los que tienen más de 65 años se les llama mayores, lo cual convierte al resto de la población (de 0 a 64) en menores, un término muy apropiado en el proceso de infantilización social al que estamos sometidos.

Estos desplazamientos semánticos parecen caprichosos, pero tienen su explicación en realidades sociales. ¿Cómo no se va a asociar a la decrepitud física el término anciano si dos de cada tres andaluces mayores de 65 años viven por debajo del umbral de pobreza? El martes se celebró en Benalmádena el VI congreso de la Federación de Organizaciones Andaluzas de Mayores, y allí se denunció que muchos viejos andaluces viven con 231 euros al mes. Algunas mujeres, con menos. Lo extraño en esta situación es que a los ancianos no se les haya relacionado, como les ha sucedido a los inmigrantes, con el aumento de la delincuencia. ¿Cómo se puede sobrevivir con este dinero sin dar un palo, sin hacer equilibrios en el límite de la ley, sin presidir una caja de ahorros cordobesa? "Salen adelante -explica el secretario general de la Federación- porque siempre han vivido con austeridad y eso les permite subsistir". O porque tienen familia y pueden trabajar para ella ocupándose de los nietos mientras los padres trabajan de sol a sol. ¡Qué jugada la de éste y otros Gobiernos aprovechando el instinto familiar de los españoles -el trabajo de los viejos- para ahorrarse el coste de las guarderías y el de unas bajas decentes por maternidad!

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