El garbanzal de Miacum
La asociación vecinal de Carabanchel Alto publica un libro con la historia de este pueblo, unido a Madrid en 1948
Una humilde legumbre, el garbanzo, puede haber dado nombre a todo un distrito de 231.000 habitantes. Y es que, según algunas teorías, la palabra Carabanchel proviene de garbanzal, una planta que se daba bien en estas tierras del sur donde estuvo enclavada la villa romana de Miacum. Ésta es una de las curiosidades del libro sobre la historia de Carabanchel Alto recién publicado por la asociación de vecinos del barrio. Pero no la única.
La idea de bucear en la historia del vecindario nació en 1998, cuando Juan Manuel Escobar Montero, historiador nacido en Carabanchel, preparaba una conferencia para conmemorar los 50 años de anexión de este antiguo pueblo a la ciudad de Madrid. A los datos de la Edad Media y Moderna se fueron añadiendo testimonios de épocas más recientes, hasta llenar 235 páginas.
El libro recuerda, por ejemplo, que a mediados de los años cincuenta, Carabanchel Alto estaba formado por cinco barrios bien diferenciados. El de la plaza de la Emperatriz, con quioscos de venta de pipas y tebeos viejos; el de Pajarones, denominado así por la afición de sus habitantes a cazar pajaritos con ballesta; el de Cocherones, porque en él se encontraban las cocheras de los tranvías; el del Faro, en honor a una antigua taberna, y el de Las Máquinas, que albergaba un viejo almacén de maquinaria convertido hoy en el centro de mayores Alfredo Aleix. En este último barrio se hallaba también el cementerio, un lugar muy frecuentado por la chavalería que, a falta de videoconsolas, se entretenía sacando esqueletos de las cajas.En el entorno de lo que hoy es Carabanchel existió una villa tardorromana, Miacum, que algunos investigadores sitúan junto a la actual estación de metro de Eugenia de Montijo, y otros, en los alrededores del zoo de la Casa de Campo. De ella sólo queda un mosaico en el Museo Municipal de San Isidro.
Carabanchel Alto tuvo su primer Ayuntamiento en 1843. Estaba formado entonces por 224 casas con cárcel, escuela, iglesia y un teatro. Disponía también de fonda, fábrica de jabón, tiendas de licores y cultivos de trigo, cebada, garbanzos, avena, algarroba, habas, guisantes, almortas y vino.
Hasta la Primera República y la Restauración borbónica, los Carabancheles tenían un aire rural y de recreo. La propia reina regente María Cristina adquirió una finca, la de Vista Alegre, para el veraneo de su familia. Pero a partir de entonces fue convirtiéndose en un barrio obrero.
Esa tendencia se acrecienta tras la Guerra Civil con la llegada de inmigrantes del campo. Es una época de grandes carencias: faltan escuelas, y la pavimentación y el abastecimiento de aguas son muy deficientes. Para luchar por la mejora del barrio nace, en 1973, la asociación de vecinos. Tres años después, la nueva entidad participa de lleno en lo que se llamó la guerra del pan, una movilización por el fraude en el peso de este alimento básico en la que también participaron otros vecindarios populares como Orcasitas.
Otra de las batallas fue conseguir el parque de las Cruces para disfrute del vecindario. Tres décadas después, su principal reivindicación es que la red de metro, ahora detenida en Abrantes, llegue a Carabanchel Alto.
El libro, que se vende en la asociación (91 508 95 62) al precio de seis euros, recopila también semblanzas, imaginativas y poéticas, de la vida carabanchelera. Personajes como El Cachuli, un borrachín que sobrevivía recogiendo cartón; El Pepino, un enamorado no correspondido; Pedro, el quiosquero; el cerillero del bar Montijo y otros que, con sus vidas anónimas, tejieron la historia del barrio.
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