Una cuestión de tamaños
Hay una nueva galería de arte en Bilbao. Está en el Muelle de Marzana, 5 y se llama Espacio Marzana. El invitado a inaugurar el espacio ha sido el pintor Alfredo Álvarez Plágaro (Vitoria, 1960). Los cuadros expuestos son de pequeño formato. Cada obra tiene su doble repetido. Es casi igual una a otra, sin serlo del todo. En la primera mirada dicen poco. Si no atraen, quizá se deba a la pobreza simplista de los temas mostrados y a la utilización excesiva de la espátula. El recurso del espatulazo raya en lo fácil, cómodo y amorfo...
Mas cuando la mirada se demora en analizar, pormenor por pormenor, cada fragmento de las obras, ahí aparece la riqueza que comportan los múltiples matices. Hablamos de las irisaciones, los raspados, los relieves de pasta, la raya oblícua llena de gradaciones de colores, entre otros hallazgos. Ah, de haber mostrado los notables dibujos que aguardan en una carpeta (no a la vista), ello beneficiaría al propio artista. Con todo, haría falta saber cómo se desenvuelve en los tamaños grandes.
En relación con los tamaños, observamos que en la exposición de Carlos Lizariturry (San Sebastián, 1955), en la galería bilbaína Colón XVI, todo hace indicar que las esculturas de acero forjado que presenta se han achicado para amoldarse al espacio galerístico. Lo que parecía propicio a la dimensión del cuerpo humano -cuando menos-, se ha quedado a medio camino. Ningún artista debería creer que el material por sí sólo trabaja para él en lo que son zonas amplias. El cuidado que atesora, en este caso, mediante la ejecución de los cortes, las curvas, los encuentros, ese mismo cuidado es aplicable a todo lo que conforma la escultura total. Pero esto es obvio. Los collages son finos, sin más. Las terracotas poseen una forma exterior ligeramente basta, sólo compensada por el intríngulis que va dentro (no visto de primeras).
En lo que atañe a la exposición de Regue (León, 1969), exhibida en la galería Juan Manuel Lumbres, la dicotomía se centra no tanto en las dimensiones como en los aspectos técnicos. Y así, mientras en los dibujos hay un despliegue riquísimo de grafías, en los dos óleos grandes mostrados el artista pone de manifiesto un pobre bagaje. Da por terminados esos óleos, cuando en realidad deberían ser el principio de algo a continuar.
Nos quedamos con esos hermosos claros del bosque, trazados por las variantes grafías que van trazando la sabia y muy sentida mano. La materia se acopla al dictado de los trazos, yendo desde los minúsculos hilillos hasta las pinceladas cargadas de pasta, con la tenue fabricación de sutiles colores, grises la mayoría. Sin duda, el excelente grafista va por delante del inhábil pintor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.