También somos personas
Empezaré matizando que lo que unos consideran un método "duro" otros lo llamarían "efectivo". Conozco a Joan Fortuny desde los 14 años y ahora tengo 22. A él debo agradecerle la mayoría de mis triunfos como nadadora, aunque a su método le debo una depresión y el aborrecer la natación.
No miento cuando digo que le tengo un aprecio especial porque junto a él he pasado casi tantas horas como las que he pasado con mis padres y porque mediante hechos me ha demostrado varias veces que él también me aprecia. Pero esto no quita que discrepe con la forma que tiene de entender la natación.
Todo aquél que se va al CAR de San Cugat para entrenarse bajo las órdenes de Joan sabe perfectamente lo que allí le espera: trabajo diario, disciplina y dejar un poco de lado su vida personal (aunque yo debo alegar que cuando entré allí nadie me había explicado exactamente lo que eso significaba).
Con el tiempo aprendí a acostumbrarme a la dura rutina que el centro exigía e incluso llegué a creer que era la única rutina existente para llegar a ser una de las mejores en el agua. Sacrifiqué amigos, me alejé de mis padres y durante el año olímpico aparté mis estudios para dedicarme de lleno a la natación. De todo ello no puedo culpar al que ha sido mi entrenador todos estos años, pero sí puedo decir que nadie supo darme a tiempo el consejo adecuado.
No hay ninguna duda de que con Joan, si eres fuerte de cuerpo y mente (sobre todo de mente), logras éxitos deportivos; esto está demostrado. Sin embargo, está igualmente demostrado que muchos de los nadadores que han probado su entrenamiento han acabado dejando la natación. Yo misma lo hice. Lo que para mí era el vértice de mi vida pasó a ser la agonía más insoportable: dejó de gustarme entrenarme, dejó de gustarme competir, incluso puedo afirmar que dejó de gustarme vivir...
Y es que es evidente que cualquier práctica llevada al límite deja de ser positiva. Afortunadamente, ahora lo sé, pero para aprender la lección he tenido que sufrir mucho. Después de un paréntesis de ocho meses, en los cuales me he vuelto a encontrar como persona y he vuelto a disfrutar de los pequeños detalles, estoy convencida de que no ha sido un error volver a las piscinas; disfrutar de nuevo con la natación, sin olvidar nunca a esa niña de siete años que consiguió su primera medalla haciendo lo que más le gustaba. Sin duda, mis prioridades han cambiado y ahora no busco alcanzar la élite, sólo quiero levantarme todas las mañanas a las 6.30 y llegar a la piscina con una sonrisa dibujada en mi cara. Por ahora lo estoy consiguiendo y estoy orgullosa de ello.
La moraleja de mi historia bien podría ser el saber asignarle a cada cosa su justa importancia y el no olvidar nunca que, ante todo, los deportistas también somos personas.
Àngels Bardina, nadadora olímpica en los Juegos de Sidney 2000.
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