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El tamtan repetitivo del Premio Turner

EL TAMBOR de la protesta volvió a retumbar en el Reino Unido. Es el decorado adicional al Premio Turner, que destina la galería Tate a los artistas británicos, o asentados en el país, menores de 50 años. Pero es un sonido repetitivo que comienza a aburrir. Una década atrás aportó elementos constructivos al debate sobre la naturaleza de las manifestaciones artísticas e incluso benefició a sus creadores.

"El Turner se ha convertido en un circo y el escándalo que provoca, en un pasatiempo anual. Siempre es controvertido, así que ya no puede hablarse de controversia", señala Walter Cotten, fotógrafo y profesor de arte en la Universidad estatal de San Diego.

A Martin Creed le llegó el turno el año pasado. Su instalación era un ejercicio de percepción -las luces de la sala se encendían y apagaban-, que confirmó la teoría de los escépticos que relacionan el Turner con la provocación. "No siempre ganan los trabajos más polémicos. Tracey Emin escandalizó con su cama, pero nunca ha ganado", recuerda Michael Craig-Martin, antiguo profesor del Goldsmith College, cantera londinense de la última generación de reconocidos creadores y donde se han formado tres de los cuatro finalistas de este año.

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"El Turner ha introducido el arte contemporáneo en la cultura. De ser un país indiferente a las manifestaciones artísticas, el Reino Unido se ha convertido en la plaza mundial con un mayor grado de interés. El arte británico es foco cultural como antaño lo eran el teatro y la literatura. Es la voz contemporánea y sus expresiones ya no asustan", defiende Craig-Martin.

El escándalo ha vuelto a brotar con la exposición de los finalistas, un evento que visitan anualmente unas 70.000 personas. Fiona Banner, de 35 años, hizo batir los tambores de protesta con Arsewoman in Wonderland, cuadro con el texto de una película porno. "La pornografía ha llegado a la Tate", clamó la prensa popular. "Esto no es arte, sino bricolaje", se añadió en referencia al trabajo de Liam Gillick, instalación de un falso techo que deja ver la estructura de la galería.

Dibujos con fórmulas matemáticas y comentarios jocosos sobre los órganos vitales, además de una torre con un ordenador camuflado en su interior, titulado The Thinker (after Rodin), resumen la propuesta de Keith Tyson para la muestra del Turner. Catherine Yass, favorita a hacerse con las 20.000 libras, presenta un par de vídeos con las imágenes captadas por una cámara descendiendo a lenta velocidad desde lo alto de un rascacielos.

Basura conceptual, denunció Kim Howells, secretario de Estado en el Ministerio de Cultura. Su criticismo generó publicidad y un vacío debate sobre qué es arte. "Creía que era una cuestión muerta", escribió Laura Cumming en The Observer. "Estoy aburrido con el Premio Turner, su alboroto, desprecios y perenne controversia. El arte queda vapuleado como si se tratara de un balón en un juego que nadie conoce las reglas. Pero no importa: ¡el juego es la cuestión!", comentó por su parte Adrian Searle, crítico de The Guardian.

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