La 'guerra del velo' llega a las empresas
Un tribunal de París decidirá si un signo religioso justifica un despido
Ahora tiene 30 años, pero desde que era adolescente lleva un velo islámico estricto, que oculta su cabello, las orejas y el cuello. Esta prenda se encuentra en el origen del despido de Tallila Tahri, una mujer nacida en Argelia que se ha educado en Francia y hasta julio pasado trabajaba en una empresa de mercadotecnia telefónica. La compañía la puso en la calle por la muy precisa razón de "llevar el velo islámico". Y el Tribunal de lo Social de París se encuentra con la papeleta de decidir si es procedente prescindir de una trabajadora porque no quiere descubrirse.
Esta prenda se ve de forma corriente en los lugares de Francia donde habitan comunidades musulmanas, y desde luego en París y en su región. Sigue siendo minoritaria entre las mujeres de esta confesión, aunque cada vez resulta más habitual encontrar jóvenes veladas.
Tallila iba cubierta de una manera "más pura y fundamentalista" que otras trabajadoras, según la compañía
En la enseñanza, las batallas en torno al velo de las alumnas provocaron infinidad de incidentes en colegios e institutos a partir de septiembre de 1989, cuando Fatima, Leila y Samira fueron expulsadas de un colegio en Creil, una ciudad al norte de París. Decenas de chicas se vieron en las mismas circunstancias en los años siguientes, prefiriendo el velo a seguir los estudios sin esa prenda. Hasta 1997, en que el Consejo de Estado dictaminó que llevar el velo no es, en sí mismo, incompatible con el principio de la laicidad de la República francesa, que excluye los signos religioso de todos los centros públicos.
La decisión del Consejo de Estado añadía que ese signo religioso no puede atentar contra el contenido o los planes de enseñanza, que en la práctica se ha resuelto haciendo la vista gorda respecto a los certificados médicos que presentan las alumnas que no quieren hacer gimnasia, por ejemplo. Los incidentes escasean, una señal evidente de que se abre paso la tolerancia.
Pero la generación de chicas que protagonizaron la guerra del velo en las escuelas ya está en edad de trabajar. Y eso traslada el problema a las empresas y la Administración. En octubre, el Tribunal Administrativo de París dio la razón a un centro dedicado a la acogida de personas sin domicilio en Nanterre, una ciudad de la periferia de la capital, que despidió a una asistente social porque se negaba a quitarse el velo. El tribunal fundamentó su decisión en el principio de la laicidad del Estado, que exige la neutralidad de los empleados públicos y, por consiguiente, la prohibición de utilizar vestimentas con las que se pretenda exteriorizar creencias religiosas.
Lo que se ventila ahora es diferente: un despido en una empresa privada. Tallila Thari argumenta que ya llevaba velo cuando logró sus primeros contratos temporales, hasta llegar al contrato indefinido en julio de 2001. Sin embargo, la despidieron al cambiar de una oficina de barrio a la sede principal de la compañía.
En el juicio, del que ayer dio cuenta Libération, la letrada que representaba a la empresa Télépeformance negó todo carácter racista a este despido.
Hay muchos extranjeros haciendo ese tipo de trabajos, que normalmente se desarrollan por teléfono y delante de un ordenador, con poco o ningún contacto con los clientes. La empresa en cuestión reconoce más de 400 empleados extranjeros en una plantilla de 4.000 personas. Otras chicas van veladas, pero Tallila era la que lo hacía de una manera más "pura y fundamentalista", según la abogada. La dirección estimó que esa interpretación "extrema", en una sede en la que el paso de clientes es importante, podía herir otras convicciones religiosas o personales. "Le habían pedido que se levantara el velo, limitándolo a la cabeza, como han hecho otras empleadas", insistió la abogada. "En nombre de mis convicciones religiosas, yo no puedo", replicó la trabajadora.
¿Dónde comienza el espacio público y dónde la esfera privada? En Francia, que cuenta con una fuerte minoría musulmana -estimada al menos en cuatro millones de los 60 millones de habitantes-, las mezclas entre terrorismo y fundamentalismo islámico resultan cada vez más críticas. Sobre todo después de los atentados del 11 de septiembre. La sentencia se espera para el 17 de diciembre.
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