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Los lunes en casa

Joan Subirats

Los hombres hemos estado, y estamos aún, excesivamente centrados en el mundo laboral y aledaños. La gente era, y es en una buena parte, lo que era su trabajo, un trabajo socialmente reconocido como tal, y como tal retribuido. El trabajo, la profesión, el "curro", constituía y constituye un elemento nuclear sobre el que se han ido construyendo amistades, camaraderías, vínculos, alegrías y penas. Esa fijación y restricción vital puede generar grandes dificultades para reorganizar las propias narraciones individuales si falla o se deteriora ese aspecto cardinal de nuestra existencia. Y ése parece ser el camino en el que nos encontramos. Estamos crecientemente abocados a un mundo en el que la vinculación laboral se hace más precaria, más inestable, menos determinante de lo que somos o acabemos siendo. Precisamente por ello debemos ser capaces de saber construir más espacios vitales, aventuras y proyectos en los aledaños de ese fragmentario y discontinuo universo laboral. En este sentido, podríamos preguntarnos hasta qué punto hemos aprendido los hombres a movernos en ese gran espacio del hogar y del microcosmos cotidiano en el que siguen persistiendo y floreciendo, a pesar de todo, vínculos y lazos. Lo cierto es que todos los datos indican que, a pesar de la tendencia a homogeneizar la presencia de hombres y mujeres en el mercado de trabajo, en la casa el papel del hombre es residual y periférico. ¿Qué ocurre cuando un hombre todo trabajo, todo profesión, todo colegas, se ve obligado a salir de ese mundo por edad o por despido? ¿Cómo reingresa en el hogar?

Pronto serán un millón, si no lo son ya, los espectadores que han visto la película Los lunes al sol en toda España. Es una buena noticia que alguien en España siga con voz propia caminos que, en un contexto muy británico, ya nos había presentado Ken Loach. Y que además consiga llegar al gran público con un tema alejado de la concesión y la sonrisita fácil. Pero, a pesar de ello, convendría repensar el escenario que se nos ofrece en el filme en cuestión. La vida de los parados de la película transcurre en un porcentaje muy alto alrededor del bar, las copas o los caminos de nostalgia. Las casas de esos hombres, sus mujeres, ocupan un lugar secundario o contradictorio. Al ver el filme, a uno se le ocurre, ¿cómo transcurriría la película si en vez de contarnos las peripecias de un grupo de hombres desempleados nos narrara las vicisitudes de un grupo de mujeres en paro? ¿Estarían también todo el día en el bar de un antiguo colega o en la cubierta del transbordador tomando el sol?

Es cierto que en el filme que sirve de excusa a este comentario las mujeres ocupan un cierto lugar. Se observa, por ejemplo, cómo la ausencia de la mujer desencadena un proceso de deterioro sin límites de la existencia de uno de los afectados, que ve imposible seguir viviendo más allá del trabajo asalariado. En otro caso, la presencia femenina se constriñe al ámbito de la casa y del cuidado de la prole. En el caso más relevante, en fin, la actividad laboral de la compañera de uno de los parados provoca tensiones muy significativas por lo que tiene de cambio de los roles tradicionales. En ningún caso se observa una capacidad de los parados de acometer su reingreso en el hogar, su capacidad de construir un nuevo universo de obligaciones y relaciones en las labores de cuidado o de atención, y tampoco sabemos muy bien si al margen del trabajo ausente o el hogar marginal, esos hombres tienen otros vínculos, otros lazos con el entorno, algo que permita imaginar una sociedad de actividades plurales, justo cuando el pleno empleo nos está abandonando.

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De hecho, muchos observadores atentos de la vida cotidiana han destacado las enormes dificultades de los jubilados, voluntarios o involuntarios, para superar lo que implica su nueva vía poslaboral. En muchos casos se despiden con fingida alegría de su lugar de trabajo, en el que quizás gozaban de consideración, prestigio y respeto, para empezar a detectar que las cosas en casa no van a ser igual. Ni saben ni les dejan meterse en terrenos en los que sus carencias resultan muy evidentes. Algunos pueden llegar a sufrir depresiones ante lo que aparentemente es un vacío existencial, y pasean sus malos humores por sus escenarios más cercanos. Otros más afortunados van encontrando sus nuevos roles. Disfrutan de los nietos, hacen chapuzas, encuentran segundas oportunidades y segundas "carreras" o se atreven con fogones y cesta de la compra.

Las mujeres parece que están mejor preparadas para esas transiciones, y de hecho lo que ocurre es que no dejan de trabajar nunca. En el mejor de los casos, reducen su doble jornada anterior a una única jornada de labores de cuidado y atención a la casa y al núcleo familiar. No resulta imaginable un grupo de desempleadas tomando copas y pasando el tiempo como mejor se pueda. Uno las puede imaginar trasteando de aquí para allá, creando valor no mercantilizado, aprovechando, al fin y al cabo, su oficial situación de "paradas". Quizás ésa es otra manifestación de la necesidad de repensar roles y dedicaciones temporales de hombres y mujeres. El hombre precisa compartir espacios y responsabilidades en el hogar y en el ámbito familiar en general, más allá de las tradicionales coartadas de poner la mesa o hacer la paella el domingo. Las mujeres han tenido que llegar a ser fiables y consistentes en sus compromisos. Sus propias especificidades reproductoras lo requerían. ¿Pueden los hombres generar sus propias responsabilidades familiares y ser tan fiables como lo son en su mundo profesional, o hay algo genético que lo impide? ¿Es posible generar cordones umbilicales específicos con neveras, fogones o lavadoras? Quizás el filme que comentamos nos muestra la importancia de ser no sólo adaptables y reciclables en el mundo profesional en sentido estricto, sino también lograr serlo y tener nuestras propias responsabilidades y habilidades en ese mundo familiar y cotidiano al que siempre hemos considerado como secundario. Quizás así, no sólo lograríamos articular mejor ese reinvento diario en el que se está convirtiendo la familia, sino que además prepararíamos mejor nuestro voluntario o involuntario retiro de la esfera laboral. Acabaríamos ganando todos. Y podríamos ir explorando nuevas maneras de pasar los lunes no sólo al sol, sino también en casa.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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