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Una de risa

La chica compra palomitas en la cafetería del cine mientras su compañero adquiere las localidades en la taquilla. "¿Preguntaste si es de risa?", dice ella al reunirse con él. De su silencio deduce: "No te atreviste", y le entrega el paquete de palomitas cuando el chico da las entradas al acomodador. "Como la película no sea de risa", amenaza la chica dentro de la sala, "me devuelven el dinero, fíjate lo que te digo".

"Echan El apartamento", informa el acomodador después de colocarlos en dos butacas de la última fila. "No dijo si es de risa", apunta la chica cuando el acomodador se marcha. Y, como tienen por costumbre, ella se sienta en las rodillas del chico, de espaldas a la pantalla. "Si no vienes a ver la película, ¿qué más te da que sea de risa?", reprocha el chico. Pero hoy no es igual que otros días, ya que ella está distraída mientras él la besa en el cuello. "No se ríe nadie", observa la chica, "seguro que la película es seria".

Detrás de sus butacas hay una pared, y delante no tienen testigos de su esparcimiento, pero la afluencia de espectadores les estorba. "Todo ocupado", advierte el chico cuando el acomodador pretende ubicar en su misma fila a una familia. Los advenedizos se trasladan a otro punto, pero ahora el chico abrió el paquete de palomitas y se fija en los anuncios que proyectan. La chica descabalga a regañadientes y se sienta en su butaca. El chico concluye: "Lo pasamos mejor en los montones".

Así llama el chico a la explanada donde van cuando no consiguen dinero para el cine. Está cerca de la carretera de Fuencarral y del poblado de Pitis, es un solar con terraplenes y cardos que las parejas sin techo frecuentarán mientras no lo utilicen las inmobiliarias para construir viviendas. "En los montones estamos como en casa", afirma el chico para convencer a su chica de las ventajas de ese terreno sin edificar. Pero a ella le disgusta un sitio que en verano es un basurero, y en invierno, un páramo húmedo y frío. "En los montones me pongo perdida", se queja, "y además me congelo".

Pero en el desmonte enseguida entran en calor, aduce el chico, y ella puede chillar sin reprimirse. Cuando el amor le hace perder el sentido, la voz de la chica circula como una bandera por descampados y solares en construcción, penetra en las viviendas deshabitadas de los especuladores y golpea en las ventanas de los poderosos, que se cierran para no oír a los que se aman a la intemperie porque no tienen donde meterse.

El cine es más limpio que el desmonte, admite el chico, pero cuesta dinero y no ofrece libertad. En el cine hay que comportarse, insiste el chico, sobre todo en las películas dramáticas, porque la sala está en silencio. Por eso, la chica, antes de comprar las entradas, quiere saber si la película es de risa, porque las carcajadas de los espectadores les encubren. El único inconveniente es que el chico se entretenga con la película más que con ella. En ese caso, la chica le riñe: "¿No dices que no te gusta el cine?".

El bloque de pisos que ahora sale en pantalla se ha levantado sobre un páramo de los que visitaban la chica y el chico. Desde uno de esos pisos recién terminados, dice un matrimonio anciano: "Novios, no le deis más vueltas". Y anima a los jóvenes a comprar una vivienda con su dormitorio, su cocina, su salón y su terraza. "Me mosquea esa vieja", refunfuña el chico, "no se entera de la vida". E invita a su chica a sentarse sobre sus rodillas para no ver el anuncio. "Como en casa de uno, en ninguna parte", escucha decir a la anciana.

Ha empezado la película y Jack Lemmon charla con su jefe, un hombre casado que aprovecha el piso de Lemmon para sus infidelidades. La ascensorista de la oficina, Shirley McLaine, figura entre las favoritas del jefe, pero Jack Lemmon se resiste a facilitarle la conquista ya que ama en secreto a Shirley McLaine.

En este punto del argumento, una pareja se instala al lado de los chicos. Copiando su postura, ella se sienta de espaldas a la pantalla, sobre las rodillas de él, y nada más acoplarse, pregunta a su vecina de butaca: "¿La que echan es de risa?". En la oscuridad de la sala, la chica identifica esa voz con la de la anciana que enseñaba su casa al público. "¿Pero vosotros no teníais piso?", le interpela la chica. "No te creas los anuncios", responde la anciana.

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