Shakespeare en el Camp Nou
Uno de los espectáculos públicos más difíciles de sufrir es el que protagonizan los niños mimados cuando berrean sin freno en los restaurantes. Tratándose de niños se podría en algún modo asumir, pero lo intolerable es que los padres encima no traten de evitarlo, sino que en ciertos casos se comporten como si el llanto no se oyera o no hubiera nada inconveniente que enmendar.
Por una y otra razón, el famoso episodio del Camp Nou recordó, en vivo y en directo, la escena de los niños pataleando como posesos, y los padres, entretanto, mirando a otro lado. O más aún, en el caso de Gaspart: conduciéndose como padres que celebran la rabieta y hasta ponen de su parte para que se vuelva a repetir.
Más allá de la gamberrada que a primera vista parece, los incidentes del campo del Barça son, en versión futbolística, una pieza al nivel de 'Otelo'. Quizá la comparación se quede corta
Los aficionados esperan que su equipo les conduzca, gracias a su fundida identidad, hacia algo más alto, hacia lo que no puede acceder uno mismo y se alcanza por mimetismo
Todas las aficiones son como niños, sienten como niños y tienden a agitarse como tales. Un señor serio no puede nunca ser aficionado al fútbol. Gracias al fútbol está permitido gritar en público, hacer la ola, lanzar tacos y pegar saltos, sin que se tome a esos por locos.
El fútbol autoriza a manifestarse con la desinhibición de la edad escolar y como en muy pocos lugares y situaciones de la vida. El fútbol es del orden de la infancia y si logra actualmente un éxito tan espectacular en todo el mundo es debido al extraordinario fenómeno de puerilización de la cultura de masas. A más infantilismo cultural, más cómics, más películas de fantasmas, más negocio de chucherías, más guerra de las galaxias, más Harry Potter y más partidos retransmitidos.
Los incontables encuentros de fútbol en la televisión para el público masculino son paralelos a la abundancia de los espacios del corazón para el género femenino. Uno y otro se incrementan hoy a la vez en un doble y paradójico efecto. De un lado, acentúan las diferencias de intereses entre los sexos cuando por todas partes se proclama la igualación, y, de otra, cooperan a reducir la aspiración intelectual justo cuando nunca como ahora se extendieron tanto los niveles superiores de la enseñanza.
Partiendo de este poder infantilizador del fútbol, tan boyante en las conversaciones de los lavabos de caballeros de los estadios, la gamberrada del Camp Nou no debe sorprender a nadie. Hechos mucho más escandalosos que éstos se han registrado en campos del extranjero e incluso en países que nos superan ampliamente en los presupuestos de cultura, de enseñanza y de investigación.
Lo peculiar, no obstante, de este caso concreto son dos factores: uno, que el partido se jugara contra el Real Madrid, y, dos, que las iras se concentraran en Figo.
Empezando por Figo, todo aquello fundamental que existe bajo esa animadversión reproduce las características de la violencia de género. No se trata sólo de que un jugador haya dejado nuestro equipo prefiriendo al máximo enemigo. No se trata sólo de esto, puesto que anteriormente Schuster o Laudrup realizaron la misma mudanza sin que a los aficionados se les quedara tan malamente herido el corazón.
Lo que aquí se plantea es mucho más y coincide con los supuestos tópicos de la violencia de género. En los casos de Schuster o de Laudrup, los barcelonistas dieron el cambio por bueno considerando que ya habían amortizado esos cuerpos, pero a Figo se lo llevó Florentino en la flor de su prestación. De esa manera, la escapada de Figo resultó igual que si la novia en plena luna de miel se fuga con otro. Y no con cualquier otro, sino con el Otro.
Tras este suceso: ¿necesitaría ya el Real Madrid demostrar su superioridad? La calificación del Madrid como el mejor equipo del siglo XX, el mejor equipo de Europa o el mejor de España siempre es discutible. Unas veces lo es y otras no. Un siglo gana y otro pierde. El Barcelona, en estas comparaciones, siempre podría llegar a proclamarse alguna vez superior. Pero ¿cómo lavar la afrenta del amante burlado? ¿Cómo resarcirse de esa humillación? La herida no tiene cura fácil y han pasado dos años sin que a una parte de los culés se les haya disuelto el dolor. No son todos los culés, pero son los del fondo, el fondo de los culés. Los ultrasur no son el Real Madrid pero son el ultra Madrid. La decantación más densa, indigesta y venenosa: madridistas a tope.
¿Mujeres maltratadas? Figo, representante de la mujer que traiciona al marido, símbolo de la amada que deja al amante por el rival, fue la figura de la víctima en la violencia doméstica del Camp Nou.
En las gradas pudo verse a una gran muñeca hinchable marcada con el nombre de Figo en muestra de las fantasías sexuales de la afición, pero, además, una pancarta decía: "Figo, desde aquí olemos tus bragas, maricón". En la alineación será Figo, pero en el subconsciente culé es Figa. En el campo será un jugador, pero en el amor es una puta. Los barcelonistas no podían perdonárselo, y menos los de los fondos, que son, en todos los estadios, los más machos, en el fondo.
Verdad popular
"Los hombres que maltratan a las mujeres son poco hombres", se dice y es toda la verdad popular: en el supuesto más corriente poseen una mentalidad cobarde y en los análisis psicológicos se les averigua con frecuencia un trauma durante la edad infantil. En la violencia de género como la vivida en el Camp Nou, al infantilismo radical del aficionado se le añade el plus del macho maltratador, el poco hombre traspasado por la delirante grabación de la infancia. Niñez sobre el niño.
¿Nacionalismo catalán? Más de lo mismo. Todo nacionalismo es regresivo. Trata de rescatar una situación anterior, volver a un supuesto paraíso perdido que le arrebató la autoridad de la historia. El nacionalismo sueña con volver al pasado y se queja de que no se pueda, de que no le dejen.
Al niño mimado se le llama, en catalán, consentit porque reclama sin cesar que le consientan todo, y cuando se lo han consentido reclama más sin que nunca se declare satisfecho. Satisfaciéndole un deseo hay que contar con que seguirá pidiendo porque cualquier contradicción lo enardece y cualquier regateo a su aspiración multiplica sus berridos. Les provocaba sin más el Real Madrid, como siempre, pero les provocaba, sobre todo, Figo que no sólo les había repudiado, sino que se permitía la desfachatez de presentarse en la casa del burlado.
¿Todavía necesitará Joan Gaspart explicar en qué consistía la provocación? Los niños no se explican. Se les entiende o no. A los hinchas del fútbol no les vale la razón, ni la cortesía, ni el buen sentido. La totalidad de sus sentidos los tienen invertidos en la pasión por su equipo tal como los niños se abrazan con todas sus fuerzas al juguete favorito.
El club siempre es más que un club. El club es como un segundo yo. Un amante que resulta ser uno mismo pero muchísimo mejor. A François Mauriac le preguntaron una vez qué le hubiera gustado ser en la vida y respondió: "Moi même, mais réussi" (Yo mismo, pero triunfante). Y esto es lo que esperan del Barça, del Real Madrid o del Betis, sus seguidores: que les conduzca, gracias a su fundida identidad, hacia algo más alto. Hacia aquello que no puede acceder uno mismo, pero que se alcanza por mimetismo, afiliación y fervor en los fondos.
Más allá, por tanto, de la gamberrada que a primera vista parezcan, los incidentes del Camp Nou son, en versión futbolística, una pieza de la categoría de Otelo. Pero probablemente la comparación se quede corta. Dentro del drama psicosexual, psiconacionalista y psicohistórico de aquel partido acaso se encuentre compendiada la producción completa de William Shakespeare. Y todavía están pensando algunos en imponer una sanción.
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