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REDEFINIR CATALUÑA
Columna
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¡Viva la contrarreforma!

Tengo algunos amigos, miembros todos de la emérita familia de la Santa Inocencia, que acaban de descubrir que la Conferencia Episcopal es facha. Y digo facha con el retintín que el uso popular le ha dado a tan notable término. Una, que pensaba que la cosa estaba tan clara como la negra responsabilidad de Fraga (cuya biología es inmune a la decencia) o como el sentido de la oportunidad de Arias Cañete (inmune incluso al propio ridículo), descubre con sorpresa que aún existen almas cándidas. Vestiduras rasgadas, sobrepeso de indignación colectiva, movilización de los recursos eclesiásticos progres y hasta una especie de secesión religiosa, que intenta salvar al clero catalán de la furia mesetaria, han sido algunas de las consecuencias del último gesto inquisidor de los herederos directos de la susodicha. Y la verdad, me sorprende la sorpresa por varios motivos, uno en particular: ¿ha habido un solo gesto, declaración, intervención o misiva, en la ya larga biografía de la institución, que hubiera permitido vislumbrar un atisbo de progresismo? La conferencia ha sido, es y probablemente será lo que hay: el recodo más integrista de los viejos valores conservadores, único edificio simbólico que queda en pie de la histórica arquitectura de la contrarreforma. Rígidos celadores del camino, por supuesto, no el de Kerouac, sino el del santo... sus orondas y faldeadas figuras están cual las dejó la ínclita Cecilia Böhl de Faber, metamorfoseada como Fernán Caballero, en su temible panfleto conservador. Perdón. En lo literario, Elia no es un panfleto, sino un serio trabajo de creación, pero en lo ideológico... Sólo le falta gritar un sonoro "¡muera la inteligencia!" en feliz coincidencia con Millán Astray. La Conferencia Episcopal es contrarreforma con vocación activa, persistente y eficaz para contrarreformar todo aquello que huele a cambio, a transgresión, a desmentido de sus dogmas universales. Dice Manuel Pimentel que Mahoma escribió un famoso hadiz que dice "guardaos de las novedades, pues toda novedad es una innovación, y toda innovación es un extravío". Realmente, Dios los crea y ellos se juntan...

Hay quien me afirma que los obispos pueden ser conservadores en lo moral o religioso, pero que dejen en paz a la autodeterminación y otras cuestiones terrenales. Nuevamente, santa inocencia: ¿qué es la Conferencia Episcopal sino un poder terrenal escudado bajo la excusa de lo intangible? Dios, que sirve para un roto y un descosido, el pobre, ha sido históricamente el paraguas protector de todo tipo de intereses, poderes e influencias. La Conferencia es fundamentalmente un partido político tan teóricamente transversal como, en la práctica, unidimensional. Es decir, ideológico. Su postura en lo social y político es tan lógica como lo es su integrismo espiritual: actúa como lobby y como lobby se defiende. Personalmente, ni me extraña, ni me apela, porque no veo en esta peculiar antigualla, heredera de los viejos poderes medievales, ninguna incoherencia.

Diré más. Lo aplaudo. Una jerarquía de hombres solos, profesionales de lo divino, sin cultura democrática del poder (¿cómo va a ser democrático Dios?) y aferrados a los valores más inmovilistas de la sociedad, ¿para qué va a modernizarse? Sólo faltaría que se nos volvieran progresistas, descubrieran las bondades de la reforma que nunca hicieron y hasta aceptaran mujeres en su seno. Eso sí que sería peligroso: podrían volver a engañarnos. Pero, fieles a sí mismos, ese núcleo duro del machismo divino nos regala su coherencia día a día a golpe de Atapuerca, y los simples mortales tendríamos que estar agradecidos. No hay nada más seguro para la seguridad colectiva que la coherencia de los grupos integristas. Se vuelven previsibles.

Otra cosa es la dureza de oído que todos los sectores mesetarios influyentes presentan ante la pluralidad, la diversidad y los derechos colectivos. Estoy convencida de que el fracaso más rotundo de la transición española es éste: la imposibilidad de pensar otra España que no sea la eterna. En este sentido, ¿cómo vamos a pedir coherencia a los obispos, que son el flanco social más duro, si ni tan sólo encontramos intelectuales con los que entendernos?

Mientras los periféricos llevamos mil vidas preguntándonos qué somos y adónde vamos, y hasta intentamos ir a algún sitio, los de la España española nunca se lo han preguntado, concebida España antes del pensamiento. Por eso la declaración de los obispos suena a Stravinski por estos lares y en cambio parece puro Vivaldi en aquéllos. No suena mal, sobre todo porque no resuena. El punto más álgido de desencuentro lado a lado del puente aéreo se concreta ahí mismo: lo normal allí no es normal aquí. Por eso, queridos amigos catalanistas, ahorraos el sofoco con los obispos que sólo son la expresión burda y soez de un pensamiento colectivo. Pura retórica estridente de la mala prosa general.

Algun amigo católico añade: "Que hablen de Dios y no de los pueblos". Éste es el campeón de los inocentes. Para hablar con Dios y de Dios, ya está cada cual con su propia trascendencia. La labor de los obispos, más o menos camuflada de empresa espiritual, es hacer de políticos, eternamente nostálgicos de las épocas en que mandaban. Épocas no muy lejanas. Nunca hablan de Dios, aunque lo menten siempre. ¿Cómo es posible, sin embargo, que aún engañen a tantos?

Pilar Rahola es periodista y escritora

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