Un clásico marginal
UN NOVELISTA casi joven, ganador de un premio internacional importante -y efímero- declaraba, muy convencido, que él era un escritor marginal. En la república literaria de hoy, este narrador es una celebridad menor. Una celebridad menor, como todo el mundo, salvo tres vacas sagradas. En realidad, en nuestros días, ser escritor marginal equivale a ser celebridad menor. Sólo que, a diferencia de la idea tradicional de lo que es un escritor marginal, las celebridades menores dan entrevistas cuando presentan un libro, conocen personalmente a sus colegas autores y a los editores, tienen agente, algunos son empleados o publicistas o profesores, sirven de jurados en premios literarios, escriben en los periódicos y van a congresos de escritores; podría haber -¿lo habrá?, es sólo una idea para alguna ciudad principal- un congreso para escritores marginales, es decir, para celebridades menores.
Lo marginal pareciera no existir ya. Dudo, incluso, que la metáfora espacial que implica estar al margen, sea compatible con lo que hoy sucede. El asunto es más claro en las artes plásticas: ahora el territorio de los museos más sacralizantes acoge -y neutraliza- el arte supuestamente más contestatario. De igual modo, los grandes consorcios editoriales compiten por vender en cada temporada a nuevos novelistas marginales, transformándolos así en celebridades menores. Caso aparte ocurre con la poesía, de por sí marginal, donde los equivalentes del narrador marginal son los poetas malditos involuntarios y los poetas malditos profesionales.
El arquetipo del escritor marginal es Felisberto Hernández.
Felisberto -ese desconocido en vida a quien hoy reconocemos sin mencionar su apellido, como a Juan Ramón- fue marginal en un triple sentido: no fue consciente de su marginalidad, no perteneció a la república literaria y fue un creador desconectado de los cánones literarios. Estas cosas le dieron aire a la frescura única de su percepción del mundo y, sin convenciones que respetar, fue posible que el torrente de su imaginación se volcara en unas narraciones que colonizaron nuevos territorios que lo convierten en un escritor auténticamente original.
Felisberto es capaz de contar unas historias donde el cuerpo se desdobla y vive sus propios incidentes, los escenarios se apoderan de los personajes y el silencio debe ser oído. En sus narraciones de fondo autobiográfico -y muchas lo son-, la memoria simula no contener pasado, aunque también, sino que las situaciones se transmiten y recomponen sin desvirtuar la visión del niño que las vivió, en una especie de alucinada inmediatez en la que nunca renuncia al misterio: "Tendré que escribir muchas cosas sobre las cuales sé poco; hasta me parece que la impenetrabilidad es una cualidad intrínseca de ellas; tal vez cuando creemos saberlas, dejamos de saber que las ignoramos; porque la existencia de ellas es fatalmente oscura: y ésa debe ser una de sus cualidades. Pero no creo que solamente deba escribir lo que sé, sino también lo otro".
El nada feliz Felisberto fue pianista; tocaba acompañando películas mudas, en clubes de pueblos, dio conciertos, iba casi siempre de gira. Cuando publica el Libro sin tapas -a sus 27 años-, Vaz Ferreira comenta: "Tal vez no haya en el mundo diez personas a las que les resulte interesante y yo me considero una de las diez". Era verdad, pero también es cierto que entre los otros nueve se contaban Joaquín Torres García y Jules Superville, quien le gestionó una beca en Francia y le propició el cuarto de hora respectivo que convirtió a Felisberto en una celebridad menor, que es lo que permite que ahora conmemoremos su cumpleaños número cien. De lo contrario estaría en el olvido como todos los marginales que nunca se metamorfosearon en celebridades menores.
Lo que el tiempo ha hecho con Felisberto -mediando los comentarios consagratorios de Cortázar y de Italo Calvino- es convertirlo en un clásico marginal. Sus narraciones, las novelas cortas Por los tiempos de Clemente Colling, El caballo perdido y Tierras de la memoria, los cuentos, principalmente los contenidos en Nadie encendía las lámparas y en Las Hortensias, pueden releerse siempre con la sensación de estar en ellas por primera vez, descubriendo en cada relectura nuevos intersticios y nuevas sutilezas. En un texto publicado póstumamente, Diario del sinvergüenza, dice Felisberto: "Tengo que buscar hechos que den lugar a la poesía, al misterio y que sobrepasen y confundan la explicación": ninguna mejor clave sobre los textos que escribió.
Felisberto Hernández, obras publicadas en España: Nadie encendía lámparas (Cátedra), Narraciones incompletas (Siruela), Las hortensias (Lumen).
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