_
_
_
_
LAS EDADES DE COETZEE

FRAGMENTO DE 'LA EDAD DE HIERRO'

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

La televisión. ¿Por qué la veo?

El desfile de políticos todas las noches: solamente tengo que ver esas caras toscas e inexpresivas, tan familiares desde la infancia, para sentir abatimiento y náuseas. Los matones de la última fila de pupitres de la clase, chavales torpes y huesudos, ya crecidos y ascendidos para gobernar la tierra. Con sus padres y sus madres, con sus tías y tíos, con sus hermanos y hermanas: una horda de langostas, una plaga de langostas negras infestando el país, masticando sin cesar, devorando vidas. ¿Por qué los sigo mirando, si me llenan de horror y de asco? ¿Por qué dejo que entren en la casa? ¿Tal vez porque el reinado de la familia de langostas es la verdad de Suráfrica, y la verdad es lo que me pone enferma? Ya no se molestan en arrogarse legitimidad. Se han sacudido de encima la razón. Lo que los absorbe es el poder y el estupor del poder. Comer y beber, masticar vidas, eructar. El parloteo lento y con la barriga llena. Sentados en círculo, debatiendo pesadamente, emitiendo decretos como mazazos: muerte, muerte, muerte. Sin preocuparse por el hedor. Párpados pesados, ojos porcinos, iluminados por la astucia de generaciones de campesinos. Conspirando los unos contra los otros: lentas conspiraciones de campesinos que tardan décadas en madurar. Los nuevos africanos, hombres barrigones y de mejillas colgantes sentados en sillas de oficina: reyes Cetewayo y Dingaan con pieles blancas. Enormes testículos de toro apretados contra sus mujeres y sus hijos, apretando hasta que les quitan toda la chispa. Ya no queda ninguna chispa en sus propios corazones. Corazones lentos, pesados como pudines de sangre.

Más información
"Don Quijote' es la novela más importante de todos los tiempos. Contiene infinitas lecciones"
El surafricano John Maxwell Coetzee gana el Nobel de Literatura 2003

Y su mensaje estúpidamente invariable, siempre la misma estupidez. Su gesta, después de años de meditación etimológica sobre la palabra, es haber convertido la estupidez en virtud. Dejar estupefacto: despojar de sentimiento; aturdir, ofuscar; llenar de perplejidad. Estupor: insensibilidad, apatía, torpeza mental. Estúpido: con las facultades ofuscadas, indiferente, desprovisto de pensamiento o de sentimiento. De stupere, quedarse atónito o pasmado. Hay una relación de grado de estupor y estupefacción a estupidez, la esencia de la petrificación. El mensaje: que el mensaje no cambia nunca. Un mensaje que convierte a la gente en piedra.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_