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Columna
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El exhibicionista

Josep Ramoneda

Es una vieja táctica de cualquier forma de poder fascistoide convertir al agredido en agresor. Lo vemos cada día en mil escenarios, desde la violencia política hasta la violencia de género. El pasado domingo, Joan Gaspart no tuvo que pensar mucho para convertir este viejo truco en consigna. Una consigna que han repetido con servil disciplina todos los estamentos del club, con la excepción de algún jugador, e incluso una parte del coro de acompañamiento mediático. En el cumplimiento de la consigna se llegó a situaciones cómicas, como cuando Riquelme y Bonano explicaron que esto no era nada en comparación con lo que han visto y aguantado en Argentina. Parecía una broma de mal gusto. ¿Será que el horizonte futbolístico que los dirigentes barcelonistas nos proponen es el argentino? ¿Han sondeado a la grada para saber qué pensarán los aseados socios cuando los Boixos Nois y otras barras decidan mearse sobre ellos desde las gradas altas o regarles con cerveza?

Este juego de la inversión de responsabilidades, para ser efectivo, necesita contar con dos factores: una opinión suficientemente fanatizada como para creerse a ciegas la mentira de los suyos, por el simple razonamiento -si es que así puede llamarse- propio del pensamiento sectario de que los tuyos siempre tienen razón y los otros nunca, y una serie de instancias mediáticas e institucionales capaces de legitimar tal discurso. Hay razones para pensar que esta vez Joan Gaspart no contará, por lo menos en las proporciones en que él desearía, con este doble nivel de apoyos. En cualquier caso, el barcelonismo tiene una oportunidad de rectificar el error cometido en las urnas y quitarse de encima a un personaje que no ha hecho más que degradar en todos los niveles el club, que el pragmático tándem formado por Núñez-Cruyff -dos personas que se odiaban cordialmente pero supieron durante un tiempo optimizar sus respectivas y opuestas cualidades- llevó a las cotas más altas de su historia. Tanto en lo deportivo -las agresiones del domingo tienen mucho que ver con la frustración generada por el deterioro constante del equipo- como en lo económico -el Barça es ahora un equipo con dificultades de liquidez que se notan en la composición del banquillo- y lo social -la imagen del Barça ha sufrido con este personaje empeñado en ensuciar al club con su mal estilo-, Joan Gaspart se ha pateado en tres años buena parte de la herencia que recibió.

En cualquier caso, su actuación del pasado domingo no tuvo nada de improvisada. Más que un fanático, Joan Gaspart es un exhibicionista. Como los hombres de la gabardina, no pierde ocasión para abrirse y enseñar su impotencia. Y calcula siempre los momentos más adecuados. La penosa escapada del palco en el momento de los incidentes era, como siempre, un intento de atraer las cámaras hacia su persona. Como todo exhibicionista, no se da cuenta de que lo que enseña es ridículo. Joan Gaspart se ha cogido a Figo como su última carta. Aun a costa de convertir a un simple jugador de fútbol -un profesional que va a donde más le pagan y más le jalean- en enemigo número uno de un club tan importante como el Barça. Sin ningún desprecio para Figo, la desproporción es enorme: nunca Figo podía pensar en aspirar a tanto, ni el Barça a tan poco. Pero es la estrategia de supervivencia de Gaspart, que la ha ido trabajando minuciosamente desde que el portugués se le fue con otra. Para construir este chivo expiatorio de sus disparates, contó inicialmente con un demasiado amplio apoyo en los medios de comunicación que orquestaron la acogida a Figo en su primera presencia en el Camp Nou. Han pasado dos años, el coro se ha reducido. Pero Gaspart llevaba varias semanas preparando el acontecimiento, con declaraciones, incitaciones e iniciativas sugeridas al entorno. O Figo o nada, es el dilema de Gaspart. Florentino Pérez le hizo un regalo envenenado llevándole a Figo al Camp Nou por segunda vez. Joan Gaspart podía seguir alimentando el odio cohesionador. (Dicho sea entre paréntesis, es curioso que el cultivo del odio a Figo se ha impuesto por encima del odio al Madrid, que ha pasado a ocupar un papel secundario). Al aprendiz de brujo Juan Gaspart esta vez se le ha ido la mano y si los aficionados azulgrana reaccionan -no se dejan obnubilar por las bajas pasiones, que casi nunca son buenas consejeras- Gaspart pagará caro este episodio.

Por lo demás, se impone abrir de verdad el debate sobre la violencia y el fútbol. Porque de lo contrario seguiremos igual hasta el día en que haya unos cuantos muertos. Entonces, todos se rasgarán las vestiduras, incluso los que ahora hacen coro con Gaspart. ¿Cuántas muertes hicieron falta en Heysel para que se afrontara el problema de los hooligans?

Dice Bernard Lewis que Inglaterra no inventó el parlamentarismo y el fútbol por casualidad. Ambos han resultado ser eficaces sistemas de desplazamiento y sublimación de la violencia social. En el Parlamento, la confrontación violenta es reemplazada por la confrontación verbal. En el fútbol, por las patadas al balón ante una grada en la que señores muy formales se han concedido una tregua de dos horas para el comportamiento energuménico. Las patadas a la pierna son en el fútbol lo que los insultos en el Parlamento, pero mientras el árbitro controla más o menos la situación y el barullo no llega a la grada, todo queda dentro de un orden. El problema es que últimamente la grada es casi tan motivo de atención como el césped. Algunos dicen que la televisión ha tenido que ver con ello, porque hay mucha gente que ve la posibilidad de conseguir su minuto de gloria. El problema de un espectáculo concebido como vomitorio de la violencia social es que es eficaz mientras realmente la controla y sublima, pero se convierte en un peligro cuando la violencia hace masa crítica y el mecanismo de apaciguamiento -por la vía de la expulsión de sapos y demonios- se convierte en mecanismo catalizador. Cuando esto ocurre, llegan los muertos. Hay suficientes señales inquietantes como para que sea razonable anticiparse a la desgracia. Y ahí los medios de comunicación -y en especial la prensa deportiva, que es la que da carne a la fiera- tienen mucha responsabilidad en el lenguaje y en la tergiversación de los hechos. Es irresponsable apuntarse a la consigna de Gaspart: "Figo, el único culpable", del mismo modo que -en el otro lado- es irresponsable confundir el Camp Nou con el Bronx.

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