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Ciudad histórica, modo de empleo

XERARDO ESTÉVEZ

Hábitat, organismo de la ONU para los asentamientos humanos, ha elegido a Santiago de Compostela, entre 40 casos seleccionados en todo el mundo, como merecedora del premio de buenas prácticas en la modalidad de desarrollo territorial y urbano sostenible. Los premios internacionales Dubai de buenas prácticas se convocan con periodicidad bienal desde 1996; España, a pesar de tener en la democracia una práctica urbanística no muy ejemplar, lo obtiene por tercer año consecutivo: en 1998 se le concedió al programa de mejora del medio ambiente urbano de Málaga, y en 2000 al programa Vías Verdes, de reutilización de vías ferroviarias en desuso. El premio Dubai 2002 reconoce en la experiencia compostelana una "política social integradora y respetuosa con el ambiente de una ciudad histórica, combinando la cultura, la formación y la creación de empleo con el acceso a la vivienda, la rehabilitación con materiales ecológicos y técnicas de renovación que preservan el patrimonio arquitectónico, las zonas verdes y los usos peatonales".

Hace más de veinte años, en los albores de la democracia municipal, tendíamos a pensar que todo dependía del planeamiento, es decir, de la capacidad de dibujar el futuro de la ciudad a diez o doce años vista. Era aquélla una fase de primeros auxilios para paliar las secuelas de la barbarie urbanística del franquismo. También las ciudades históricas se plantearon esa necesidad, y esto se percibe hoy en aquellas que se dotaron de un planeamiento de calidad y lo han desarrollado. Pero, con el tiempo, nos hemos dado cuenta de que incluso planificando se pueden hacer mal las cosas, porque la gobernación de la ciudad histórica es una materia complicada.

La rehabilitación, que sigue siendo una práctica tan recomendable, ha introducido en los conjuntos históricos con tirón pautas de mercado de tal envergadura que los precios se han vuelto inaccesibles para la mayoría. Esto tiene un nombre: "gentrificación", anglicismo que el diccionario traduce como aburguesamiento, término que, referido al burgo, no deja de ser redundante; para el caso yo propondría más bien "señorialización".

En los años sesenta, los sectores más dinámicos de la población abandonaron unos cascos antiguos deteriorados, dejándolos sumidos en la atonía demográfica. Los que se quedaron, la población más estática y popular, con menores recursos, llamada en principio a beneficiarse en condiciones preferentes de la rehabilitación, siente hoy el aliento en la nuca al no poder soportar la presión de las plusvalías. Este flujo, por otra parte, no es nuevo, sino que, siguiendo fluctuaciones de prestigio social, viene repitiéndose desde hace 150 años.

¿Por qué hay que obstinarse en mantener la variedad social, generacional, cultural, de los conjuntos históricos? Pues porque es la única parte de la ciudad que suscita una consideración colectiva que le confiere un alto interés político y cultural y puede, por ello, actuar como gozne o encuentro en una ciudad moderna hoy muy sectorializada. Por lo tanto, atención a la rehabilitación a secas; el objetivo no es sólo la arquitectura, sino también los residentes, el tejido humano socialmente variado que infunde vida a los centros históricos. De ahí la importancia de la labor de recogida de información, contando con buenos observatorios urbanos que permitan a los ayuntamientos tener datos actualizados de la realidad cambiante, para modular sus planteamientos de acuerdo con ella.

Un exceso de celo en la protección puede tener, en ciertos casos, consecuencias negativas. La peatonalización a ultranza favorece una especialización empobrecedora de las ciudades históricas, que se llenan de restaurantes, hoteles con más o menos encanto, locales de copas, tiendas de recuerdos y todo a 100 para uso de turistas que, en grupos y con banderita en cabeza, toman las calles durante el día y desplazan la actividad ordinaria, entorpecen la normalidad ciudadana y perjudican la calidad residencial en beneficio de un estrecho segmento del sector terciario. Por este camino, las zonas históricas pueden acabar convertidas en parques temáticos o en escenarios folclóricos, porque la imagen que los operadores venden de ellas es una serie de estereotipos y lugares comunes al servicio del turismo y de la llamada "economía de tarde".

Por lo tanto, se plantea un dilema: ¿la política apropiada para los conjuntos históricos va de modelos -plan, peatonalización, especialización- o de criterios? Sin dudarlo, me pronuncio por lo segundo. Pero ¿cómo se adquieren los criterios? A estas alturas ya sabemos que no hay soluciones universales, y que la norma de procedimiento se podría condensar en el "conócete a ti mismo" socrático; esto es, conoce la realidad de la ciudad y de sus habitantes, razona y actúa con una dimensión cultural y educativa, con planteamientos que promuevan valores sólidos y fáciles de asimilar, en una sociedad real de los ciudadanos y del mercado.

En una ciudad histórica es fundamental saber lo que hay que hacer en términos territoriales y tomar decisiones sobre el papel que tiene que jugar el centro histórico en el conjunto urbano. Es decir, si hay que concentrar actividades y equipamientos generales (museos, auditorios, bibliotecas) para que contagien de vitalidad un entorno átono y degradado, o si, por el contrario, el exceso de interés económico e institucional tiene que conllevar iniciativas de descentralización. Si el conjunto histórico está saturado de actividades terciarias, hay que aligerar esa presión mediante un proyecto descentralizador; si está inerte, si ha perdido fuelle, hay que impulsarlo e infundir, como quiere la Unesco, nueva vida a las viejas ciudades.

Otra faceta importante de la rehabilitación es su cuantificación económica, calculando y dosificando el momento y la cantidad de la participación pública y privada en función de la diversidad social, según las circunstancias de cada centro histórico. Conviene eludir aquellas políticas que, cuando no hay atractivo para el mercado, lo dejan todo a merced del sector público, y después, cuando crece el interés inmobiliario, tratan de excluirlo para dejar el asunto sólo en manos del sector privado.

Pero también es importante modular la intensidad de la rehabilitación en términos arquitectónicos, en función de la riqueza del patrimonio. Es preciso revisar críticamente su historia documental y urbanística, conocer y reconocer sus estratos, para centrar la planificación del futuro y evitar caer en el papanatismo, en el excesivo culto a todo lo construido, que lleva al anquilosamiento y que impediría, en caso necesario, seguir construyendo en los espacios vacíos con arquitectura contemporánea de calidad.

Dimensión territorial, planeamiento, economía, cultura, política, elementos que determinan la complejidad del gobierno de la ciudad en general, son de imperativo categórico en el caso de la ciudad histórica. No creo en las soluciones unívocas, ni en las respuestas con frases hechas. Para evitar los excesos cartesianos, es bueno reinstaurar el criterio. Las instrucciones de uso o el modo de empleo de la ciudad pueden resumirse en dos citas castizas: una es la expresión que utilizaba con humor Enrique Tierno, "estar al loro", tener información; la otra es una imagen que nos viene de la memoria infantil, la del chino que mantenía en difícil equilibrio los platillos girando sobre los palos. Todo ello adobado con perseverancia y con la paciencia del santo Job, porque técnicos y políticos necesitan dedicar tiempo de reloj a la tarea de resolver día a día con calidad la relación entre la riqueza del patrimonio y el sutil tejido social.

Xerardo Estévez es arquitecto.

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