¿Normales al fin?
Decía el legendario cabaretista y escritor vienés que se requería de una muy buena dosis de catástrofe para hacer de Austria un país normal. Pese a las tragedias vividas a lo largo del siglo pasado, los austriacos parecen seguir portando en los genes esa frivolidad festiva y resignada del der papa wird's schon richten (eso ya lo arregla papá) de que hablaba Qualtinger.
Las elecciones de ayer parecen sugerir que los austriacos tambien se alejan de los fantasmas de antaño. Han premiado con una gran victoria a un canciller gris, Wolfgang Schüssel, por no dejarse chantajear por el flautista e histrión que los había seducido tres años atrás. Han hundido al partido de éste arrebatándole un tercio de sus escaños -hablamos de Jörg Haider- y han recuperado de forma consistente, aunque no suficiente, su confianza en los otros dos partidos con sentido de Estado, el Partido Socialista del SPÖ y los Verdes. Ambos suben poco si se compara con la gran escalada de más del 18% que consigue el partido conservador de Schüssel.
El líder del ÖVP tiene ahora las manos libres para crear el Gobierno que prefiera. Al humillado FPÖ, con Haider ya defenestrado, no tiene por qué ofrecerle más que una presencia testimonial en el Consejo de Ministros. Con el líder socialdemócrata Alfred Gusenbauer podrá negociar los grandes temas de Estado sin tener que entrar en una reedición de la gran coalición que siempre alimenta a los grupos antisistema como el de Haider. Y con el propio partido de los Verdes dirigido por el pausado e inteligente Van der Bellen, no debería tener tampoco grandes problemas para entenderse, en el Parlamento o llegado el caso en el Gobierno. Ninguno de los dos excluye últimamente dicha fórmula. Así las cosas, se acabaron en Austria las descalificaciones a la democracia parlamentaria, la organización de campañas de bloqueo contra países vecinos, los insultos a los socios en la UE desde despachos oficiales. Lo único espectacular es la desaparición del peor espectáculo carinthio. Así Austria desmientre a Qualtinger y le demuestra que sin drama se puede generar normalidad, incluso en Austria.
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