Ronaldo reclama más apoyos
El brasileño siembra un animado debate en el vestuario sobre la mejor manera de jugar para él
Ronaldo regresará mañana al Camp Nou a enfrentarse al paso del tiempo, a sus viejos aficionados y a la desconfianza de sus propios compañeros. El brasileño barrunta la silbatina de los hinchas del Bernabéu amenazándolo en el horizonte, dado su escaso bagaje de goles (tres) en el Madrid. Viene de marcar dos tantos a Corea, en un amistoso con su selección, disputado en Seúl, y eso parece darle ánimos. A modo de escuderos para acometer la empresa que tiene ante sí lo acompañan su pomposo narcisismo y su ambición. Dice que quiere ser pichichi de la Liga, que quiere volver a ser el que fue -literalmente: "el que fui"-, que se ha propuesto arremeter hasta contra el envejecimiento y que piensa demostrar a sus detractores - "a todos los que me critican"-, que a sus 26 años y con una rodilla operada sigue siendo ese delantero ágil y veloz que a los 20 desbordaba rivales como monigotes. Tan fuerte se siente que se ha permitido apuntar que en el Madrid no rinde como con Brasil porque sus nuevos compañeros no han aprendido a jugar con él. Ayer, al leer sus declaraciones, sus colegas de la Ciudad Deportiva madridista se sintieron un poco más irritados de lo que ya estaban. "Ronaldo me recuerda a Anelka", proclamó uno de ellos, en referencia al caprichoso ex delantero francés del Madrid que durante varios meses, entre 1999 y 2000, se quejó del excesivo juego en corto que practicaba el Madrid, e insistió en que sus compañeros no aprovechaban su velocidad con pases profundos.
Ayer por la mañana, al entrar en el vestuario, los jugadores del Madrid abrieron el diario Marca y se encontraron conque Ronaldo explicaba, desde Seúl, que su aparente ineptitud para marcar goles vestido de blanco es producto de la incomprensión que sufre por parte de sus compañeros. "He jugado un gran partido ", comentó el brasileño. "Se ha debido, sobre todo, a que en la selección me conocen muy bien y saben cómo jugar conmigo. Es normal que tenga dificultades en el Real Madrid porque acabo de llegar".
Raúl, Tote, Guti, Cambiasso, Bravo, Salgado, McManaman, Helguera, Casillas, Pavón, Morientes y Miñambres compusieron el escaso contingente que ayer se entrenó por la mañana. Exceptuando a Raúl se trataba de soldados rasos, ese grupo de futbolistas de la plantilla que se siente muy lejos de la aristocracia del vestuario. Leyeron el comentario de Ronaldo con cierta incredulidad. "No me creo que diga eso", comentaron unos; "¿ y si lo han engañado?". Otros no dudaron de la veracidad de las palabras del brasileño: "Ronaldo no tiene que decirnos cómo tenemos que jugar; nosotros hemos ganado tres Copas de Europa jugando de una manera y no veo por qué tiene que imponernos ahora la manera de jugar de Brasil, que juega para él. ¿Por qué dice que no lo buscamos? ¿Por qué no corrió los balones al hueco que le metieron el día de la Real? ¿Qué hizo para recibir un pase? ¿Qué hizo cuando nosotros no tuvimos el balón? Raúl presionó, se movió, defendió, pero él... ¿qué hizo?".
Más que por su peso objetivo, las palabras de Ronaldo actuaron por su valor simbólico en la conciencia de unos compañeros muy sensibilizados. Los privilegios de que goza el brasileño, mucho más que su salario de siete millones de euros, han socavado la relación del jugador con un colectivo fecundo en ególatras. Que se ganase el puesto de titular de forma tan automática sembró cierto malestar. Verle un día en París, otro en Moscú, otro en A Coruña, de cenas y escapadas, con la anuencia inquieta pero complaciente del club, mientras el equipo se desgastaba en malos resultados, ha despertado la envidia de sus compañeros que se ven obligados a llevar una existencia mucho más disciplinada para evitar suspicacias. Quizá las palabras de Jorge Valdano, el director general madridista, ayer en el diario As, anuncien un cambio en la actuación institucional: "Estoy convencido de que Ronaldo terminará ordenando su vida para estar a la altura del club".
Palabras más, palabras menos, lo cierto es que el brasileño se siente poco valorado futbolísticamente por sus compañeros madridistas. Considera que, de momento, sólo Zidane sabe interpretar sus desmarques. No entiende por qué los demás no confían en su genio. Por qué no le dan más balones, como sus compatriotas, que sí lo hicieron y ahí ven: dos goles. Dos goles a Corea. El clásico decidirá si De Boer y Puyol pueden superar el nivel de sus colegas asiáticos. Si los jugadores del Madrid armonizarán sus egos, y si Ronaldo volverá a jugar como cuando tenía 20 años, mañana en el Camp Nou.
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