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Columna
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Cementerio

Me gustaría pensar que en alguna parte existe un cementerio de mensajes SMS. Que los mensajes que yacen en ese cementerio son palabras de amor que nunca llegaron a su destino. La culpa la tiene la nueva generación de móviles, pequeños y sin antena. Los antiguos fueron abandonados, y a menudo arrastraron un viejo número de teléfono a la tumba. Es a esos números de teléfono difuntos a donde van dirigidos los mensajes, a veces desesperados, otras veces inocentes, que se amontonan como roñosos armazones de coches antes de ser aplastados y comprimidos por algún sistema que desconozco. ¿Qué se hace con los mensajes que no llegan a ninguna parte?

Afortunadamente, la cosa no ha pasado desapercibida y ya hay personas dispuestas a embarcarse en una expedición al cementerio de los mensajes. Todavía no se conoce bien el camino, pero se dice que con un buen equipo y un grupo de porteadores eficientes será posible explorar esta maravilla. Y después, recoger los valiosos mensajes consistirá en un acto tan sencillo como arrancar amapolas al borde del camino. Ya hay demanda por parte de gente adinerada que quiere los mensajes a cualquier precio. Otras voces se han elevado en tono de protesta, asegurando que los mensajes, a pesar de parecer salvajes, tienen su dueño y sus derechos. Todavía no se ha legislado nada, así que todo el mundo puede salir en busca del cementerio.

Algunos se preguntarán qué tienen de valioso esos mensajes muertos. Precisamente su valor radica en que su contenido humano, aunque virtualmente digital, está trenzado con emociones y sentimientos, tejidos vitales y reciclables por excelencia, así que, como el ave fénix, el mensaje puede volar de nuevo y llegar a destino, lo cual ha hecho pensar en un intrínseco componente de inmortalidad que interesa mucho a la opinión pública. Poder resucitar como un mensaje, de otra dimensión, y cumplir el cometido que uno tenía en la tierra resulta una opción nada desdeñable para los que creen que dejarán en este mundo cosas por hacer. Por ejemplo, una declaración de amor.

Muchos valientes han salido ya en busca de esas declaraciones de amor, que deben colorear la región del limbo de un rojo parecido al de la sangre, iluminando las provincias más tenebrosas de la nada. Palabras que sólo esperan una orden para echar a volar como palomas mensajeras y atravesar la frontera del no-ser. Frases que llevan el aliento de su autor, fresco todavía, y que llegan veinte años más tarde a su destinatario.

No obstante, la ubicación exacta del cementerio, grande como un país, sigue sin haber sido suficientemente delimitada en los mapas, que todavía conservan grandes espacios vacíos, como si les faltase la memoria, como si aquel sagrado lugar estuviese fortificado por alguna extraña fuerza, como si el cielo y el infierno fuesen una sola cosa en una necrópolis de pasiones donde aún se escuchan latidos. Ante la desaparición de varias expediciones que marcharon en busca del tesoro, las autoridades se preguntan si los mensajes, en su putrefacción, no despedirán un perfume opiáceo que droga al explorador y le hace soñar profundamente en cosas que no pudieron ser.

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