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Reportaje:Signos

Viaje al tuétano de Córdoba

Una colección de fotografías recorre la historia reciente de la plaza de la Corredera

El centro de Córdoba, digan lo que digan los mapas, es la Corredera. Una plaza mayor que desde el siglo XIII ha visto autos de fe, ejecuciones, ferias, mercados, corridas de toros, pleitos, dramas y comedias, y que en nuestro tiempo se ha convertido en lugar de reposo, sol y conversación para media ciudad. Ahora asume un papel nuevo, el de sala de exposiciones al aire libre; sobre la primera hilera de balcones de la Corredera se han tendido las fotos de Antonio Jesús González, que retratan en blanco y negro la vida ruidosa y revuelta de la plaza.

En estas imágenes, seleccionadas entre las más de 5.000 que ha tomado A. J. (todo el mundo le llama así) en la Corredera en los últimos 12 años, se descubre cómo era la plaza en 1989 (un poco pobre y decadente, hecha de ladrillos viejos que se desmenuzaban ante los ojos de los vecinos, pero llena de sabor y de gracia) y cómo es ahora (limpia, simétrica, tranquila, revestida de naranja, verde y vainilla, con bares de modernos, actividades culturales y un aire lejanamente playero y festivo). Y entre tanto, las zanjas, las obras, los jubilados que las observan, los comercios, los mercadillos, los compradores afanosos, los manteles de encaje, los restos arqueológicos, las fondas, los vecinos con las bolsas de la compra, los cafés...

A. J. comenzó a fotografiar la plaza de una forma sistemática cuando se presentó públicamente el proyecto de remodelación. Quería documentar el proceso: "Se me ocurrió que sería buena idea ver su evolución, porque nos dijeron que en cuatro o cinco años estaría muy cambiada". En realidad, tardó mucho más; las obras no se acabaron hasta el otoño de 2001, y terminaron protagonizando buena parte de las fotos. La plaza aparecía tomada por enormes tuberías, socavada y vallada, mientras sus habitantes hacían equilibrios para seguir atravesándola.

"Yo soy fotógrafo de prensa", explica Antonio Jesús González, que trabaja para el diario Córdoba, "y para un periódico una imagen sin gente está muerta. Lo que más me gusta es fotografiar a personas sencillas en su ambiente, ocupadas en sus quehaceres cotidianos o de fiesta. Y esta plaza, con la venta ambulante, tuvo siempre mucha vida. Había fondas en las que se podía pasar la noche por 50 o 75 pesetas, había un ambiente portuario a la antigua usanza, algo decadente, marginal, como de pequeña delincuencia, pero sin ir a más. Eso me gustaba mucho", relata.

Un reducto, una isla

"Era como un reducto, como una isla dentro de la ciudad, en la que la gente seguía yendo al ritmo más pausado de hace 50 años: madrugaban, abrían el negocio muy temprano, llenaban el soportal de mercancías, desayunaban tranquilamente (churros, nada de tostadas), y allí estaban, en las tiendas de viejo, de esparto, de sillas de anea, de botijos", agrega.

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¿Nostalgia? "Sí tengo cierta sensación de pérdida", admite A. J. "Cuando empecé sabía que la Corredera, tal y como estaba, iba a desaparecer. La fotografié para que no se olvidara, para hacer una película de esta gente, porque con ellos desaparece un estilo de vida". Junto con la exposición se ha publicado un libro (Ediciones La Posada, colección Albors), en el que se recogen cerca de 200 de las imágenes más significativas.

Por ejemplo, una en la que parece verse un velero navegando por la plaza, aunque luego resulta ser el toldillo de un puesto de venta; o el retrato de un señor de aspecto montano que pasea a un galgo muy serio. Y entre tanto, A. J. sigue tomando fotos de la Corredera. "Quizás no deje de hacerlo nunca", dice.

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