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Columna
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El valor de lo inútil

En los últimos tiempos, el pintor alavés, afincado en Mallorca, Santos Iñurrieta (Vitoria, 1950), ha mostrado sus obras en ámbitos exposicionales del País Vasco con bastante asiduidad. Puede pensarse que corre el riesgo de hacerse demasiado visto. Cierto, mas ese riesgo acaece justamente por el hecho mismo de exponer, puesto que exponer es exponerse. Los que con premeditado cálculo apenas muestran sus obras al público corren pocos riesgos. Allá ellos y sus melindrosos pavores; pavores que, por otra parte, les produce pingües beneficios, a través de encargos oficiales...

Dicho esto, recordamos que vuelve a Bilbao Santos Iñurrieta para mostrar sus obras pictóricas repletas de historias casi interminables. Esta vez en la galería Epelde & Mardaras. De nuevo los colores puros, primarios y secundarios, saltan con la potencia acostumbrada, pintados con el sereno júbilo que proporcionan al artista las mañanas de la isla mallorquina.

Siguen los leves guiños hacia las obras de artistas varios, como Picasso, Miró, Juan Gris, Matisse, Chirico, Niki de Saint-Phalle y otros; aunque en esta ocasión percibimos con más claridad cómo buena parte de la obra de Iñurrieta, desde hace unos años hasta hoy, proviene de Les demoiselles d'Avignon.

El mayor acierto de sus trabajos consiste en la creación de seres imaginarios, sean animales, figuras humanas, bodegones y otros artilugios indeterminados. Sus disparatados destinos -donde se percibe el valor de lo inútil-, se alzan extraños y viven ajenos a cuanto les rodea en cada cuadro. Esa extrañeza y rareza están pintadas por una tan pírrica capa de pintura que parecen vérsele los huesos del lienzo.

Lo que encontramos discutible es la mezcla en un mismo cuadro de las pinceladas empastadas junto a esas superficies de fina película. Sabemos que las pinceladas empastadas corresponden a las descripciones naturalistas (siempre el mar, los campos y las nubes como escape), en provocativo contraste con las que corresponden al sueño imaginario. En estos momentos ese contraste lo vemos como un subterfugio un tanto socorrido...

Creemos que la invención de sus seres imaginarios no necesita contrastes de ese tipo, como tampoco la delgadez de sus ejecuciones precisa tener cerca de sí pinceladas más o menos ahítas de óleo.

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Tal vez en esta ocasión las descripciones naturalistas, empastamientos empachosos incluidos, nos han resultado demasiado pedestres, sin gracia, torpes, además de entender que le resta méritos a todo ese mundo tan rico en graciosa ironía, llena de imaginación simbólica y humor sanchopanzesco a raudales.

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