Las testigas no mienten
ME ENCANTAN las horas punta. No soy mujer de 'horas valle'. El único valle que a mí me emociona son Los Valles del Pryca, supermercado mítico de Collado-Villalba en el cual mi santito y yo llenamos el carro para alimentar a nuestros mastuerzos. Digo y lo diré hasta que me duela la boca que me encantan las horas punta. He oído que hay matrimonios que prefieren salir los miércoles para no encontrarse con el mogollón. Qué decrepitud. A mí dadme mogollón. Yo quiero revolcarme en el mogollón (como una perra en celo). El sábado pasado íbamos mi santo y yo por la calle de Broadway, porque ya saben ustedes que estamos en América (dice mi santo que ya sólo falta que el periódico publique una selección de las fotos del viaje), y yo estaba en mi salsa, oyes, casi ni podía tocar el suelo porque la multitud que entraba y salía de las tiendas nos levantaba en volandas. Yo quería llegar hasta Canal Jeans, la tienda que me enseñó Agustín Almodóvar, porque la van a cerrar y quería ser testiga (como Chus Lampreave). Desde aquí te lo digo, Agustín: te he comprado 10 calzoncillos más. Detallazo. Mi santo me esperó en la puerta porque se me aturde, y yo me restregué contra esa clientela que agarraba las prendas con la boca. Dos chicas bailaban acidmusic como zorrones en el escaparate. Adoro la degradación de Occidente. Me acordé, por cierto, de unas palabras de la filósofa Adela Cortina, decía que las personas ya no reflexionamos ni por qué consumimos en este mundo actual. Desde aquí te lo digo, Adela: si vinieras a Canal Jeans cuando están liquidando te darías cuenta de que si te pones a reflexionar te arrebatan el género. Y eso duele.
Cuando salí de aquel antro mi santo me dijo a gritos que se quería ir al campo. Me dejó muerta, chica: 'Oye, que no soy Adela Cortina, no te equivoques'. Pero a veces hay que darle gusto a los hombres. Al día siguiente nos fuimos a Virginia, ese Estado de vegetación exuberante en el que hasta hace poco había un negro haciendo el tiro al blanco desde los tejados. Qué literario montarse en tren, que dicen los escritores. Ese tren nos llevaba a Washington. Aquí le llaman el Hollywood de los feos. El sitio donde todos quieren triunfar, pero en las elecciones. Y en la política no abunda la belleza. Desde aquí te lo digo, Trini (Jiménez), ¿no te habrás equivocado de Hollywood?
Llegamos a la Universidad de Virginia y aprovechamos para dar una charla. Es una forma que tenemos los escritores de que todos los viajes nos salgan gratis. Háganse escritores, que sale rentable. Qué bonita la Universidad de Virginia en Charlottesville, con sus columnas blancas, su habitación donde estuvo Allan Poe, su Faulkner. A mi santo se le erizaba el vello. A mí se me erizaba, pero menos. Yo pensaba: qué bucólico este lugar que está en el quinto coño, pero dónde mi Broadway, dónde mi famoseo, dónde los hombres. Nos fuimos a cenar a un restaurante del pueblo. Y allí en la misma entrada, lo juro, nos encontramos a un actor de Hollywood: Wally Shawn. El que protagonizó Tío Vania en la Calle 42, el que salía en Manhattan como ex marido de Diane Keaton. Era un hombre diminuto, en chándal, calvito. El profesor David Gies nos lo presentó y estuvimos mostrándole nuestra admiración. Hacía unos días yo había estado leyendo a Woody Allen diciendo que era un actor extraordinario.
Fue bonito estar en el campo un solo día. Volvimos a Nueva York. De nuevo, la hora punta. Los bomberos cruzando la ciudad con la sirena. Desde que son héroes lo hacen por vicio. Me contaba una amiga que tiene amigos bomberos, que desde que son héroes se han tirado a media ciudad. Desde aquí se lo digo a las españolas que vengan de solateras: actualmente, lo más es tirarse a un bombero. Esa noche nos invitó el cónsul Casinello a cenar. Casinello tiene éxito con las mujeres a las que nos gustan los caballeros. Hace poco fui testiga de cómo Teresa Berganza, a la que acaban de dar el Premio Puccini, le decía a Regina, la señora Casinello: 'Cuánto me gusta tu marido'. Eso es algo que Regina oye con frecuencia, y sonríe porque es una dama. Por cierto, que acabé con Teresa Berganza en el coche de Casinello, y bastante apretadas por falta de espacio, y ojo al dato: en aquellas apreturas, la Berganza nos cantó unos versos de Tosca. Allí mismo, en un atasco, yo pensé: vine al mundo para vivir momentos cumbre.
No hay mejor cena que aquella en la que tienes a Casinello a un lado y al embajador, Chencho Arias, al otro. A mí, Chencho Arias me gusta porque siempre va ligeramente disfrazado de algo. Y eso nos une. Estaba Casinello contando cómo había sido el viaje a España con Arthur Miller y Woody. Woody con sus niños adoptados (ha acabado como Mia Farrow) y sus cinco tatas. Yo me había pasado con el vino. Es lo que hago cuando ceno en medio de dos caballeros, porque me turbo. Estaba pelín bolinga, y me puse torpe. Le di con la mano a mi copa de vino, pero ante la perspectiva de mancharme yo, fui rápida y di otro manotazo en el aire tirándosela a mi Casinello. Mi Casinello no perdió la sonrisa. Impertérrito, se pasó la servilleta por la camisa, la corbata, la americana. No sé si también estaba afectada la ropa interior. Y siguió: 'Woody comía muy poco. Eso sí, en Oviedo descubrió los percebes'. Le agradecí la discreción porque si mi santo llega a percatarse, luego en casa me da la charla, me dice: 'Un poquito de autocontrol, bonita, que descontrolas mucho'. Me tiene completamente reprimida. El día que una se suelte...
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