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Columna
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Gallardón

En el servicio militar nos ponían para desayunar un panecillo acompañado de una taza de chocolate que nos hacía vomitar el panecillo. No había quien lo tragara. Pero teníamos un teniente muy atildado y con el pelo lleno de gomina que se tomaba dos o tres tazas a la vista del público sin dar una sola arcada. Decía que el aparato digestivo no era más que eso, un aparato, y que el chocolate era al estómago lo que la gasolina al automóvil. No creía en el gusto ni en el tacto ni en el olfato. La comida era para él un mero combustible y gritaba como un poseso que los escrúpulos eran cosa de maricones. Así que mientras nosotros vomitábamos contra los muros de la patria mía, él iba de un lado a otro dando sorbos a aquella especie de matarratas cargado de bromuro.

Alberto Ruiz-Gallardón me recuerda mucho a aquel teniente atildado, porque aunque vaya siempre tan limpio por fuera, se mete cualquier cosa en el cuerpo. Le da lo mismo Fraga que Leguina, Pablo Iglesias que Fernández de la Mora. Si descubre algún valor nutritivo en la zoofilia, incorpora la zoofilia a su programa. Más madera, es la guerra. Ahora acaba de descubrir a Ana Botella y se la ha tragado públicamente con una sonrisa glotona. No le importa que sea la depositaria de las esencias más cutres del PP (por Dios, rebobinen la boda de la niña), ni su declarada admiración por individuos como Ismael Álvarez, condenado por acoso sexual a Nevenka Fernández. Para él, Ana Botella no es más que combustible. La lista electoral no tiene papilas gustativas ni escrúpulos morales. No es más que un artefacto de poder, un vehículo, un tubo digestivo sin afectos. Por eso también, cuando el aparato necesita una consejera de izquierdas, se le administra una consejera de izquierdas y santas pascuas.

Y a esto le llaman habilidad política. Si usted siente la misma perplejidad que yo, usted está fuera de la realidad, usted no entiende nada. Uno habría jurado que la inclusión de Ana Botella en una lista podría ser la ruina de cualquier candidato, incluso la ruina de un país. Pero dicen que tiene tirón electoral. Si fuera cierto, el chocolate de la mili no sólo acabó con mi gusto, sino con mi vista.

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