Violencia y represión
Todo cuanto se diga para aplacar la violencia es necesario y conveniente: pero me gustaría advertir que de todos los tiempos y países en que he vivido, y de los que hemos estudiado, éste es el menos duro que conozco. Hay ahora tragedias aquí o dramas continuos; desde el terrorismo vasco hasta la madre que abofetea al niño, o el puntapié al emigrante, por marcar una escala. Y hay agresores como Bush y Sharon, y disparates vivientes como el misterio al que llamamos Bin Laden. Más violencia que nunca en la creación del hambre y la prohibición a los hambrientos de escapar a ella: pero quizá el africano recuerde el exterminio de la esclavitud y las matanzas de las guerras de colonización. Por lo que se refiere a España, pese a los ocho millones de personas por debajo del nivel de la pobreza y del 57% de familias cuyos ingresos no les permiten llegar a fin de mes con algún céntimo, se vive mejor que nunca. Aunque formemos parte de los tres países finales de la lista de bienestar europea. La violencia mundial no es comparable a la anterior. Nos duelen los casi tres mil muertos de Nueva York: pero los que hemos visto destruir Berlín, matar millones de judíos europeos, acabar de un relámpago con Hiroshima y Nagasaki, disparar día y noche contra Londres, o los que hemos corrido a los refugios en Madrid o en Gernika, o en cualquier ciudad de España, y los colegios convertidos en cárceles, y las carreteras en centros de asesinato, no podemos sentir la misma emoción que los que han vivido inmunes. Los que hemos viajado al instituto en el suelo del tranvía porque las balas de los pistoleros -los pacos: onomatopeya del ruido del disparo y su eco- atravesaban las ventanillas tenemos otra idea del terrorismo, que es posible que nos percuta más y con más dolor, y que rechacemos con toda la repugnancia, precisamente porque esta época es pacífica.
Lo que quiero decir es que toda campaña contra la violencia y toda exageración que se haga contra la delincuencia son necesarias y se añaden a la mejora de nuestro tiempo. Pero me dan miedo: tienden a aumentar una represión general, un hermetismo en la sociedad, un aumento en la penalidad y en la dureza carcelaria. Ayer se supo que los jóvenes entre 18 y 21 años no serán considerados ya como menores. Quizá no lo sean: pero es un paso más en la represión física y moral, real y literaria.
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