El amor y las bromas escondidas
Además de su valor puramente artístico, Emociona!!! Jazz está manifestando también cierta utilidad pedagógica. Esta vez la lección consistió en comprobar cómo el libanés Rabih Abou-Khalil, especialista en el ûd (laúd árabe de mástil corto) ha sabido partir de una célula autóctona para crear un cuerpo sonoro entero y verdadero -el sexo es lo de menos- con su inteligencia, sentidos y extremidades en perfecto estado expresivo.
Para dar vida a ese ser imposible de empadronar, Abou-Khalil se trajo músicos de mente despierta y libre. Algunos incluso estuvieron demasiado despiertos, como el batería Jarrod Cagwin (el único estadounidense de la plantilla), quien con su baquetear no siempre mesurado amenazó más de una vez con lapidar a sus compañeros: seguro que una percusión más sutil y variada hubiera resultado idónea para una música que invita a la meditación y al recogimiento. Salvado este punto crítico, el resto de los compañeros del laudista (dos italianos y un francés) acertaron a mantener el suspense lírico de las espléndidas composiciones de Abou Khalil, por lo general canciones de amor con su carga de broma encubierta. Un buen ejemplo pudo encontrarse en Il sospiro, dedicada a una dama que le regaló una corbata, o en The Levinsky march, surgida gracias a aquella señorita que asombró a la Casa Blanca con sus destrezas orales.
Rabih Abou-Khalil
Rabih Abou-Khalil (ûd), Michel Godard (tuba), Luciano Biondini (acordeón), Gabriele Mirabassi (clarinete) y Jarrod Cagwin (batería). La Abadía. Madrid, 13 de noviembre.
En un español voluntarioso y deliciosamente macarrónico, Abou Khalil fue explicando los orígenes de cada pieza. El premio al más delirante se lo llevó un tema inspirado en un templario suizo, devoto de la carne de pollo, que decide viajar a Jerusalén. En un descanso del periplo, en Malta, el caballero va a parar a una granja de pollos regentada por una joven de la que, por supuesto, se enamora perdidamente y con la que tiene un bebé. Después de escuchar esta historia, lo lógico era esperar una música más bien surrealista, pero lo que resultó fue la perla árabe más juiciosa y delicada. Así se mostró el mundo de Abou Khalil: ambiguo, metafórico y paradójico. El arte, en sus propias palabras, debe ser 'sensual, con una belleza interior que no debe mostrarse de manera muy evidente'. Por suerte, y a pesar de esta teoría, la belleza de la música de Abou-Khalil se sintió a flor de piel.
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