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Columna
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25 años de mito

No podía ser de otro modo. La callasmanía, aupada por las conmemoraciones del 25º aniversario de su desaparición en París, en septiembre de 1977, debía, antes o después, llegar a la pantalla grande. Se ha encargado de lo inevitable alguien que la conoció de cerca y que en temas líricos no es ningún advenedizo. Franco Zeffirelli era asistente de Visconti cuando éste llevó a La Scala, en 1948, La Traviata. Fue la Violetta Valéry por la que María Callas perdió 48 kilos, que llenaron toneladas de papel couché y agrandaron el mito incipiente de la Assoluta. Ya como director, Zeffirelli volvería a trabajar con la diva en diversas ocasiones, la más celebrada de entre ellas una producción de Tosca para el Covent Garden, en 1965.

En la película, Zeffirelli opta por la ficción. Se inventa una película de Carmen que la Callas debe protagonizar en los días del declive, cuando la voz ya no la acompaña. Con una personalidad como la de la soprano, la tentación de caer del lado de la ficción ha sido constante. Sus amores apasionados, sus viajes, su propensión al lujo, su encierro en el apartamento parisiense y su desaparición en soledad han excitado las fabulaciones de escritores de ficción y de biógrafos sin demasiados escrúpulos. Terence McNally llevó a escena Master Class, una obra basada en las cuatro clases colectivas que la artista impartió en la Julliard School de Nueva York, antes de la última, penosa, gira en compañía del tenor Giuseppe di Stefano. De esas clases -al igual que de la gira- existe un testimonio videográfico que se agradece para saber cuánto hay de añadido y cuánto de verídico en la obra teatral.

No es el caso de Callas forever. La pregunta es si a los 25 años de la muerte no sería hora de ir separando el mito de la realidad, la historia inventada de la vivencia. Es decir, si no hubiera resultado más útil para quienes no tuvimos ocasión de apreciar su arte en directo un relato verídico por parte de alguien que la conoció y trabajó estrechamente con ella. En cualquier caso, hay que reconocer que la prerrogativa de seguir alimentando después de tantos años los sueños de la humanidad sólo queda al alcance de un mito enorme como el que se construyó sobre un temperamento desmesurado y arrollador.

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