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Columna
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Furia

La transición de la euforia a la furia viene dibujada por un cardiograma de encuestas electorales. La palpitación de los dirigentes del partido en el Gobierno pierde prepotencia y gana agresividad de forma proporcional al acortamiento de las distancias con los socialistas en los sondeos. Había que oír el sábado en Valencia cómo el ministro del Interior, Ángel Acebes, achacaba al PSOE la culpa del problema de inseguridad ciudadana que un PP lleno de energía se dispone a combatir. Olvidaba que Felipe González fue derrotado hace casi siete años y que en las calles valencianas, donde se baten récords de delitos, todo el poder es popular. Aumento de efectivos, coordinación policial, reformas legales y campañas de prevención son fórmulas que los ministros Acebes y Michavila reiteraron para enfriar una crónica de sucesos desbocada, aunque tal vez sirvan de poco sin políticas de mayor calado y sin una concepción de la sociedad que la Declaración de Viena, surgida en abril del 2000 del décimo congreso de las Naciones Unidas sobre la delincuencia, daba por hecha al propugnar que toda medida eficaz en la prevención del delito requiere la participación de 'los gobiernos, las institucionales nacionales, regionales, interregionales e internacionales, las organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales y los diversos sectores de la sociedad civil, incluidos los medios de información y el sector privado'. En todo caso, llama la atención que una convención sobre seguridad, convocada por el partido que gobierna cuando se descontrola el delito, adquiera ese clima de furia fascinada por la figura del adversario en la oposición. Los populares el sábado en el Palau de Congressos parecían los aficionados de Las Ventas en una de esas memorables crónicas de toros que escribió Joaquín Vidal: 'Desasosegaba, hasta que llegó la hora, y esa hora fue tal cual debe ser: cruzó Curro Romero el ruedo, le arroparon policías con sus escudos, y el público, por no tener rayos ni centellas que lanzar, le tiró todas las almohadillas de la plaza. Tal cual debe ser, no le dio ni una. Consumado el rito, la gente abandonó el coso con la satisfacción del deber cumplido'.

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