Luz propia
En el árbol la luz de los membrillos era la misma que despide su amarillo en los bodegones de Zurbarán. Una tarde plateada de noviembre decidí realizar el acto místico de alcanzar esa luz con la mano. Al bajar el fruto desde las ramas a este mundo me encontré con que humeaba todavía el gas letal en el teatro de Moscú debido a la maldad de los hombres y para no ser menos cruel que ellos la naturaleza acababa de aplastar una escuela llena de niños en Italia. Primero ordené los membrillos por su tamaño en la cesta para formar un bodegón en la mesa. Afuera sucedían más tragedias. En el corazón civilizado de Europa se había incendiado un tren de pasajeros y contra una pradera color esmeralda se había estrellado un avión repleto de ejecutivos. Cada día se necesitan más polideportivos para extender y enumerar los cadáveres con una etiqueta colgada del dedo gordo del pie después de cualquier catástrofe. Desde la mesa ahora un resplandor de Zurbarán iluminaba los espejos, al tiempo que perfumaba la ropa blanca de los armarios. Contemplando este bodegón he podido soportar que George Bush se haya presentado en la cima del mundo como un gallo de acero dispuesto a extraer todo el petróleo de la tierra con un misil detrás de otro. Los membrillos han acabado de hacerse profundos en el frutero y contra su superficie ha ido resbalando indistintamente la música de Schubert y la voz de Ella Fitzgerald unos días más. Durante esa decantación hacia la belleza, en cada telediario han hablado con boca montaraz algunos políticos, pero el alma de los membrillos, aunque haya generado algunas pepitas negras, ha permanecido insensible a esas villanías. Para sí quisiera uno esta conquista. Una vez al año celebro este rito y por un momento en casa se instala el mismo aroma que había en la cocina de mis antepasados en el pueblo por el otoño. He puesto a cocer los membrillos en un caldero con abundante agua. Al verlos tiernos y con la piel ya cuarteada, he apagado el fuego, los he pelado, los he cortado en trozos y los he pasado por un tamiz. Mientras pesaba la pulpa y añadía el mismo peso en azúcar, la radio daba la noticia del desplome de la Bolsa, pero yo lo revolvía todo dentro de una olla hasta crear una sola pasta con los neuras propios y todas las desdichas. Durante media hora la he cocido a fuego lento removiéndola con una espátula de madera para que no se pegara en el fondo del alma. Después en un recipiente de cerámica la carne del membrillo ha quedado dorada como los mejores sueños.
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