Un atolladero sangriento
Excepto los halcones que dictan la agenda política internacional desde las orillas del río Potomac, todo el mundo sabe que Sadam Husein no es ahora el principal problema de Oriente Próximo ni la amenaza más grave para la paz y la estabilidad del planeta. La madre de todos los conflictos, está en el aplastamiento del pueblo palestino por el Estado de Israel, que dura ya más de medio siglo. Miguel Ángel Bastenier acierta, pues, al concluir su último libro con esta recomendación: 'Sólo un acuerdo aceptable para una clara mayoría de ambos pueblos (el israelí y el palestino) es compatible con la tentativa de Washington de que éste sea, verosímilmente, un segundo Siglo Americano'.
Israel-Palestina. La casa de la guerra es el segundo libro sobre el tema de Bastenier, una de las cabezas y de las plumas más brillantes del periodismo español al abordar asuntos internacionales. Como su propósito es esencialmente divulgativo y pedagógico, hace todo un ejercicio de contención para no situar en primer plano sus opiniones. Pero cuando emergen, y el lector desearía que fuera con más frecuencia, son lúcidas y contundentes: 'Israel es hoy un Ejército con un Estado alrededor'. Arranca el periodista recordando que el fundador del Estado de Israel, David Ben Gurion, proclamaba que 'la Biblia es el título de propiedad sacrosanto de los judíos sobre Palestina'. Peor aún es otra idea fundacional de Israel que afirmaba que Palestina era 'una tierra sin pueblo para un pueblo (el judío) sin tierra'. Así se borró de un plumazo teórico la existencia secular de los palestinos en Tierra Santa y se justificó otra tropelía denunciada por Bastenier: esa Ley del Retorno que garantiza el que, por el mero hecho de serlo, cualquier judío, aunque sus antepasados lleven siglos sin pisar Oriente Próximo, tiene derecho a instalarse en Israel. Mientras, a los palestinos desalojados hace apenas unas décadas se les impide volver a su tierra.
En el tramo final de su libro,
Bastenier es más abierto en sus opiniones. A su inteligencia le ofende el despropósito que supone pedir a Arafat que, frente al terrorismo islamista, haga el 'trabajo sucio de la policía israelí', sin medios y, probablemente, sin demasiadas ganas. A Arafat se le exige que se comporte como 'si dispusiera de los poderes de un Estado cuando es precisamente eso lo que se le niega'. En cuanto a la oferta que Clinton y Barak le hicieron en Camp David en julio de 2000, Bastenier es de los que creen que Arafat no podía firmarla. Se ha dicho que esa oferta, que incluía la devolución de la mayoría de Cisjordania y la totalidad de Gaza y una cierta presencia oficial palestina en Jerusalén Este, era la mejor que jamás podrán hacer los israelíes. Pero Arafat no la aceptó y sacó a colación el tema del derecho a regresar a sus hogares de los cuatro millones de refugiados palestinos. Muchos piensan que se equivocó, que debería haber aceptado ese pájaro en mano y dejar para el futuro otras reivindicaciones. Pero aunque admite que el rais palestino 'no es un estadista', Bastenier no es de esa opinión. 'Arafat', escribe, 'no podía firmar'.
Si Bastenier aborda el conflicto con datos, lógica y cautela, el escritor Edward W. Said habla en Nuevas crónicas palestinas desde las tripas de su condición de palestino exiliado en EE UU. Said señala que, aún detestando a ambos personajes, el problema no son Arafat ni Sadam Husein: 'El problema del mundo actual es cómo afrontar el poder sin igual y sin precedentes de EE UU'. Y continúa: 'La gente de fuera de EE UU está desconcertada y horrorizada por la vaguedad de la política estadounidense, que se atribuye el derecho de imaginar y crear enemigos a escala mundial, y a continuación librar guerras contra ellos sin preocuparse demasiado por la exactitud de la definición, la especificidad del propósito, la concreción del objetivo o, lo que es peor, la legalidad de tales acciones'.
A Said le indigna el 'doble ra-
sero' de Bush y la 'ceguera moral' de tantos políticos e intelectuales occidentales que, en parte por miedo a ser tildados de antisemitas, hacen todo lo posible por ignorar los sufrimientos del pueblo palestino. Alain Gresh, un judío nacido en El Cairo y que trabaja como periodista en Francia, es de la misma opinión en su Israel, Palestina. Verdades sobre un conflicto. 'Digan lo que digan en Washington', escribe, 'el antiamericanismo que se extiende en las calles árabes y musulmanas no se debe a un rechazo de los valores que pretende defender EE UU -la libertad, la democracia, el desarrollo...-, sino a su política concreta en la región, al apoyo que presta a Sharon y a su embargo contra Irak'.
El libro de Gresh hace honor a su subtítulo. Desde su condición de judío enuncia muchas verdades del barquero. Así afirma que 'remontarse a tres mil años para definir qué parcela de tierra pertenece a quién es un ejercicio absurdo, ilegítimo, sangriento'. Y proclama sin ambages que 'la situación actual nació de una injusticia original. Los palestinos fueron expulsados de su hogar, sobre todo en los años 1948-1950, por las milicias judías y luego por el Ejército israelí'. Gresh subraya lo doloroso que resulta el que sean los palestinos 'los que han pagado el precio de un crimen (el Holocausto) que no habían cometido'; recuerda, en alusión a Sharon y los ultras del sionismo, que 'las víctimas de ayer pueden, por desgracia, convertirse en los verdugos de hoy', y hace una observación que todos los demócratas tendrían que hacerse: '¿Cómo un soldado puede apuntar a niños y matarlos?'.
Ninguna de estas tres obras ofrece recetas mágicas para salir del sangriento atolladero. Sus autores son lo suficientemente inteligentes para asegurar que, por lejana que parezca hoy, la única solución es la evacuación por parte de Israel de los territorios ocupados en 1967 y la creación de un Estado palestino con capital en Jerusalén Este. Ello será imposible, adelanta Bastenier, sin 'un profundo cambio en la mentalidad israelí'. Y tal cambio sólo llegará el día en que los israelíes se pregunten de veras qué van a hacer con los millones de palestinos que viven bajo su bota. '¿Deportarlos a todos?', interroga Bastenier. '¿Seguir gobernando a una población que no tolera al ocupante? ¿Establecer un apartheid legal, que ya existe de hecho?'. Cualquiera de estas alternativas sería intolerable para los que aman de verdad al pueblo y la cultura judíos.
Una visita al joven Israel
EN 1957, Josep Pla (1897-1981) viajó a Israel a bordo del Theodore Herzl, que efectuaba su travesía inaugural entre Marsella y Haifa. El joven Israel que describió en el largo reportaje publicado ahora en castellano es aquel que presentaba lo mejor de sí mismo a los extranjeros. Con gran entusiasmo, Pla lo describe como democrático, abierto, informal, risueño, cosmopolita, y también sobrio, laborioso, combativo. Israel es una 'formidable aventura', proclama. Y también: 'El sionismo nacional va viento en popa hacia un porvenir científica y lógicamente cierto'.
Los palestinos no existen en el relato de Pla. Desde muy pronto, el escritor catalán se pregunta: '¿Cómo es posible que puedan vivir dos millones de hombres y mujeres en un espacio de tierra que durante dos mil años -y más- ha sido un desierto?' Más adelante, cuando contempla la franja de Gaza desde la frontera israelí, afirma que los 'fedayin ponen minas en las carreteras y los caminos, cometen asesinatos, roban a los campesinos, rompen las conducciones de agua'. Se pregunta quiénes son esos 'terroristas', y se responde: 'Raramente son egipcios. Son generalmente refugiados árabes de Palestina que viven en la franja, pobres diablos pagados por Egipto e instruidos en la producción de violencia'. En otro momento, Pla dirá que si centenares de miles de árabes (nunca los llama palestinos) abandonaron sus tierras en el momento del nacimiento del Estado de Israel fue porque así lo pidieron la Liga Árabe y el Gran Muftí de Jerusalén. En cuanto a Egipto, Jordania, Siria y los otros vecinos de Israel, viven en 'la pura inmovilidad', 'en una especie de quietismo sagrado e intocable', en 'el fanatismo', incapaces de sacudirse 'la abundancia de piojos'.
Pla fue un gran escritor y en muchas ocasiones un buen periodista. Pero en este reportaje actúa como un mal reportero que reproduce casi al pie de la letra lo que cuentan sus anfitriones. El viajero catalán se asombra por la rapidez con que ha sido construido Tel Aviv, por los progresos en materia de irrigación, por la pureza del aire y luz en Jerusalén, por la resurrección del hebreo, por la combinación de lo novísimo y lo arcaico, por el colectivismo 'eficaz y positivo' del kibutz, por el 'carácter irrevocable de la determinación de los judíos de permanecer en Israel', por su condición de 'soldados de primera categoría' y por 'la marcialidad de este Ejército, su angulosidad y esbelta presencia'. 'A veces', escribe, 'parece que se sueña despierto'. Probablemente era difícil entonces ver de otro modo la realidad del Israel pionero. Pero hoy esa visión es tan anacrónica como el milenario mito de la tierra de leche y miel. J. V.
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