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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

70 años en Rojo

Con una muestra bibliográfica que rememorará, en la Residencia de Estudiantes a partir del día 14, su colaboración con los poetas y la presentación del ciclo de pinturas recientes que motiva este comentario, Madrid rinde homenaje estos días a la figura de Vicente Rojo, al cumplir el artista 70 años. Tenía apenas 19 cuando, tras una infancia en guerra y la adolescencia derivada en antesala del exilio, abandonó su Barcelona natal para radicarse definitivamente en México, el país donde ha desarrollado, a lo largo de este medio siglo, una tan fértil trayectoria en los campos de la pintura y el diseño. De ahí, sin duda, la insistencia en definirse como artista mexicano. Y es que, lejos de la provisionalidad que suele impregnar el tránsito de un creador expatriado en la tierra de acogida, Vicente Rojo habría de jugar un papel decisivo en la escena artística mexicana de su generación. De hecho, se cuenta entre los protagonistas del frente que, como sucesor inmediato del contagio surrealista, quebrará definitivamente la inercia del aplastante dominio que la retórica del muralismo ejercía en el debate plástico mexicano.

VICENTE ROJO

Galería Juan Gris Villanueva, 22. Madrid Hasta el 5 de diciembre

En el caso de Rojo, como en

el del escultor Fernando González Gortázar, dicha ruptura se establecerá a partir de la depuración normativa del legado racionalista, a modo de estrategia para aliviar por igual los excesos del populismo etnicista, de la grandilocuencia dramática o de la fabulación surreal. Y una vía, además, donde encontraba inserción natural el desdoblamiento, en tanto que caras congruentes de un mismo proyecto, entre las dedicaciones en paralelo a la pintura y al diseño gráfico. En el segundo campo, Rojo se sitúa, sin discusión, como el gran renovador de las pautas estéticas de la edición mexicana contemporánea. Resulta ejemplar, en tal sentido, la labor desarrollada en editoriales históricas como el Fondo de Cultura Económica o Era, así como la referencia obligada a proyectos legendarios, a la manera del libro-objeto ideado por Rojo para el ensayo que Octavio Paz dedicó a Duchamp.

No menor talla corresponde al Vicente Rojo pintor, en una vía donde la raíz geométrica que vertebra su sintaxis ha permanecido, desde el origen, abierta al contagio alentado por el temblor de lo sensible o el eco de arquetipos primordiales. Y esa vivificante condición mestiza, acentuada en la evolución reciente de su obra, impregna también, con aroma inequívoco, el ciclo de telas y obras sobre papel, realizado en el curso de estos últimos años, que el artista presenta en su actual muestra madrileña. Más bronca, en densidad de la materia y sombría atmósfera, que series precedentes, toda ella gira en torno a las cadencias mántricas desgranadas a partir de un mismo motivo, de poderoso caudal evocador. Emblema elemental y tótem de insondable resonancia, el icono del volcán permite a Rojo despertar en la membrana tensada por estas telas poderosas el latido enigmático que distingue, en su entraña mítica, a una tierra que ha marcado a fuego, y nunca mejor dicho, el destino elegido para sí por el pintor.

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