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Tribuna:CAMINO A LOS JUEGOS DEL 2012
Tribuna
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Madrid, hacia el olimpo

El autor analiza en este artículo el papel que la ciudad interpreta como capital meridional de una Europa sin fronteras

Madrid está ofertándose como sede olímpica. Suponiendo que salga elegida -compite con Sevilla en España-, sus expectativas se centran en 2012, aunque se sentiría feliz si quedara calificada para 2016. Hay cinco continentes en liza turnante, y, en ellos, distintas ciudades meritorias e ilusionadas.

El envite es a largo plazo, por lo que la apuesta debe ser ambiciosa en lo físico y cultural. Además, la importancia de la inversión exige el acierto en la elección de escenarios.

Lógrese o no el objetivo deportivo, Madrid juega a recrear su cuerpo orgánico para interpretar su futuro como capital meridional de una Europa sin fronteras.

El clima cuenta tanto más cuanto la intercomunicación electrónica va anulando las distancias: California y Florida, atemperadas, aumentan su población empresarial -también, claro, la provecta- a ritmo superior al resto de las regiones estadounidenses. Nueva York, Chicago y Washington siguen actuando como núcleos focales, pero sus jefes de empresa se ven y entienden con los cerebros de sus asociados, lejanos en el espacio pero inmediatos en voz e imagen. Y Madrid goza de 250 días luminosos al año. Nuestra capital, además de ser la puerta aérea lógica de Europa para continentes lejanos, es pieza ritual del circuito aéreo universal. Sevilla, Palermo, Nápoles, son destinos interesantes, pero en fondo de saco.

Madrid preside una nación poblada con generosidad en su contorno marítimo, alegre y ruidoso, desde su meseta, comparativamente vacía y silenciosa, por lo que resulta atractiva a un mundo agobiado por la intensidad de su acción. Todo lo cual llama la atención hacia Madrid, hacia su cuerpo material, de llenos y huecos seductores, pero desorientado en su crecimiento desequilibrado.

La política lo lanza obsesivamente hacia el Este, macizando su extremidad oriental con la vega más fértil de la región hollada por su industria. Se aleja así la pulsación productiva, ánima de nuestra ciudad, de su origen cordial, el Palacio de Oriente.

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Felipe II trajo su capital a Madrid por muchas razones, pero una, importante, era su mediación entre Aranjuez, fluvial, ubérrima y afable, y El Escorial, monumento pétreo natural al socaire de fríos serranos. Y señaló con sus obras y jardines la trifocalidad Norte-Sur de su proyecto. Él, con el mayor poder de aquel mundo en sus manos para elegir consejeros y diseñadores, orientó y dio sentido a su ciudad. Rodolfo y Ernesto, sus sobrinos, vinieron a educarse, con Juan de Austria y Alejandro Farnesio como compañeros y amigos, a aquel Madrid prestigioso que les inspiraría -desde Aranjuez y El Escorial- los espléndidos jardines y palacios de Praga con magnificencia que hoy nos pasma. Alcalá ya estaba donde está. Pero él asea la Casa de Campo y El Pardo -del que habían gozado Enrique IV y el emperador Carlos- para sumar la mayor extensión verde natural e interurbana de Europa. Es decir, Madrid, que no tiene mar -casi no tiene río-, disfruta del más rico corazón verde para oxigenar su potencial megápolis. Símbolo identificador que acentúa el valor del Norte, hoy infrautilizado, como lo fuera el Mare Nóstrum para Barcelona.

Pero un corazón es centro compartimentado. El Alcázar, después Palacio, fue el punto de partida de nuestra urbe, que hoy se escapa hacia el Este. Entre sus virtudes primaba la de atalaya de su valle regado por el humilde Manzanares, que fluía escaso pero lustroso tras su paseo por El Pardo y La Casa de Campo. Los reyes, cuidadosos en la preservación de sus cotos, sólo urbanizaron junto a su puerta principal, la Casa de Campo, y en torno al Gran Palacio, el extenso El Pardo, punteado con edificaciones livianas -La Zarzuela, La Quinta-. Pero señalaron con intención las faldas meridionales de nuestras sierras con conventos, El Quexigal, El Paular, El Escorial y sus acentos -Casa de Infantes, Casa del Príncipe, Casita de Arriba, etc.-, componiendo un rosario de preámbulos a Segovia, La Granja, etc., para dejar claras las preferencias ambientales de quienes eran libres.

Aranjuez se anima con Carlos III y Carlos IV, mientras Toledo decae hasta su reciente resurrección como capital de Castilla-La Mancha.

El Manzanares que afluye al Jarama, entregándose ambos al Tajo, pudo haber sido lo que indefectiblemente habrá de ser: determinante de un eje Norte-Sur, desde Buitrago hasta Aranjuez, y guión verde conveniente para la megápolis que prevemos. Revalorizado El Pardo, su modesto segmento fluvial resultaría noble, pero, recrecido por el inmenso caudal que suponen las aguas negras madrileñas, depuradas, permitiría su conversión en un rosario de lagunas, vertebrador de un parque, complemento equilibrante al sur de tan importante eje.

La conurbación regional que describimos contaría con su peculiar collar de perlas periféricas (Alcalá, El Escorial, La Granja, Segovia, Navalcarnero, Toledo, Aranjuez, Chinchón) para ornar un gran espacio natural y de baja densidad poblacional.

Si El Escorial y Aranjuez se erigen en los extremos Norte-Sur del tronco crucial, Alcalá y Navalcarnero limitan los brazos Este-Oeste que la capital determina desde su arteria cordial, el Prado-Castellana. Madrid, así sectorizada, pediría un equilibrio zonal:

1. Una distribución racional de sus generadores vitales -aeropuerto, universidades, ámbitos deportivos (el golf, reciente locomotora verde), centros de salud, ciudades del ocio- para que su origen (Palacio Real y almudaina) se mantenga accesible y centrado.

2. Un circuito viario, que, enhebrando a las mencionadas perlas, evite la penetración motorizada de aquellos que tengan destino distinto al de su almendra metropolitana. El gran espacio interior se sentiría entonces protegido en su deseada identidad diferencial.

3. Que cada uno de los argumentos enumerados especializara su sede. El Escorial, por ejemplo, tiene un cierto talante intelectual -la Biblioteca, sus foros y colegios-, y Aranjuez, tan bien servido fluvialmente, aconseja su planeamiento deportivo fluvial para recreación de su futuro.

4. Que la terciarización de los núcleos nórdicos elegidos absorbiera parte del río circulatorio que, a la busca del centro operativo, colapsa las arterias radiales en hora punta.

Una metrópoli con semejante riqueza argumental periférica, bien comunicada y equilibrada en sus densidades, se convertiría en el Madrid que merece su paisanaje, el más acogedor de España.

Miguel de Oriol e Ibarra es arquitecto.

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