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Crítica:EMOCIONA!!! JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Celebración eterna

Existe una histórica foto de Bob Parent en la que se ve a Charlie Parker tocando junto a Thelonious Monk y Charles Mingus. En esta escena, algo así como la última cena del bebop, el batería que ocupa el fondo es Roy Haynes, el único superviviente del cuadro.

¡Y cómo sobrevive! A sus 76 años sigue en plena forma y el corazón le late con el mismo anhelo entusiasta del bebé a punto de abandonar el útero materno. En los últimos tiempos ha grabado más discos que en toda su vida y ha dirigido grupos de intención y carácter bien diversos. El cuarteto que presentó en Madrid tenía como misión homenajear precisamente a Charlie Parker, pero, en el tributo al viejo amigo, Haynes quiso apelar a la libertad que debe tener una celebración eterna, sin rastro de nostalgia lacrimógena.

Roy Haynes quartet

Roy Haynes (batería), Antonio Hart (saxo alto), David Kikoski (piano) y Christian McBride (contrabajo). Teatro Casa de Campo. Madrid. 5 de noviembre.

Por eso no extrañó que el concierto arrancara con In your own sweet way, una pieza de Dave Brubeck ligada al repertorio de Bill Evans y cien músicos más, pero no al de Parker, o que el título de lucimiento del fenomenal pianista David Kikoski fuera My foolish heart, salvo error u omisión, nunca grabado por Bird. Tampoco sorprendió que Antonio Hart, un saxofonista que domina varios dialectos sonoros (por supuesto, incluido el de Parker), improvisara sobre Diverse con saña casi tejana, ronca y polvorienta, y que el propio Kikoski, en ese mismo tema, se centrara en los registros medios con la lúcida tenacidad de Lennie Tristano.

Resta citar a Christian McBride: palabras mayores. Hay muchos chistes sobre los solos de los contrabajistas -'los ves venir, pero son tan inevitables como una eyaculación precoz', es uno de los más irónicos-, pero los tres que regaló este portento de sólo 30 años fueron tan tremendos que levantaron voces de admiración entre el público. No era sólo imple virtuosismo, sino un don sobrenatural lo que le permitió mostrar un color uniforme desde el agudo más punzante al grave más amenazante, jugar con el blues como si fuera un viejo compañero de infancia o estructurar la improvisación como si estuviera construyendo un templo. Haynes se levantó varias veces a felicitarle.

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