_
_
_
_

Familias trabajadoras que 'no tenían nada que ocultar'

Nada, salvo su propia condición de víctimas, relaciona a las familias de Vicente Lemos y Luis Ferreira. 'Casi podría firmar que ni se conocían', dice un vecino de Lemos, amigo suyo y compañero de trabajo desde hace muchos años. Lo mismo dice la vecina más próxima de Ferreira. En ambos casos expresan su indignación por que el suceso haya sido atribuido a un hipotético ajuste de cuentas. 'No tiene el menor sentido', aseguran, 'y que digan eso puede dejar una mancha que para nada se merecen. Lo que tienen lo han conseguido con la ayuda de sus familias, con hipotecas y, sobre todo, con el trabajo, porque eso es lo que han sido siempre: familias trabajadoras'.

La casa de Luis Ferreira, enclavada en un entorno de monte, estaba ayer solitaria a media tarde. Tampoco había el menor indicio de que allí hubiera ocurrido un crimen horas antes. Los vecinos más próximos respondían a las preguntas de los periodistas: seguro que esa familia no tenía nada que ocultar.

Más información
Dos muertos y dos heridos por dos bombas en Pontevedra
La policía examina el ordenador de uno de los fallecidos en las explosiones de Pontevedra

La pareja comenzó a construir su casa antes de casarse, en un terreno de los padres de la esposa, que es enfermera. El matrimonio se comportó siempre como vecinos afables y serviciales. Además de Óscar, el niño herido, tienen una hija, un par de años mayor. 'Lo que tienen se lo han ganado trabajando', aseguran sus vecinos.

El mismo comentario se escuchaba ayer ante la casa de Vicente Lemos, aunque allí sí había un corrillo de vecinos, que comentaban bajo la lluvia su estupor por lo ocurrido. Un jubilado llegado desde Tui exterioriza su primera sorpresa: '¿Cómo es que no hay sangre?', pregunta tras observar la verja con el precinto policial. Sólo uno de los barrotes, levantado, y otro doblado, dan indicios del lugar de la explosión, que probablemente alcanzó al matrimonio a la altura de la cabeza.

'¿Y si a los niños se les hubiera ocurrido coger la bolsa?', pregunta una vecina, para subrayar el riesgo corrido por los niños que acuden al colegio público, situado a 200 metros. 'Hay que ser criminales', remacha Rosa Gil, que como todos los días había cogido el Seat 600, amarillo, para visitar a sus padres, muy ancianos, que viven a poco más de un kilómetro, en la carretera del aeropuerto. Ahí quedó, a escasos metros detrás de la verja, el vetusto automóvil, como un testigo mudo. Más al fondo asoma el otro coche de la familia, un Ford oscuro de gama media y matriculado hace unos cuantos años. 'No me digan que esos coches son síntoma de riqueza', abundaba un amigo de Vicente.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La parte superior de la verja conserva un letrero apenas legible por haberlo enterrado la última mano de pintura negra: Ollo ós cans [Cuidado con los perros].

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_