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Columna
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Jura de bragas

A desplegar paño patrio por un tubo, si alguien empequeñece la gesta de Aznar y Trillo, es, sin duda, el canónigo don Nicomedes Gallardo, o más propiamente, la memoria del canónigo don Nicomedes Gallardo, que finó hace más de dos siglos, a consecuencias de unas inclementes calenturas. Por otra parte y contrariamente a lo que afirman algunos eruditos en vexilología, el canónigo magistral confeccionó una enseña con telas procedentes de las refriegas del amor y no de la guerra. En eso, el canónigo fue un adelantado.

Se sabe que don Nicomedes Gallardo sufrió destierro, por sus galanteos con la jovencita y algo alunada unigénita de un noble rural, y que fue retirado, para cumplir su penitencia, a una parroquia, en los confines pantanosos de la diócesis. Se sabe que don Nicomedes Gallardo al frente de una feligresía de antiguos penados y braceros sin destino, edificó un templo; que hizo desecar terrenos y trazar azudes y acequias; que fomentó el cultivo de hortalizas y frutales; que predicó el débito conyugal, para darle impulso a la demografía del lugar: Y que, en la llamada década fertilizante, no sólo se quintuplicó la parroquia, sino que adquirió un asomo de prosperidad. Y todo ello, gracias al celo apostólico y al frenesí sexual del clérigo, que en su incontinencia, se benefició a dos centenares y medio de jóvenes esposas, mientras los agricultores se dejaban los bríos en el adverso paraje. Aficionado a coleccionar prendas íntimas femeninas, llenó varios arcones, con su holgada matrícula de amantes. Y para glorificar las bendiciones recibidas, don Nicomedes Gallardo ordenó, a sus sacristanas, coser una bandera tan descomunal como estrambótica, de color magenta, pavonado y cárdeno. En las fiestas patronales, izó solemnemente la enseña, y tomó juramento de fidelidad a los campesinos, que besaron con unción los restos de las bragas de sus mujeres. Dicen que la bandera es símbolo del poder: un látigo restallante en manos de un caudillo que proclama su autoridad sobre el pueblo. Para el canónigo no fue más allá de un placentero trofeo de alcoba.

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