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Columna
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Hitler en Sevilla

No sé por qué extraño delirio el Festival de Cine y Deporte de Sevilla se ha consagrado este año a la época más negra de Europa, los infelices 30-40. Casi prefiero ignorarlo. El hecho es que está ahí, convocando viejos fantasmas. El fulgor del celuloide, dicen, ampara a esta efemérides, donde rutilan seres equívocos, ángeles en el exilio, y también criminales exactos. Decididamente, vivimos la época más ambigua de la historia. Días pasados, en este mismo periódico, Félix de Azúa anunciaba la muerte del arte. Una hipótesis no del todo improbable. Desde los 70-80, con el minimalismo, arte sin alma, el arte conceptual (la belleza está en las ideas), se ha parado el reloj de los artistas. Todo está como un poco equivocado, errático, repetitivo. Antes se llamaba eclecticismo, o arte por el arte. Y fluían ríos de tinta, hasta que se mezclaron con los ríos de sangre. De los felices 20 a los infelices 30-40. Hoy ensayamos otros términos, con elocuente inseguridad. Tal vez relativismo. Tal vez. ¿Todo vale, con tal de que sea hermoso? Dejemos a los nuevos estetas manotear en su nada creadora. Y a los políticos autómatas, en su estéril confusión.

Mejor será culpar a este otoño inverosímil. De hecho, algunos naranjos de las calles han florecido, desplegando al aire otra pregunta sin respuesta. Y así los vio el cronista, que fue de un lado para otro la mañana del viernes, requerido por las más variadas suculencias estéticas. Aquí Eisenstein, casi el inventor del cine, se debate contra Stalin, que lo vigila, implacable. Un poco más allá, el Ángel Azul vigila a su fotógrafo, que sucumbe a la belleza, también implacable, de Marlene. ('Tus piernas largas, impasibles, fúnebres', escribió Juan Ramón por entonces, siempre pensé que pensando en la Dietrich). Por el camino, una compañía de danzantes contemporáneos ameniza la plaza con sus ritmos atléticos, en medio de un coro de turistas boquiabiertos. Y de chóferes oficiales, que ejercitan su incomprensible paciencia. El cronista conocía a alguno de ellos, y preguntó. 'Es que están coronando a otra Virgen', fue la respuesta, un tanto sesgada, pero perfecta. Al poco, efectivamente, la misma plaza se llenaba de católicos trajeados, camino de la confitería, como un Jueves Santo. No invento nada.

Al cronista ya no le quedaron fuerzas para la otra exposición (éstos del PA cansan a cualquiera), la primera de Leni Riefenstahl, la musa cineasta de Hitler. Ya con ver sus fotografías en los periódicos de la mañana le pareció bastante. Una musa decrépita, perdonada por el tiempo. Por algo será. Con la misma edad que tendría Marlene Dietrich. Cien años de soledad, imagino, con sus recuerdos en blanco y negro pertinaces. Y su combate diario con el fantasma del Führer. Ya lleva bastante.

El cronista se acordó también de Hannah Arendt, otra alemana y casi de la misma edad que las otras, si viviera. Por judía tuvo que saltar del lecho de su amante, un tal Heidegger, para ejercer desde América su defensa de la libertad. Escribió: 'El totalitarismo busca, no la dominación despótica sobre el hombre, sino un sistema en que los hombres sean superfluos'. Creo que es la única que sigue en activo.

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