Respuestas a Rodríguez Adrados
Acabo de leer su artículo en la página de opinión del 1 de noviembre, y en este momento, un montón de sensaciones desagradables se acumulan en mi interior.
Mire, tengo 45 años, vivo en Bilbao y procedo de un pueblo de Guipúzcoa. Mi lengua familiar es el euskera y mi lengua de estudios fue en su momento el castellano, 'qué remedio'. Mi bagaje lingüístico se compone de dos lenguas, el euskera y el castellano.
Mi marido tiene mi edad, vive en Bilbao y procede de Casablanca (Marruecos). Su lengua familiar es el árabe, y su lengua de estudios fue en su momento el francés, 'qué remedio'. Su bagaje lingüístico se compone de tres lenguas, el árabe, el francés y el castellano.
Nuestras hijas tienen nueve y seis años, han nacido y viven en Bilbao. Sus lenguas familiares son el árabe, el euskera y el castellano, y su lengua de estudios es el euskera, 'por opción de sus padres'. Su bagaje lingüístico se compone de tres lenguas árabe, euskera y castellano (podría añadir también conocimientos por aprendizaje escolar de inglés).
Mire, en la 'academia de nuestras vidas cotidianas', nuestras lenguas se suman, no se excluyen; nuestras lenguas nos enriquecen, todas por igual, no porque sean las más importantes del mundo, sino simplemente porque son las nuestras.
Me entristece ver que en ese repaso histórico que usted hace no encuentre ningún ejemplo de historias de encuentro, porque creo que si lo intentara también las encontraría, porque han existido también en la larga vida e historia de las dos grandes lenguas que usted menciona. Sobre el título del artículo, creo que usted ya dice mucho y no creo que su tono sirva precisamente para ayudar a '...acallar a los que envenenan y siembran el odio...'. ¿Por qué esto último siempre en tercera persona?
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