El Depor ahoga sus penas
Dos goles de Makaay dieron el triunfo al cuadro de Irureta ante un Rayo que fue muy poca cosa
Desolado llegaba el Deportivo a Vallecas tras la penosa racha de resultados que venía padeciendo. Pero nada mejor que acudir a la barriada madrileña para resucitar con estruendo, que eso hizo ayer el cuadro gallego gracias a un rival al que ahogó la vulgaridad y gracias a Makaay, que tuvo tres balones y mandó, como quien respira, los tres dentro de la portería, aunque uno de sus goles fue anulado.
Ya desde el tramo inicial demostró más el Depor que el Rayo, lo que no era demasiado complicado dado que el conjunto vallecano hizo un partido deplorable. Fran, al que Onopko ni vio, intentaba inventar algo decente allá en la media punta. Pero no es Vallecas el lugar más apropiado para las alharacas. Así que el Depor, no sin sentido común, optó por mantener la pelota en su poder y esperar que algún fallo de la defensa rival, que llegaría, por supuesto, le permitiera sacar fruto de un dominio que a ratos fue descarado, dada la alergia que le tiene el Rayo al balón.
RAYO 1| DEPORTIVO 2
Rayo: Etxeberria; Mario, Corino, Mainz, Graff; Onopko; Peragón (Marqués, m. 64), Azkoitia (Bolic, m. 53), Quevedo, Tal (Míchel, m. 64); y Bolo. Deportivo: Juanmi; Scaloni, César, Naybet, Romero; Mauro Silva, Sergio (Duscher, m. 89); Víctor, Fran (Acuña, m. 74), Capdevila; y Makaay (Luque, m. 77). Goles: 0-1. M. 24. Balón raso enviado por Fran hacia el borde del área rayista, donde está Corino, que falla en el despeje, y Makaay, con la zurda, marca cruzado. 0-2. M. 50. Makaay recoge una pelota en la media luna del área y, con la izquierda, la coloca a media altura en la portería de Etxeberria. 1-2. M. 90. Córner que saca Míchel y Corino cabecea en el primer palo. Árbitro: Moreno Delgado. Amonestó a Mario, Corino, Bolic y Víctor. Unos 14.000 espectadores en Vallecas.
Llegó el fallo anunciado en aquel envío insulso, que nada presagiaba y que se paseó por el borde del área rayista a la espera de que alguien lo despejara sin mayores problemas. Y ahí estaba Corino para hacerlo. Pero se trastabilló el hombre, intentó quitarse de encima aquella bomba y lo que hizo fue permitir que llegara a pies de Makaay, que por allí andaba, y que, iluminado como está, lo mandó abajo, pegado al poste izquierdo de Etxeberria.
Privado de cualquier brote de imaginación, el Rayo se fue empequeñeciendo de mala manera. Reculó el Depor y dejó que el balón pasara a su rival, con las consecuencias fácilmente presumibles.Pedía el público un poco más de arrojo a los jugadores del Rayo, pero no era aquello una cuestión de testosterona, sino de criterio. Una sola jugada, digna de llamarse de esa manera, trenzó el Rayo en toda la primera parte y el balón acabó saliendo por la otra banda.
Se quejaba Bolo del trato que recibía de César, que mantuvo un curioso duelo con Onopko a ver quién daba más patadas en menos tiempo, pero de lo que verdaderamente debía haberse quejado el citado Bolo era del trato que le dispensaron sus propios compañeros, empeñados en que se desrriñonara luchando por los innumerables balones que le llovían del cielo. Mauro Silva plantó su negociado en el círculo central e hizo y deshizo a su antojo. Apenas creaba peligro el Depor, pero eso era lo de menos. Bastó que a Makaay le llegara otro balón en condiciones al borde del área para que el holandés firmara el segundo gol, una obra de arte que se antojó definitiva.
Salió el deseado Míchel para intentar maquillar aquello, pero nada consiguió. Todo estaba vendido en Vallecas desde mucho antes, desde que sobre el césped se plantó un equipo que sabía lo que hacía, el Depor, y otro que necesitó 92 minutos para crear una jugada de peligro, que acabó en un gol que de nada sirvió.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.