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Columna
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Espe

Doña Esperanza se ha puesto el mandil. Al día siguiente de presentar su renuncia a la presidencia del Senado, sólo 24 horas después de abandonar aquel magnífico despacho con valiosas pinturas, su maravillosa biblioteca decimonónica sueño de cualquier bibliófilo, y despedir a la Cámara con toda su corte de asistentes y bedeles, Esperanza Aguirre empezó la faena. Y lo hizo marcando el territorio igual que hacen los canes. Dicen que en el orín de los perros hay más de 70 componentes químicos que sus congéneres son capaces de identificar. Componentes que revelan la fuerza, el carácter, la edad o el momento del día en que fueron amos de aquel terreno.

Los políticos son más elementales en sus operaciones de marcaje, pero, cuando levantan la pata, casi nunca lo hacen por casualidad. No al menos Esperanza Aguirre que es una mujer muy bregada en lides electorales y bastante más acostumbrada a pisar charcos de lo que la gente imagina. Ella es perfectamente consciente de su situación como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid y de cuáles son sus ventajas e inconvenientes. Sabe que su perfil tatcheriano transmite una imagen resolutiva que convence a mano derecha mientras levanta sarpullidos a mano izquierda. Con un electorado como el de nuestra región, donde es indispensable morder en el centro-izquierda para alcanzar la mayoría absoluta, o se arremanga y araña votos en el cinturón rojo o Simancas le pega un susto de muerte.

En Génova le tienen dicho que haga una campaña al rebufo de Gallardón, que ya tuvo en su momento la habilidad de cosechar sufragios en las barriadas obreras, pero la Aguirre tiene su orgullo. Ella no está dispuesta a consentir que nadie le gane las elecciones y si para ello tiene que vestirse de miliciana, se viste. De momento y para abrir boca nada más dejar los oropeles del Senado, se presentó en la sede de Comisiones Obreras para celebrar allí su primer acto electoral. La directiva de los cocos no daba crédito a lo que veía. Jalonada por una nutrida corte de asesores y responsables de campaña, la Aguirre entró en los locales de la calle del Áncora con la misma soltura que si fuera a los toros. Había que ver las caras de los responsables sindicales cuando abrieron la puerta a todo ese equipazo de campaña que no sabían ni dónde meterlo. A duras penas consiguieron acoplarse en el despacho del secretario general convertido en camarote de los hermanos Marx. Allí montaron un bonito atril y tres técnicos que acompañaban a la candidata sirvieron la señal para que los medios de comunicación dispusieran de material de la mejor calidad sobre el evento. Los de Comisiones, que nunca vieron en su casa tanto lujo asiático, alucinaban. Allí doña Esperanza dijo que impulsaría el diálogo social y tras comprometerse a fomentar el empleo de calidad y atajar el paro femenino, abandonó aquel templo del rojerío transformado en pila bautismal de campaña. Ahora tiene por delante siete largos e intensos meses en los que habrá de patearse mercados, fábricas, centros comerciales y, sobre todo, pisar la calle. Lejos de lo que se suele pensar es una mujer muy próxima que gana en el trato personal. Ella sabe que la imagen de pija, en términos electorales, puede resultarle letal y gastará las suelas de zapatos que tenga que gastar para cambiarla. Si es necesario, hasta dejará de jugar al golf, deporte que, según dicen, practica con auténtica maestría. Recuerdo la bronca que le pegó hace unos años en plena campaña electoral a un colaborador por incluir en un currículo para la prensa esta afición deportiva que popularmente tanto se identifica con la gente bien. Doña Esperanza le da también al padel, aunque dudo que de aquí al 25 de mayo tenga tiempo de coger la raqueta.

Bastante ejercicio hará regateando a los de Caiga quien Caiga que han amenazado ya con volver a la carga. Los chicos del Wyoming fueron en su día una auténtica pesadilla con aquel famoso rincón de Espe que la mortificaba. Un buen estratega de campaña sabría ahora darle la vuelta a esa fuerza aparentemente adversa y convertirla en positivo. El truco consiste en participar de la coña sin complejo alguno y conectar con los ciudadanos que valoran el sentido del humor y la inteligencia. Dos cualidades de las que Madrid, por cierto, está muy necesitada.

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