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Columna
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Semiótica

Aparte de que el Penyagolosa sea o no el monte más alto de este territorio, si algo no le falta a la precampaña del candidato del PP a la presidencia de la Generalitat, Francisco Camps, es precisamente semiótica indígena. Los gestos y guiños son abundantes y poco casuales: todo está medido de antemano. No fue gratuito su primer encuentro con los parlamentarios del PP en El Puig, donde se apropió, según la queja de la oposición, de la manifestación del 9 de octubre de 1977. Camps reunía sus efectivos y planteaba su carrera hacía la presidencia de la Generalitat desde el mismo sitio y a la misma altura del calendario que eligiera Jaume I para plantear la conquista de Valencia en 1238. El simbolismo es flagrante y lo había elegido él mismo, desechando el escenario del monasterio de Santa María de La Valldigna. Tampoco será gratis que su campaña arranque en Morella, que, por encima de ser una plaza socialista, fue la primera plaza conquistada (por Blasco de Alagón) a los sarracenos, así como la primera villa real concedida por Jaume I. El mensaje es diáfano. Que mañana, darrer diumenge d'octubre (un señalado día para el excursionismo aborigen), suba a un monte tan emblemático para los valencianos como lo es el Penyagolosa, tampoco es ninguna ocurrencia, como ha simplificado la oposición. Ahí está el santuario de Sant Joan de Penyagolosa, levantado tras la conquista del mismo rey y frecuentado por la tradición como una referencia previa a alcanzar importantes retos, así como un camino de autenticidad y expiación, como prueban los peregrinos de Les Useres. Que su proclamación como candidato fuera ayer en Alicante, aunque éste sea ya territorio conquistado por Jaume II, tampoco es accidental. Si bien es un gesto de consumo interno que transmite continuidad, también trata de constatar la vertebración (territorial y mental) alcanzada, con una llamada a la superación provincial. En una época en que los tinglados nacionalistas, de una y otra orilla, liquidan existencias o asisten a su remate total con caricaturas muy atroces, llevarse ese gato (Fuster) al agua, repristinarlo y oficializarlo puede resultar un chollo. Y es evidente que Camps está por la labor.

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