A medio camino
Arranca bien Deseo. Seduce, despierta un viejo esplendor incluso en lo que tiene de visión sombría. Invita a instalarse en rincones evocados de un tiempo de horror y miseria que es reconstruido con amor y por ello devuelto al cobijo de los tiempos humanos. Cada pincelada de este fresco histórico tiene tino en el lugar y es un acierto en la disposición de los volúmenes y en la musicalidad secreta de la escena hecha territorio de confluencia entre historia y tragedia.
Y seducen también las composiciones exteriores de los personajes. Éstos son definidos por minuciosas pinceladas y hay precisión en cada toque cosmético de cada intérprete, en cada ropa que viste, en cada luz que define sus perfiles, o sus andares o su forma de vivir un tiempo de muerte. Y aquí, en la plástica de este tiempo, el rostro mudo de Rosa María Sardá tiene fuerza de icono de la infame derrota de la España libre, pues discurre el filme en la deriva de esa infamia y en la esperanza creada por su revés en la derrota del fascismo europeo. Ambos tiempos coinciden y se entrelazan en Deseo. Y la pantalla los funde en otra de sus bellas síntesis ornamentales.
DESEO
Dirección: Gerardo Vera. Guión: Ángeles Caso. Intérpretes: Leonor Watling, Leonardo Sbaraglia, Cecilia Roth, Ernesto Alterio, Rosa María Sardá, Norma Aleandro, Emilio Gutiérrez Caba. Género: drama, España 2001. Duración: 106 m.
El director del filme, Gerardo Vera, y su fotógrafo, Javier Aguirresarobe, son poetas eminentes en la creación de espacios escénicos y volúmenes de luz. Aquí vuelven a demostrar su pleno dominio de esos territorios. Pero una película es más que una conjugación de campo y de luz. Es ante todo una escritura, una construcción de un tejido de duraciones musicales y de emociones, un encadenamiento secuencial de rostros y de comportamientos. Y si la luz y la escena envolventes son en Deseo una materia cinematográfica de primer orden, en cambio la escritura y la dirección y, tras ambas, las interpretaciones no alcanzan esa altura. Y el meollo trágico o melodramático del filme -el relato, la partitura en cuanto tal, el guión y su conversión en música visual por un director y unos intérpretes oficiantes- es pobre, deficiente, descorazonador.
Quiere ser Deseo el relato de un amor febril en tiempos de fiebre histórica, una especie de amor loco y contra natura entre una humilde muchacha comunista y un adinerado agente nazi en el Madrid de 1945. Pero la pantalla no logra ser más que un bello encuadre de esa ciudad y una cala honda en la luz de ese tiempo, sin alcanzar a representar el choque pasional entre una Leonor Watling y un Leonardo Sbaraglia que empiezan su idilio con gradualidad y energía pero que poco a poco van perdiendo fuelle y se pierden en un querer y no poder, atados por el corsé de dos personajes inertes, vacíos, muertos. Y su deseo conduce a unas escenas de sexo que carecen de piel, que no crean tacto en las yemas de los ojos. Y luego a una lucha final en clave de ajuste de cuentas ideológico, que niega el sentido mismo de la película y explica retrospectivamente la incapacidad de la pantalla para expresar la dinámica loca y febril de ese deseo radical y furioso que intenta representar y no logra formalizar.
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